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—Posiblemente. Pensamos que te habrían suministrado un parahipnótico bloqueador. En lugar de eso, te destruyeron la mente. No sabemos dónde aprendieron los rebeldes esa técnica, que es para nosotros un absoluto secreto. Y, aún más secreto, es el hecho de que una mente destruida pueda ser restaurada. —Una sonrisa apareció, durante un momento en su pesado rostro de máscara, luego desapareció completamente—. Con nuestras técnicas de psicocomputadora, creemos poder efectuar la restauración en tu caso. Sin embargo, esto significa el total bloqueo de la personalidad reemplazada; y, por tal razón, no quisimos proceder sin tu consentimiento.

La personalidad reemplazada… No significaba nada en particular: ¿Qué significaba?

Falk experimentó un escalofrío y dijo cuidadosamente:

—¿Quieres decir que, para recordar aquello que fui, debo de olvidar… esto que soy?

—Desgraciadamente, así es. Lo lamentamos mucho. La pérdida, sin embargo, de una personalidad de unos pocos años de duración, aunque lamentable, no representa un precio demasiado elevado como pago por la reapropiación de una mente como la tuya, es obvio, y, por supuesto, no lo es, si se piensa en la probabilidad de completar tu gran misión a través de las estrellas con el regreso a tu casa dueño del saber que tan gallardamente, has venido aquí a buscar.

A pesar de su ronco e insólito susurro, Abundibot era tan fluido en su conversación como en la comunicación telepática; sus palabras se derramaban y Falk aprehendía el significado, si lo aprehendía, sólo al tercer o cuarto intento.

—¿La posibilidad de completar…? —repitió, sintiéndose tonto y mirando a Orry en busca de ayuda—. ¿Quieres decir que me enviarían ustedes de regreso a… este planeta de donde se presume que provengo?

—Consideraremos un honor y un comienzo de la reparación que te debemos proveerte con una nave de velocidad luz para el viaje a Werel.

—La Tierra es mi casa —dijo Falk con súbita violencia.

Abundibot permanecía silencioso. Después de un minuto el muchacho habló:

—Werel es la mía, prech Ramarren —dijo ansiosamente—. Y nunca podré volver allá sin ti.

—¿Por qué no?

—No sé donde queda. Yo era un chico. Nuestra nave fue destrozada, los computadores de rumbo y todo lo demás voló cuando el ataque. ¡No puedo calcular nuevamente el rumbo!

—¡Pero esta gente tiene naves de velocidad luz y computadores de rumbo! ¿Qué quieres decir? Cuál es la órbita de Werel, es todo lo que necesitas saber.

—Pero no lo sé.

—Esto es absurdo —Falk comenzó a decir, montando progresivamente en cólera.

Abundibot levantó la mano en un gesto curiosamente potente.

—Deja que el muchacho se explique, Agad Ramarren —susurró.

—Es verdad, prech Ramarren —dijo Orry temblorosamente, su rostro carmesí—. Si… si tu fueras tan sólo tú mismo, lo sabrías sin necesidad de que se te dijera. Yo estaba en mi novena fase lunar… pertenecía todavía al Primer Nivel. Los Niveles… Bueno, nuestra civilización, en nuestra casa, es diferente de todo lo de aquí, según creo. Ahora que lo veo a la luz de lo que pretenden hacer los Amos aquí y de los ideales democráticos, comprendo que es algo retrógado en algunos sentidos. Pero, en todo caso, están los Niveles que cortan transversalmente todos los Órdenes y rangos y constituyen la Básica Armonía de prechnoye… No sé cómo decirlo en Galaktika. Conocimiento, supongo. De todas maneras, yo me encontraba en el Primer Nivel, era un chico, y tú eres Nivel Ocho y Orden. Y cada nivel tiene… cosas que uno no aprende, y cosas que no se le dicen a uno y que no pueden ser dichas ni entendidas hasta que ingresas en él. Y debajo del Séptimo Nivel, no aprendes el Verdadero Nombre del Mundo o el verdadero nombre del Sol… sino que se trata, tan sólo, del mundo, Werel, y del sol, Prahan. Los Verdaderos Nombres son los antiguos… se encuentran en la Octava Analecta de los Libros de Alterra, los libros de la Colonia. Están escritos en Galaktika, de modo que significarían algo para los Amos, aquí. Pero no podría decirlo, porque no los conozco; todo lo que conozco es «sol» y «mundo» y eso no me conduciría a casa… ¡ni a ti, si no puedes recordar lo que sabías! ¿Qué sol? ¿Qué mundo? ¡Oh, tienes que permitirles que te restauren la memoria, prech Ramarren! ¿Te das cuenta?

