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La mujer que, cuando recuperó por primera vez la conciencia se había ocupado de vendar sus ojos y de curar sus heridas, también se acercaba, siempre que podía, para cuidarlo. Sólo la había visto cuando, durante breves instantes, en la semiprivacidad de su tienda, pudo levantar el vendaje que su aguda inteligencia le había procurado cuando lo trajeron. Si los Basnasska hubieran visto, abiertos, sus ojos, le habrían cortado la lengua de modo que no pudiera decir su propio nombre y, luego, lo habrían quemado vivo. Ella le había contado todo esto y otras cosas que él necesitaba saber sobre la Nación Basnasska; pero muy poco sobre sí misma. En apariencia, no hacía mucho más que él que se encontraba en, la tribu; él entendió que se había perdido en la pradera y se había unido a la tribu antes de morir de hambre. Ellos aceptaron de buen grado, otra mujer «esclava para el uso de los hombre», y, además, ella había demostrado sus habilidades como curadora, por eso la dejaron vivir. Tenía el pelo rojizo, su voz era muy suave, su nombre: Estrel. Más allá de esto, nada sabía de ella; y ella nada le había preguntado sobre sí mismo, ni siquiera su nombre.

Se había salvado milagrosamente, en medio de todo. El paristolis, Noble Materia de la antigua ciencia Cetiana no explotaba ni se incendiaba, por eso el deslizador no había volado junto con él, si bien los controles quedaron destruidos. El ardiente misil había herido el lado izquierdo de su cabeza y la parte superior del tronco con metralla pulverizada, pero Estrel se encontraba allí con su habilidad y algunos materiales de medicina. No había infección; se recuperó rápidamente y a los pocos días de su bautismo como Horressins, planeaba escapar con ella.

Pero los días corrían y no se presentaban oportunidades. Una sociedad defensiva; gente cautelosa, cuidadosa, todas sus acciones rígidamente estipuladas por el rito, la costumbre y el tabú. Aunque cada Cazador tenía su tienda, las mujeres eran propiedad común y todos los quehaceres de los hombres se hacían en conjunto; eran menos una comunidad que un club o rebaño, miembros interdependientes de una misma entidad. En este esfuerzo para lograr seguridad; la independencia y la privacidad eran, por supuesto, sospechosos; Falk y Estrel acechaban toda probabilidad de hablar durante breves instantes. Ella no conocía el dialecto de la Selva, pero utilizaban el Galaktika, que los Basnasska sólo chapurreaban.

—El momento para intentarlo —dijo ella una vez— podría ser durante una tormenta de nieve, porque la cellisca nos ocultaría a nosotros y a nuestras huellas. ¿Pero, hasta dónde podríamos llegar a pie en medio de la nevada? Tú tienes una brújula; pero el frío…

La ropa de invierno de Falk había sido confiscada, junto con todo lo demás que poseía, aun con el anillo de oro que siempre usara. Le habían dejado un fusiclass="underline" eso formaba parte de su calidad de Cazador y no se le podía quitar. Pero las ropas que durante tanto tiempo lo cubrieran tapaban, ahora, las costillas salientes y las flacas canillas del Anciano Cazador Kessnokaty, y sólo conservaba la brújula porque Estrel la había encontrado y ocultado antes de que revisaran su bolso. Ambos estaban lo suficientemente bien vestidos, con camisas de piel de toro de los Basnasska y calzas y botas de cuero colorado de vaca; pero nada constituía un adecuado abrigo contra las tormentas de las praderas, con sus fuertes y helados vientos, sino paredes, techo y un fuego.

—Si pudiéramos llegar hasta el territorio Samsit, unas pocas millas hacia el oeste desde aquí, podríamos cobijarnos en un Antiguo Lugar que conozco y ocultarnos allí hasta que ellos desistieran de la búsqueda. Pensé en hacerlo antes de que tú llegaras. Pero no tenía brújula y temía perderme en la tormenta. Con una brújula y un fusil, podríamos… No podríamos.

—Es nuestra mejor oportunidad —dijo Falk— la aprovecharemos.

