—Si puede ser enseñado, entonces hay que sospechar de él. Puede haber sido enviado aquí para ser enseñado, para aprender nuestras costumbres, nuestra intimidad, nuestros secretos. El gato criado por los bondadosos ratones.
—No soy un ratón bondadoso, hijo mío —dijo el Amo—. ¿Entonces piensas que es un Shing?
—O su instrumento.
—Todos somos instrumentos de los Shing. ¿Qué harías con él?
—Lo mataría antes de que despertara.
El viento sopló débilmente, un pájaro llamó en el húmedo y estrellado Claro.
—Me pregunto, —dijo la Mujer Más Vieja—, si será una víctima y no un instrumento. Quizás los Shing destruyeron su mente como castigo por algo que hizo o pensó. ¿Coronaremos nosotros el castigo?
—Sería más piadoso —dijo Metock.
—La muerte es una piedad falsa —dijo la Mujer Más Vieja amargamente.
Entonces discutieron el asunto de adelante para atrás y de atrás para adelante durante un rato, con equidad, pero con una gravedad que incluía tanto la preocupación moral como una ansiedad mayor, nunca expresa pero insinuada cada vez que alguno de ellos decía la palabra Shing. Parth no intervino en la discusión, sólo tenía quince años, pero escuchaba atentamente. El forastero le había inspirado profunda simpatía y quería que viviera. Rayna y Kretyan se unieron al grupo; Rayna había ensayado todos los tests fisiológicos que conocía sobre el forastero; Kretyan había permanecido a su lado para captar cualquier respuesta mental que se produjera. Sin embargo, poco tenían para informar, salvo que el sistema nervioso del forastero y las áreas sensibles y la capacidad motriz básica de su cerebro parecían normales, aunque sus respuestas físicas y su destreza motora pudiera tan sólo compararse, quizás, con las de un niño de un año de edad, y ningún estímulo local dentro del área del habla había obtenido respuesta.
—La fuerza de un hombre, la coordinación de un bebé, la mente vacía —dijo Rayna.
—Si no lo matamos como a una bestia salvaje —dijo Buckeye—, tendremos que domesticarlo como a un animal salvaje…
El hermano de Kretyan, Kai, habló:
—Vale la pena intentarlo. Que se nos permita a algunos de los más jóvenes hacernos cargo de él; veremos qué se puede hacer. No tenemos por qué enseñarle los Cánones Internos directamente, después de todo. Por lo menos, enseñarle a no mojar la cama es algo que procede… quiero saber si es humano. ¿Crees que lo sea, Amo?
Zove extendió sus grandes manos.
—¿Quién sabe? los tests sanguíneos de Rayna pueden denotarlo. Nunca escuché que un Shing tuviera ojos amarillos, o alguna diferencia visible con los terráqueos. Pero si no es Shing ni humano, ¿qué es entonces? Ningún ser de Otros Mundos conocidos alguna vez ha caminado sobre la Tierra durante doce mil años. Como tú, Kai, creo que podría arriesgarme a tenerlo aquí, entre nosotros, por pura curiosidad…
De modo que decidieron que su huésped viviera.
Primero no constituyó gran trabajo para los jóvenes que lo cuidaban. Recuperaba fuerzas lentamente, dormía mucho, sentado o acostado silenciosamente la mayor parte del tiempo que permanecía despierto. Parth lo llamó Falk, que en el dialecto de la Selva Oriental significaba «amarillo», por su piel cetrina y sus ojos de ópalo.
Una mañana, varios días después de su llegada, al llegar a un tramo aun no diseñado de la tela que tejía, dejó ella que su bastidor equipado con energía solar siguiera zumbando por sí solo en el jardín y trepó al protegido balcón donde guardaban a «Falk». Él no la vio entrar. Estaba sentado sobre su jergón y miraba intensamente el brumoso cielo estival. El reflejo hacía llorar sus ojos y los restregó enérgicamente con su mano; después, al ver su mano se quedó contemplándola, por el dorso y la palma. Cerró y extendió los dedos, con el ceño fruncido. Luego, levantó su rostro, otra vez, hacia el blanco resplandor del Sol y lentamente, intencionadamente, estiró su abierta mano hacia él.
