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—Ya lo hice —respondió—. Le dije que sólo estaba interesado en ser su hermano.

—Ah.

Simon había esperado que Jace peleara con él respecto a aquello, que discutiera, no que se limitara a ceder. Un Jace que simplemente cedía era alguno nuevo… y dejó a Simon sintiéndose casi avergonzado de haberlo pedido. «Clary jamás me lo mencionó», quiso decir, pero, de todos modos, ¿por qué tendría ella que haberlo hecho? Bien pensando, se había mostrado insólitamente callada y retraída últimamente cada vez que había surgido el nombre de Jace.

—Bueno, eso soluciona esa parte, supongo. Hay una última cosa.

—¿Sí? —Jace habló sin que pareciera sentir demasiado interés—. ¿Y cuál es?

—¿Qué fue lo que Valentine dijo cuando Clary dibujó aquella runa en el barco? Sonó como un idioma extranjero. ¿Meme algo…?

Mene mene tekel upharsin —dijo Jace con una leve sonrisa—. ¿No lo reconoces? Es de la Biblia, vampiro. La antigua. Ése es tu libro, ¿verdad?

—Que sea judío no significa que me sepa el Antiguo Testamento de memoria.

—Es la Escritura sobre la Pared. «Contó Dios tu reino, y le ha puesto fin; pesado has sido en la balanza y hallado falto.» Es un augurio de fatalidad; significa el fin de un imperio.

—Pero ¿qué tiene que ver eso con Valentine?

—No sólo Valentine —dijo Jace—. Todos nosotros. La Clave y la Ley; lo que Clary puede hacer trastorna todo lo que ellos conocen como verdadero. Ningún ser humano puede crear runas nuevas, o dibujar la clase de runas que Clary puede dibujar. Únicamente los ángeles poseen ese poder. Y puesto que Clary puede hacer eso…, bueno, parece un augurio. Las cosas están cambiando. Las Leyes están cambiando. Puede que las antiguas costumbres no vuelvan a ser las costumbres correctas nunca más. Igual que la rebelión de los ángeles puso fin al mundo tal y como era…, partió el cielo por la mitad y creó el infierno…, eso podría significar el fin de los nefilim tal y como existen en la actualidad. Ésta es nuestra guerra en el cielo, vampiro, y sólo un bando puede vencer. Y mi padre tiene intención de que sea el suyo.

Aunque el aire seguía frío, Clary ardía en sus ropas húmedas. El sudor le corría por el rostro en pequeños riachuelos, humedeciéndole el cuello del abrigo mientras Luke, con la mano sobre su brazo, le hacía recorrer a toda prisa la carretera bajo un cielo que se oscurecía rápidamente. Avistaban ya Alacante. La ciudad estaba en un valle poco profundo, dividido en dos por un río plateado que penetraba por un extremo de la ciudad, parecía desvanecerse, y volvía a salir por el otro. Una confusión de edificios de color miel con tejados de pizarra roja y una maraña de calles oscuras que zigzagueaban vertiginosamente se extendía por la ladera de la colina empinada. En la cima de la colina se alzaba un edificio de piedra oscura, sostenido con pilares, que se elevaba alzándose imponente hacia el cielo, con una torre centelleante en cada punto cardinaclass="underline" cuatro en total. Desperdigadas entre los otros edificios había las mismas torres altas y delgadas con aspecto cristalino, cada una reluciente como cuarzo. Eran como agujas de cristal perforando el cielo. La luz del sol que se desvanecía arrancaban apagados arcos iris a sus superficies igual que una cerilla provocando chispas. Era un espectáculo hermoso, y muy extraño.

«No has visto nunca una ciudad hasta que has visto Alacante la de las torres de cristal.»

—¿Qué era eso? —inquirió Luke, oyéndola—. ¿Qué has dicho?

Clary no se había dado cuenta de que había hablado en voz alta. Turbada, repitió las palabras, y Luke la miró con sorpresa.

—¿Dónde has oído eso?

—Hodge —respondió ella—. Fue algo que Hodge me dijo.

Luke la miró con más atención.

—Estás colorada —dijo—. ¿Cómo te sientes?

A Clary le dolía el cuello, le ardía todo el cuerpo, tenía la boca seca.

—Estoy perfectamente —respondió—. Pero lleguemos allí, ¿vale?

—De acuerdo.

