—Nos hemos quedado sin vino —declaró Isabelle, depositando la botella sobre la mesa con un golpe sordo—. Voy a buscar más. —Con un guiño a Sebastian, desapareció dentro de la cocina.
—Si no te importa que lo diga, pareces un poco callado.
Era Sebastian, inclinándose por encima del respaldo de la silla de Simon con una sonrisa encantadora. Para ser alguien con un pelo tan oscuro, pensó Simon, la piel de Sebastian era muy clara, como si no saliera mucho al sol.
—¿Va todo bien?
Simon se encogió de hombros.
—No hay demasiadas oportunidades para que tome parte en la conversación. Parece tratar bien sobre política de los cazadores de sombras, bien sobre personas de las que jamás he oído hablar, o sobre ambas cosas.
La sonrisa desapareció.
—Los nefilim podemos ser un círculo algo cerrado. Es el modo de ser de aquellos que están excluidos del resto del mundo.
—¿No crees que sois vosotros mismos los que os excluís? Despreciáis a los humanos corrientes…
—«Despreciar» suena un poco excesivo —dijo Sebastian—. ¿Y realmente crees que el mundo de los humanos querría tener algo que ver con nosotros? Somos un recordatorio viviente de que siempre que se consuelan diciéndose que no existen los vampiros auténticos, ni hay demonios ni monstruos reales bajo la cama… se están mintiendo a sí mismos. —Volvió la cabeza para mirar a Jace, quien, como Simon advirtió, los había estado mirando fijamente a ambos en silencio durante varios minutos—. ¿No estás de acuerdo?
Jace sonrió.
—¿De ce crezi că vă ascultam conversatia?
Sebastian le devolvió la mirada con una expresión de agradable interés.
—M-ai urmărit de când ai ajuns aici —respondió—. Nu-mi dau seama dacă un mă placi ori dacă eşti atât de bănuitor cu toată humea. —Se puso en pie—. Agradezco la práctica del rumano pero, si no te importa voy a ver qué está demorando tanto a Isabelle en la cocina—. Desapareció por la puerta, mientras Jace lo seguía con la mirada con una expresión perpleja.
—¿Qué es lo que sucede? ¿Es que no habla rumano después de todo? —preguntó Simon.
—No —dijo Jace, y una pequeña arruga apareció en su ceño—. No, claro que lo habla.
Antes de que Simon pudiera preguntarle qué quería decir con aquello, Alec entró en la habitación. Mostraba cara de pocos amigos, igual que cuando se había ido. Su mirada se entretuvo momentáneamente en Simon, con una expresión confundida en sus ojos azules.
Jace alzó los ojos.
—¿De vuelta tan pronto?
—No por mucho rato. —Alec alargó el brazo para tomar una manzana de la mesa con una mano enguantada—. Tan sólo regresé a por… él —dijo, señalando a Simon con la manzana—. Quieren verle en el Gard.
Aline se mostró sorprendida.
—¿De veras? —dijo, pero Jace se levantaba ya del sofá, zafando su mano de la de ella.
—¿Para qué lo quieren ver? —preguntó, con una serenidad peligrosa—. Espero que lo hayas averiguado antes de comprometerte a llevarlo, al menos.
—Pues claro que pregunté —le espetó Alec—. No soy idiota.
—Ah, vamos —dijo Isabelle, que había reaparecido en la entrada con Sebastian, que sostenía una botella—. A veces eres un poco idiota, ya lo sabes. Sólo un poquito —repitió a la vez que Alec le lanzaba una mirada asesina.
—Van a enviar a Simon de vuelta a Nueva York —dijo—. A través del Portal.
—¡Pero si acaba de llegar aquí! —protestó Isabelle con un mohín—. Eso no es divertido.
—No tiene que ser divertido, Izzy. Que Simon viniese aquí fue un accidente, así que la Clave cree que lo mejor es que regrese a casa.
—Fantástico —dijo Simon—. A lo mejor incluso podré regresar antes de que mi madre advierta que me he ido. ¿Qué diferencia horaria hay entre aquí y Manhattan?
—¿Tienes madre? —Aline parecía atónita.