—Es el Sol, Falk, —dijo Parth—. Sol…
—Sol —repitió él, mirándolo, concentrando, su vacío y ausente ser inundado por la luz del Sol y el sonido de su nombre.
De este modo comenzó su educación.
Parth subió desde los sótanos y al atravesar la Vieja Cocina vio a Falk acodado en una de las ventanas, solo, mirando como caía la nieve del otro lado del manchado vidrio. Hacía diez días que había golpeado a Rossa y que tuvieron que encerrarlo hasta que se calmara. Desde ese momento se había retraído y no hablaba. Era extraño ver su rostro de hombre ensombrecido y corroído por un persistente sufrimiento de chico malhumorado.
—Acércate al fuego —le dijo Parth, pero no se detuvo a esperarlo.
En el gran hall, junto al hogar, esperó durante unos momentos, luego desistió y buscó algo con qué levantar su decaído ánimo. No había nada que hacer; la nieve caía, todos los rostros eran demasiado familiares, todos los libros hablaban de cosas sucedidas hacía mucho tiempo y muy lejos, que ya no eran verdaderas. La silenciosa Casa y sus campos estaban enteramente rodeados por la silenciosa selva, sin fin, monótona, indiferente; invierno tras invierno, y ella no dejaría jamás la Casa, porque, ¿adonde iría, qué haría…?
Sobre una de las mesas vacías había dejado su teanb, un bello instrumento con teclas, al parecer de origen Hainish. Farth ensayó una melodía en el melancólico Ritmo Escalonado de la Selva Oriental, luego afinó el instrumento en su escala primitiva y comenzó nuevamente. No era hábil con el teanb y encontraba las notas con lentitud, cantando las palabras, prolongándolas para mantener la melodía mientras buscaba la nota siguiente:
Perdió la melodía, luego la encontró nuevamente:
Una leyenda muy antigua que revelaba, desde un mundo increíblemente remoto, la antigüedad de sus palabras y melodía como parte del patrimonio del hombre durante siglos. Parth cantaba muy suavemente, sola en la gran habitación iluminada por el fuego, mientras la nieve y el crepúsculo obscurecían las ventanas.
Hubo un ruido detrás de ella y se volvió y vio a Falk a sus espaldas. Había lágrimas en sus extraños ojos. Dijo:
—Parth… basta…
—Falk, ¿qué te pasa…?
—Me hace daño —dijo, volviendo su rostro que tan claramente revelaba la incoherencia y desamparo de su mente.
—¡Qué cumplido para mi canto! —lo hostigó, pero se sentía conmovida y dejó de cantar.
Más tarde, esa noche, vio a Falk junto a la mesa donde estaba el teanb. Extendió su mano pero no osó tocarlo, como si temiera despertar el dulce e implacable demonio que yacía en el interior y que había gemido bajo las manos de Parth y convertido su voz en música.
—Mi niño aprende con más rapidez que el tuyo —le dijo Parth a su prima Garra—, pero el tuyo crece más. Afortunadamente.
—El tuyo es bastante grande —convino Garra, mirando a través del huerto hacia la orilla del arroyo donde Falk se encontraba con la hija de un año de Garra sobre su hombro.
La temprana tarde estival vibraba con el canto de los grillos y de las chicharras. El pelo de Parth se rizaba en negros bucles sobre sus mejillas mientras ella desataba y anudaba y volvía a desatar los corchetes del bastidor. Por encima de su lanzadera asomaban las cabezas y los cuellos de una fila de garzas bailarinas, bordadas en plata sobre gris. A los diecisiete años era la mejor tejedora entre las mujeres. En invierno, sus manos estaban siempre manchadas con las substancias químicas con las que se elaboraban sus hilos y madejas y con las tinturas que los coloreaban y durante todo el verano tejía, en su bastidor equipado con energía solar, los delicados y diversos diseños de su imaginación.