Luke señaló; en el linde de la ciudad, donde finalizaban los edificios, Clary pudo ver un arco, dos lados curvándose hasta finalizar en punta. Un cazador de sombras con su indumentaria negra montaba guardia bajo la sombra del arco.

—Ésa es la Puerta Norte; es por donde los subterráneos pueden entrar legalmente en la ciudad, siempre y cuando posean la documentación adecuada. Hay guardas apostado allí día y noche. Si estuviésemos aquí por un asunto oficial, o tuviésemos permiso para estar aquí, entraríamos por ella.

—Pero no hay ninguna muralla alrededor de la ciudad —indicó Clary—. No parece gran cosa como puerta.

—Las salvaguardas son invisibles, pero están ahí. Las torres de los demonios las controlan. Lo han hecho durante mil años. Las sentirás cuando las atravieses. —Echó una ojeada una vez más a su rostro enrojecido, preocupado—, ¿Estás lista?

Ella asintió. Se alejaron de la puerta, siguiendo el lado este de la ciudad, donde los edificios estaban más densamente apelotonados. Con un ademán para que no hiciese ruido, Luke la condujo hacia una abertura estrecha entre dos casas. Clary cerró los ojos mientras se acercaban, como si esperase golpearse el rostro contra una pared invisible en cuando penetraran en las calles de Alacante. No fue así. Sintió una presión repentina, como si estuviese en un avión que caía. Los oídos se le destaparon… y a continuación la sensación desapareció, y se encontraba de pie en el callejón entre los edificios.

Exactamente igual que un callejón de Nueva York —como cualquier callejón del mundo, al parecer—, olía a orina de gato.

Clary asomó la cabeza por la esquina de uno de los edificios. Una calle más grande discurría colina arriba, bordeada de tiendas pequeñas y casas.

—No hay nadie por aquí —comentó con cierta sorpresa.

En la luz cada vez más tenue Luke tenía un aspecto gris.

—Debe de haber una reunión arriba en el Gard. Es la única cosa que podría sacar a todo el mundo de las calles a la vez.

—¿Y eso no es bueno? No hay nadie por aquí que pueda vernos.

—Es bueno y malo. Las calles están desiertas en su mayor parte, lo que es bueno. Pero será mucho más probable que cualquiera que ande por ahí advierta nuestra presencia y despierte su atención.

—Pensaba que habías dicho que todo el mundo estaba en el Gard.

Luke sonrió débilmente.

—No seas tan literal, Clary. Me refería a la mayor parte de la ciudad. Los niños, los adolescentes y cualquiera que esté eximido de la reunión no estarán allí.

Adolescentes. Clary pensó en Jace, y muy a su pesar, el pulso se le disparó como un caballo saliendo del cajón de salida de una carrera.

Luke frunció el ceño como si pudiese leerle el pensamiento.

—En estos momentos estoy infringiendo la ley al estar en Alacante sin darme a conoce a la Clave en la puerta. Si alguien me reconoce, podríamos meternos en un auténtico lío. —Echó un vistazo hacia la franja de cielo rojizo visible entre los tejados—. Tenemos que salir de las calles.

—Pensaba que íbamos a la casa de tu amiga.

—Eso hacemos. Y no es una amiga, precisamente.

—Entonces quién…

—Limítate a seguirme.

Luke se introdujo en un pasaje entre dos casas, tan angosto que Clary podía alargar los brazos y tocar las paredes de ambos edificios con los dedos mientras lo recorrían. Salieron a una sinuosa calle adoquinada bordeada de tiendas. Los edificios mismos parecían un cruce entre el paisaje de un sueño gótico y un cuento infantil. Los revestimientos de las fachadas estaban esculpidos con toda clase de criaturas sacadas de mitos y leyendas; destacaban las cabezas de monstruos, intercaladas con caballos alados, algo que parecía una casa sobre patas de gallina, sirenas, y, por supuesto, ángeles. De cada esquina sobresalían gárgolas, con sus gruñones rostros contraídos. Y en todas partes había runas bien visibles sobre puertas, ocultas en el dibujo de un grabado abstracto, oscilando de finas cadenas de metal igual que campanillas de viento que se agitaban en la brisa. Runas de protección, de buena suerte, incluso para la prosperidad en los negocios; contemplándolas fijamente todas ellas, Clary empezó a sentirse un poco mareada.