Ya no era tan ingenuo, tan confiado ni tan fácilmente manejable como había sido antes de su captura. Era un poco más resistente y resuelto. Aunque había sufrido en sus manos, no sentía especial rencor contra los Basnasska; le habían marcado de una vez para siempre ambos brazos con los azules tatuajes de su grey, como a un bárbaro, pero también como a un hombre. Eso estaba bien. Pero ellos tenían sus asuntos y él los suyos. Su individualidad se había comenzado a perfilar en la Casa de la Selva cuando lo incitó a liberarse, a seguir su viaje, lo que Zove llamaba su obra de hombre. Esta gente no iba a ninguna parte, ni venía de ninguna parte, porque habían sido desarraigados de su pasado humano. No era tan solo la extrema precariedad de su existencia entre los Basnasska que lo impacientaba; era también un sentimiento de sofocación, de estar oprimido e inmovilizado, y ello era más duro de soportar que el vendaje que le impedía ver.

Esa tarde Estrel se detuvo junto a su tienda para decirle que había comenzado a nevar y estaban preparando su plan en un susurro cuando una voz habló desde la entrada de la tienda. Estrel tradujo serenamente:

—Él dice: Cazador Ciego, ¿quieres a la Mujer Roja esta noche? —no agregó más explicaciones.

Falk conocía las reglas de la etiqueta de compartir las mujeres; su mente estaba concentrada en el asunto de su conversación y replicó con la más útil de su breve lista de palabras Basnasska:

—¡Mieg! —no.

La voz del hombre habló ahora en tono más imperativo.

—Si sigue nevando, mañana por la noche, quizás —murmuró Estrel en Galaktika.

Todavía ensimismado Falk no respondió. Luego advirtió que ella se había levantado y se había ido, y que se encontraba solo en la tienda. Y después advirtió que ella era la Mujer Roja, y que el otro hombre la había llamado para copular con ella.

Simplemente podría haber dicho «Sí», en lugar de «No»; cuando pensó en su sabiduría y en su afecto hacia él, en la dulzura de su tacto y de su voz y el absoluto silencio con que ocultó su orgullo o vergüenza, entonces se arrepintió de haberla perdido, y se sintió humillado como su compañero y como hombre.

—Nos vamos esta noche —le dijo él al día siguiente bajo la nieve que caía, junto al Alojamiento de las Mujeres—. Ven a mi tienda. Deja que buena parte de noche pase antes.

—Kokteky me pidió que fuera a su tienda esta noche.

—¿Puedes escabullirte?

—Quizás.

—¿Cuál es la tienda de Kokteky?

—Detrás del Local de la Sociedad Mzurra, hacia la izquierda. Tiene un remiendo sobre la entrada.

—Si tú no vienes yo iré a buscarte.

—Quizás hubiera sido menos peligroso otra noche…

—Y menos nieve. El invierno se va; quizás ésta sea la última gran tormenta. Partiremos esta noche.

—Iré a tu tienda —dijo ella con tranquila sumisión, sin discutir.

Él había dejado una hendidura en su vendaje a través del cual podía ver vagamente alrededor, y trató de verla ahora; pero en la penumbra ella era sólo una sombra gris entre las sombras.

Tarde, por la noche, ella llegó, silenciosa como la nieve que el viento soplaba contra la tienda. Los dos habían preparado sus pertrechos. Ninguno hablaba. Falk se ciñó la chaqueta de cuero de buey, levantó y ató su capucha y se inclinó para abrir la entrada de la tienda. Se apartó porque un hombre penetró, empujándola desde afuera y, encorvado, amplió la hendidura del vendaje para ver con mayor claridad: era Kokteky, corpulento Cazador de cabeza afeitada, celoso de su status y de su virilidad.

—¡Horressins! La Mujer Roja… —comenzó, luego la vio entre las sombras a través de las chispas del fuego. Al mismo tiempo advirtió como estaban vestidos, ella y Falk, y comprendió sus intenciones. Se echó hacia atrás para cerrar la entrada o para escapar del ataque de Falk y abrió la boca para gritar. Sin pensar, rápido en reflejos y seguro, Falk disparó su láser a quemarropa y el breve relámpago de luz mortal detuvo el grito en la boca del Basnasska, y quemó boca, cerebro y vida en un segundo, en perfecto silencio.