—¿Qué es este lugar, Estrel?
Era un hall alto, lleno de profusa luz verdosa, obscuro como una gruta submarina; había puertas y corredores, a lo largo de los cuales se aproximaba gente que corría hacia él. Estrel se había apartado. Presa del pánico se volvió hacia las puertas, a sus espaldas; ahora estaban cerradas. No tenían picaportes. Confusas figuras de hombres se precipitaron sobre él, gritando. Retrocedió hacia las cerradas puertas y llevó su mano al láser. Ya no estaba. Lo tenía Estrel entre sus manos. Ella permaneció detrás de los hombres que lo rodeaban, mientras intentaba escapar a través de ellos y lo capturaban y luchaba y lo golpeaban, escuchó, durante un momento, un sonido que nunca había oído antes: su risa.
Un desagradable ruido resonaba en los oídos de Falk; un gusto metálico le llenaba la boca. Su cabeza sufría vértigos cuando intentaba levantarla, sus ojos no discernían con nitidez y no podía moverse libremente. Advirtió, sin embargo, que despertaba de la inconsciencia y pensó que no podía moverse porque estaría herido o drogado. Luego descubrió que sus muñecas estaban amarradas con una corta cadena y también sus tobillos. Pero el vértigo de su cabeza empeoraba. Una potente voz resonaba ahora en sus oídos y repetía la misma cosa una y otra vez:
RAMARREN-RAMARREN-RAMARREN
Se debatió y gritó en una tentativa por liberarse de la poderosa voz que lo llenaba de terror. Vio centellear luces delante de sus ojos y, a través del rugido de su cabeza, escuchó que alguien gritaba con su propia voz.
—Yo no soy…
Cuando volvió nuevamente en sí todo estaba completamente silencioso. Le dolía la cabeza y todavía no podía ver con claridad; pero ya no había ataduras en sus muñecas ni en sus tobillos, si alguna vez las había habido, y tuvo la certidumbre de que estaba protegido, amparado, cuidado. Ellos sabían quién era él y le daban la bienvenida. Su propia gente venía a verlo, estaba a salvo aquí, querido, amado y todo lo que necesitaba, ahora, era dormir y descansar, descansar y dormir, mientras la blanda quietud murmuraba tiernamente en su cabeza:
MARREN, MARREN, MARREN
Despertó. Le llevó un buen rato, pero despertó y se las ingenió para sentarse. Tuvo que enterrar su dolorida cabeza entre sus brazos durante unos momentos para superar el vértigo y advirtió, por primera vez, que estaba sentado en el piso de una habitación, un piso que parecía cálido y confortable, casi blando, como el flanco de alguna enorme bestia. Luego levantó la cabeza, logró enfocar el lugar con sus ojos y miró en derredor.
Estaba solo, en medio de una habitación tan misteriosa que revivió su vértigo durante unos minutos. No había muebles. Las paredes, el techo y el piso eran del mismo material translúcido que producía una sensación de blandura y de ondulación como si fuera una serie de espesos velos verdes, pero era duro y pulido al tacto. Extraños grabados y rebordes y pliegues formaban ornamentos sobre el piso pero, para la exploración de la mano, resultaban inexistentes; simplemente producían ilusiones ópticas, o bien yacían bajo una suave y transparente superficie. Los ángulos donde se encontraban las paredes eran disimulados por fantaseosos dibujos de cruces y pseudoparalelas que hacían las veces de decoración; hacer retroceder las paredes hasta su ángulo correcto implicaba un esfuerzo de voluntad, que era, quizás, un esfuerzo de autoengaño porque bien podría ser, que, después de todo, no se tratase de ángulos. Pero ninguno de estos atormentadores subterfugios de la decoración desorientaba tanto a Falk como el hecho de que la habitación en su totalidad era translúcida. Vagamente, con la sensación de mirar en las profundidades de una charca, debajo de él era visible otra habitación. Por encima se veía un parche de luz que bien podría ser la Luna, velada o verdosa por la interposición de uno o más techos. A través de una pared del cuarto se distinguían borrosamente rayas y manchas de luz y él podía percibir el movimiento de las luces de helicópteros o coches aéreos. A través de las otras tres paredes esas luces exteriores estaban mucho más veladas, borroneadas por paredes ulteriores, corredores, habitaciones. En esas habitaciones se percibía el movimiento de formas. Podía verlas pero no identificarlas; rasgos, vestidos, color, tamaño, todo estaba velado. Una mancha de oscuridad en algún punto entre las profundidades verdes, surgió de pronto y se volvió menos nítida, más verde, confusa y se fundió en la masa de ambigüedad. Visibilidad sin individualización, soledad sin privacidad. Era extraordinariamente hermoso este resplandor enmascarado de luces y formas a través de superpuestos planos de verde y extraordinariamente perturbador.