—Como a través de un cristal —dijo Falk— obscuramente.

Y con las palabras del Canon recordó todo inmediatamente, con certidumbre y nitidez en medio de su espanto, el Sol que brillaba por encima del Claro, brillante en los ventosos y enramados balcones de la Casa de la Selva. Entonces, no era su nombre lo que había venido a aprender, sino el del Sol, el verdadero nombre del Sol.

Capítulo 8

El extraño e invisible Consejo de los Amos de la Tierra había terminado. Al partir, Abundibot le dijo a Falk:

—La elección está en tus manos; o seguir siendo Falk, nuestro huésped en la Tierra, o recobrar tu herencia y completar tu destino como Agad Ramarren de Werel. Deseamos que tu elección sea concienzuda y oportuna. Esperamos tu decisión y la acataremos —y luego a Orry—: Haz que tu pariente recorra libremente la ciudad, Har Orry, haznos saber todo lo que él y tú deseen.

La puerta hendidura se abrió detrás de Abundibot y éste se retiró, y su alta y corpulenta figura se desvaneció tan abruptamente que parecía que la hubieran apagado. ¿Había estado, en realidad, allí en substancia, o sólo como una especie de proyección? Falk no estaba seguro. Se preguntaba si ya había visto un Shing, o sólo las sombras y las imágenes de los Shing.

—¿Hay algún lugar adonde se pueda caminar, al aire libre? —le preguntó súbitamente al muchacho, enfermo de los caminos indirectos y no substanciales y de las paredes de ese lugar y, también, preguntándose hasta qué punto se extendía, realmente, su libertad.

—Adonde quieras, prech Ramarren. Si quieres caminar por las calles… ¿o quizás prefieras tomar un deslizador? ¿O bien visitar el jardín, dentro de este palacio?

—Mejor será el jardín.

Orry lo condujo por un corredor amplio, vacío y brillante y a través de una puerta valva hacia una pequeña habitación.

—El jardín —dijo en voz alta, y la valva se cerró; no hubo sensación alguna de movimiento pero cuando se abrió accedieron a un jardín. Estaba justo del otro lado de la puerta; las paredes translúcidas destelleaban con las luces de la Ciudad, a lo lejos; la Luna, casi llena, brillaba brumosa y distorsionada a través del vidrioso techo. El lugar estaba anegado de suaves luces móviles y de sombras, repleto de arbustos tropicales y enredaderas que trepaban por enrejados y colgaban desde glorietas, cuyos macizos de flores crema y carmesí rezumaban en el enrarecido aire y cuyo follaje ocultaba el panorama todo en derredor. Falk se volvió súbitamente para asegurarse de que el camino de salida permanecía abierto detrás de él. El silencio cálido, pesado y perfumado era inescrutable; durante unos momentos creyó que las ambiguas profundidades del jardín ocultaban el rastro de algo extraño y enormemente remoto, los matices, la cualidad, la complejidad de un mundo perdido, de un planeta de perfumes y de ilusiones, de ciénagas y transformaciones…

En el camino entre umbrías flores, Orry acortó el paso para tomar un pequeño tubo blanco de una caja y colocó su extremo entre sus labios, succionando con vigor; Falk estaba demasiado absorto en otras impresiones como para prestarle atención, pero, ligeramente turbado, el muchacho le explicó:

—Es la pariitha, un tranquilizador, todos los Amos la usan; tiene un efecto muy estimulante sobre la mente. Si tú quieres…

—No gracias. Hay algunas cosas más que quiero preguntarte.

Vaciló, sin embargo. Estas nuevas preguntas no podrían ser completamente directas. A través del «Consejo» y de las explicaciones de Abundibot había experimentado repetida e incómodamente, que todo el asunto era una representación: una pieza, tal como las que había visto en los antiguos telecarreteles, en la biblioteca del Príncipe de Kansas, por ejemplo, el viejo y loco rey Lir delirante en medio de una tempestad. Pero lo curioso era su clara impresión de que la obra no se representaba en su beneficio, sino en el de Orry. No entendía por qué, pero una y otra vez había sentido que todo lo que Abundibot le dijera estaba dirigido a demostrarle algo al muchacho.