Simon eligió hacer como si no la hubiese oído.
—En serio —dijo, mientras Alec y Jace intercambiaban una repentina mirada—. Es perfecto. Todo lo que quiero es marcharme de este lugar.
—¿Iras con él? —preguntó Jace a Alec—. ¿Te asegurarás de que todo está bien?
Se miraron el uno al otro de un modo que le era familiar a Simon. Era el modo en que Clary y él a veces se miraban, intercambiando rápidas ojeadas en clave cuando no querían que sus padres supiesen lo que planeaban.
—¿Qué? —quiso saber, paseando la mirada de uno al otro—. ¿Qué es lo que sucede?
Ambos dejaron de mirarse; Alec volvió la cabeza, y Jace dedicó una mirada insulsa y sonriente a Simon.
—Nada —dijo—. Todo está bien. Felicitaciones, vampiro…, te vas a casa.
4
Vampiro diurno
La noche había caído sobre Alacante cuando Simon y Alec abandonaron la casa de los Penhallow y marcharon colina arriba en dirección al Gard. Las calles de la ciudad eran estrechas y sinuosas, y ascendían como pálidas cintas de piedra bajo la luz de la luna. El aire era frío, aunque Simon lo notaba vagamente.
Alec andaba en silencio, avanzando a grandes zancadas por delante de Simon como si fingiera estar solo. En su vida anterior Simon habría tenido que apresurar el paso, jadeante, para mantenerse a su altura; ahora descubrió que podía ir al ritmo de Alec simplemente acelerando la zancada.
—Debe de ser un fastidio —dijo Simon por fin, mientras Alec mantenía la vista al frente con aire taciturno—. Tener que cargar con la tarea de escoltarme, quiero decir
Alec se encogió de hombros.
—Tengo dieciocho años. Soy un adulto, así que tengo que ser la persona que se encargue. Soy el único que puede entrar y salir del Gard cuando la Clave está reunida, y además, el Cónsul me conoce.
—¿Qué es un Cónsul?
—Es como un funcionario de muy alto rango de la Clave. Cuenta los votos del Consejo, interpreta la ley para la Clave, y les aconseja a ellos y al Inquisidor. Si diriges un Instituto y tropiezas con un problema que no sabes cómo tratar, llamas al Cónsul.
—¿Aconseja al Inquisidor? Pensaba… ¿no está muerta la Inquisidora?
Alec lanzó un resoplido.
—Eso es como decir «¿No está muerto el presidente?». Sí, la Inquisidora murió; ahora hay uno nuevo. El Inquisidor Aldertree.
Simon echó un vistazo colina abajo en dirección a la oscura agua de canales situados muy por debajo. Habían dejado la ciudad tras ellos y marchaban por una calzada estrecha entre umbríos árboles.
—Te diré una cosa, las inquisiciones no le han ido nada bien a mi gente en el pasado —dijo Simon a Alec, que pareció desconcertado—. No importa. Tan sólo era un chiste mundano sobre la historia. No te interesaría.
—Tú no eres un mundano —señaló Alec—. Por eso a Aline y a Sebastian les emocionaba tanto poder echarte un vistazo. Aunque no es que puedas saberlo con Sebastian; él siempre actúa como si ya lo hubiera visto todo.
Simon habló sin pensar.
—¿Están él e Isabelle…? ¿Hay algo entre ellos?
Aquello arrancó una carcajada a Alec.
—¿Isabelle y Sebastian? Difícilmente. Sebastian es un buen tipo, y a Isabelle sólo le gusta salir con chicos totalmente inapropiados a los que nuestros padres aborrecerían. Mundanos, subterráneos, pillos insignificantes…
—Gracias —dijo Simon—. Me alegro de verme clasificado junto con el elemento criminal.
—Creo que lo hace para llamar la atención —repuso Alec—. Además, es la única chica de la familia, así que tiene que estar siempre demostrando lo dura que es. O al menos eso es lo que piensa.
—A lo mejor está intentando desviar la atención de ti —dijo Simon, casi distraídamente—. Ya sabes, como tus padres no saben que eres gay y todo eso.