En ese momento, en un lugar más brillante de la pared más cercana, Falk captó el destello de un movimiento. Se volvió rápidamente y con un estremecimiento de temor percibió algo, por fin, vivido, distinto: un rostro marcado con cicatrices, salvaje y atónito, con dos amarillos ojos inhumanos.
—Un Shing —susurró lleno de terror; el rostro le hacía burla, los terribles labios modularon, silenciosamente «un shing», y entonces vio que se trataba del reflejo de su propia cara.
Se levantó rígidamente, se dirigió hacia el espejo y pasó su mano por encima para asegurarse. Era un espejo, oculto a medias por un marco moldeado y pintado para causar la impresión de menos relieve.
Se volvió al escuchar el sonido de una voz. Del otro lado de la habitación, no demasiado clara en la oscuridad aunque iluminada por secretas fuentes y con suficiente consistencia, una figura permanecía de pie. No había puerta visible, pero un hombre había entrado y allí estaba mirándolo: un hombre muy alto, con un amplio manto o capa que caía desde sus anchos hombros, pelo blanco, claro, obscuro, ojos penetrantes. El hombre habló. Su voz era profunda y muy amable:
—Eres bienvenido aquí, Falk. Te hemos esperado durante largo tiempo, te hemos guiado desde hace mucho y también cuidado.
La luz se volvía más brillante en el cuarto, era una radiación clara y creciente. La profunda voz tenía una nota de exaltación.
—Depón el temor y sé bienvenido, Oh Mensajero. El camino obscuro yace detrás de ti y tus pies están sobre la ruta que te conduce a casa.
El destello aumentó hasta enceguecer los ojos de Falk; tuvo que pestañear y pestañear y cuando miró nuevamente, bizqueando, el hombre ya se había marchado.
Espontáneamente le vinieron a la mente las palabras pronunciadas por un viejo, hacía algunos meses, en la Selva: «La terrible oscuridad de las brillantes luces de Es Toch».
No jugarían con él, ni lo drogarían ni lo engañarían ya. Había sido un tonto al venir aquí y nunca lograría salir con vida; pero no jugarían con él. Se adelantó para buscar la oculta puerta y seguir al hombre. Una voz, desde el espejo, dijo:
—Espera, Falk. Las ilusiones no siempre son mentiras. Tú buscas la verdad.
Una grieta en la pared se abrió dando lugar a una puerta; dos figuras entraron. Una, esbelta y pequeña, entró atropelladamente: usaba pantalones y chaquetón y una gorra calzada. La segunda, más alta, estaba vestida pesadamente y se movía con afectación, como una bailarina; el pelo largo, negrorojizo, caía en una cascada hasta la cintura femenina, no… masculina porque la voz, aunque muy suave era profunda:
—Hemos sido filmados, lo sabes, Strella.
—Ya lo sé —dijo el hombrecito con la voz de Estrel; ninguno de ellos miró a Falk; se comportaban como si estuvieran solos—. Sigue con lo que estabas por decir, Kradgy.
—Te preguntaba por qué tardaste tanto tiempo.