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La cabeza gris se volvió finalmente. El viejo sonreía; sus angostos y brillantes ojos recorrieren de arriba a abajo a Falk.

Con una voz que sonaba débil y vacilante porque no había pronunciado palabra alguna durante mucho tiempo, Falk respondió con la estrofa siguiente del Antiguo Canon:

Todo el mundo es útil, pero yo estoy solo y para nada sirvo, forastero. Sólo yo difiero de los otros, pero busco la leche de la madre, el camino…

—¡Ja, ja, ja! —dijo el anciano—. ¿Es cierto, Ojos Amarillos? Acércate, siéntate junto al fuego. Forastero. Sí, sí, sí… No cabe duda. Eres un forastero. ¿A qué distancia de la Tierra…? ¿quién sabe? ¿Cuánto hace que no te bañas en agua caliente? ¿Quién sabe? ¿Dónde estará la maldita marmita? Fría noche en el ancho mundo, ¿no es cierto? Fría como el beso de un traidor. Ya está: llénala con el balde que encontrarás junto a la puerta, ¿quieres? luego yo la pondré sobre el fuego, eso es. Soy un Thurro-sabio, veo que me comprendes, de modo que no encontrarás demasiado confort aquí. Pero un baño caliente es caliente, no importa si la marmita hierve por fusión de hidrógeno o por las llamas de los leños, ¿en? Sí, evidentemente eres un extranjero, muchacho, y a tus ropas no les vendría mal un baño, también, por más que sean a prueba de tiempo. ¿Qué es eso…? ¿Conejos? Bueno. Los asaremos mañana con una o dos verduras. Las verduras son algo que no se puede cazar con un fusil láser. Y no puedes cultivarlas en un zurrón. Vivo solo aquí, mi muchacho, solo y absolutamente solitario. Porque soy un gran, el muy grande, el más grande Auditor, vivo solo y hablo demasiado. No nací aquí, como un hongo bajo un árbol; pero con los demás hombres nunca pude lograr una comunicación de mentes; todo el barullo y el dolor, y la algarabía y el pesar y todas sus modalidades me dejaban en situación de tener que encontrar mi propio camino a través de cuarenta selvas diferentes. De modo que vine a vivir solo en la verdadera selva con las bestias a mi alrededor, con mentes pequeñas pero constantes. No hay mentiras en sus pensamientos. No yace el engaño en sus intenciones. Siéntate: hace mucho que andas y tus piernas están cansadas.

Falk se sentó en el banco de madera junto al hogar.

—Te agradezco tu hospitalidad —dijo, y estaba a punto de decir su nombre cuando el anciano habló.

—No tiene importancia. Puedo llamarte por una cantidad de nombres, lo suficientemente buenos para este lugar del mundo: Ojos Amarillos, Forastero, Huésped, cualquiera servirá. Recuerda que soy un Auditor, no un paraverbalista. No me interesan las palabras ni los nombres. No los quiero. Había un alma sola, afuera, en la oscuridad, lo sabía, y sé como mi iluminada ventana brillaba para tus ojos. ¿No es eso suficiente, más que suficiente? Y mi nombre es TodoSolo. ¿Entiendes? Ahora, arrímate, caliéntate junto al fuego.

—Estoy entrando en calor —dijo Falk.

La trenza gris del anciano saltaba contra sus hombros mientras se movía, ligero y frágil, al par que fluía su suave voz; nunca formulaba una verdadera pregunta, nunca hacía una pausa para dejar lugar a una respuesta. No tenía ningún temor y era imposible temerlo.

Ahora todos los días y noches de viaje a través de la selva se homogeneizaban detrás de Falk. No tenía que pensar en el tiempo, en la oscuridad, en las estrellas y bestias y árboles. Podía sentarse y estirar sus piernas hacia el brillante fuego, podía comer en compañía de otro, podía bañarse frente al fuego en una cuba de madera llena de agua caliente. No sabía cuál placer era mayor, si la calidez del agua que lavaba la suciedad y el cansancio o la calidez que lavaba su espíritu en este lugar, la absurda charla fugaz del viejo, la milagrosa complejidad de la conversación humana después del largo silencio de la espesura.

Admitía como verdadero todo lo que el anciano le decía, que era capaz de sentir las emociones y percepciones de Falk, que era un auditor de mentes, que practicaba la empatía. La empatía era respecto de la telepatía lo que la vista respecto del tacto, un sentido más ambiguo, más primitivo y más íntimo. No estaba sujeta a un refinado aprendizaje y control, en el grado de la telepatía; inversamente, la empatía involuntaria no era poco frecuente, aun entre los no ejercitados. La ciega Kretyan se había cultivado como auditora de mentes, pues tenía el don natural. Pero no era un don semejante a éste. No le llevó a Falk demasiado tiempo el tener la certidumbre de que el anciano advertía, de hecho, constantemente, y en cierta medida lo que su visitante sentía y experimentaba. Por alguna razón esto no le molestó a Falk, mientras que cuando se enteró de que la droga de Argerd le había abierto la mente para la investigación telepática se enfureció.

—Esta mañana maté una gallina —dijo, cuando el viejo calló unos momentos, mientras calentaba una áspera toalla para él junto al crepitante fuego—. Habló en su lenguaje. Algunas palabras de… de la ley. ¿Significa eso que alguien de los alrededores le enseña a hablar a las bestias y a las aves? —No estaba tan relajado, a pesar de salir del baño caliente, como para decir el nombre del Enemigo… no después de su lección en la casa del Terror.

A modo de respuesta, el anciano meramente le formuló una pregunta por primera vez:

—¿Comiste la gallina?

—No —dijo Falk, secándose a la luz del fuego que enrojecía su piel y la volvía del color del bronce—. No después de que hablara. En su lugar maté a los conejos.

—¿Matarla y no comerla? Vergonzoso, vergonzoso, —cloqueó el viejo y luego alardeó como un gallo salvaje—. ¿No tienes respeto por la vida? Debes entender la Ley. Dice que no debes matar a menos que te veas obligado a matar. Y, en esa circunstancia, lo menos posible. Recuerda eso en Es Toch. ¿Estás seco? Cubre tu desnudez, Adán del Canon Yawhe. Aquí tienes, envuélvete con esto, no es delicado como tus propias ropas, sólo cuero de venado curtido, pero, por lo menos, está limpio.

—¿Cómo sabes que voy a Es Toch? —preguntó Falk, mientras se envolvía en la suave vestimenta de cuero como si fuera una toga.

—Porque no eres humano —dijo el viejo—. Y recuerda, yo soy el Auditor. Conozco la brújula de tu mente, a pesar de que es extranjera, lo quiera o no. El norte y el sur son confusos, muy lejos en el este hay una luminosidad perdida; hacía el oeste yace la oscuridad, una profunda oscuridad. Escucha. Escucha lo que digo, porque no quiero escucharte a ti, querido huésped, y desatinado. Si hubiera querido escuchar la charla de los hombres no habría vivido aquí entre los cerdos salvajes como un cerdo salvaje. Tengo que decir esto antes de irme a dormir. Escucha: No hay muchos entre los Shing. Esto es una información importante y entraña sabiduría y consejo. Recuérdalo, cuando camines entre las terribles sombras de las brillantes luces de Es Toch. Curiosos fragmentos de información siempre sirven para algo. Ahora olvida el este y el oeste y ve a dormir. Acuéstate tú en la cama. A pesar de ser un Thurro-sabio me opongo al lujo ostentoso, aplaudo los simples placeres de la existencia, tales como una cama donde dormir. Por lo menos siempre que se pueda. Y aun la compañía de un camarada, una vez al año o algo por el estilo. Aunque no puedo decir que los eche de menos como tú. Solitario no es desolado… —y luego de armarse una especie de catre sobre el suelo, citó un afectuoso canto del Canon más Joven de su credo:

No soy más solitario que un molino, o que una veleta, o que la estrella del norte, o que el viento del sur, o que una lluvia de abril, o que un deshielo de enero, o que la primera araña en una casa nueva… No soy más solitario que el tonto en la laguna que tan alto ríe, o que el propio Walden Pond…

Luego dijo:

—¡Buenas noches! —y no dijo nada más.

Falk durmió esa noche con un sueño profundo y largo, el primero que se dispensara desde que su viaje había comenzado.