Выбрать главу

Fue llevado a través de un laberinto de habitaciones que finalizaba en un lugar bañado de luz, cubículos subterráneos sobre cuyas paredes se acumulaban pantallas y las teclas de un inmenso complejo de computadoras. Ken Kenyak se adelantó para recibirlo. Estaba solo. Era curioso que siempre hubiera visto a los Shing de a uno o dos, y a muy pocos en total. Pero no quedaba tiempo para preocuparse por eso, ahora, aunque en las fronteras de su mente, un ambiguo recuerdo, una explicación, danzó durante unos segundos, hasta que Ken Kenyak habló:

—No intentaste suicidarte anoche —dijo el Shing en su susurro átono.

Esa era, en verdad, la única salida que no se le había ocurrido a Falk.

—Pensé que debía dejarlos a ustedes manejar este asunto —dijo.

Ken Kenyak no prestó atención a sus palabras, aunque tenía el aire de escuchar atentamente.

—Todo está listo —dijo—. Estos son los mismos teclados y precisamente, las mismas conexiones que fueron utilizadas para bloquear tu primaria estructura paramental, hace seis años. La remoción del bloqueo no opondrá dificultad o trauma, en función de tu consentimiento. El consentimiento es esencial para la restauración, aunque no para la represión. ¿Estás listo ahora? —casi simultáneamente con sus palabras le habló telepáticamente a Falk en este deslumbrante y claro discurso mentaclass="underline"

—¿Estás listo?

Escuchó con gran atención cuando Falk respondió:

—Lo estoy.

Como si estuviera satisfecho por la respuesta o por su tono de empatía, el Shing asintió con su cabeza y dijo con su monótono susurro:

—Comenzaré, entonces, sin drogas. Las drogas empañan la claridad de los procesos parahipnóticos; es más fácil trabajar sin ellas. Siéntate aquí.

Falk obedeció, silencioso, y trató de guardar, también, silencio mental.

Un asistente entró, obedeciendo a una señal muda, y se dirigió hacia Falk mientras Ken Kenyak se sentaba frente a uno de los teclados computadores, como un músico se instala frente a su instrumento. Durante un momento, Falk recordó el gran bastidor en el Salón del Trono, en Kansas, las rápidas y obscuras manos que revolotearon sobre aquel, y formaron y quebraron los cambiantes dibujos de piedras, estrellas… pensamientos. La oscuridad se precipitó como una cortina adelante de sus ojos y sobre su mente. Advirtió que le cubrían la cabeza con algo, una capucha o un gorro; después no percibió ya nada, sólo oscuridad, infinita oscuridad, las sombras. Entre las sombras una voz decía una palabra en su mente, una palabra que casi entendía. Una y otra vez la misma palabra, la palabra, la palabra, el nombre… Como el relumbrar de una luz que su voluntad quería mantener relumbrando, y lo afirmó con todo su esfuerzo, contra toda superioridad, en silencio:

—¡Yo soy Falk!

Después, oscuridad.

Capítulo 9

Era un lugar silencioso y umbrío, como una profunda selva. Débil, fluctuó entre el sueño y el despertar. Soñaba o recordaba fragmentos de un sueño anterior y más profundo. Luego, nuevamente se dormía, y una vez más despertaba a la umbría luz verdosa y al silencio.

Hubo un movimiento cerca de él. Volvió la cabeza y vio a un joven, un extraño.

—¿Quién eres tú?

—Har Orry.

El nombre cayó como una piedra en la soñolienta tranquilidad de su mente y se desvaneció. Sólo que los círculos se ampliaron y ampliaron suave, lentamente, hasta que, por fin, el círculo más exterior tocó la playa y se quebró. Orry, el hijo de Har Weden, uno de los Viajeros… un muchacho, un chico, nacido en invierno.

La lisa superficie del pozo de sueño fue ligeramente perturbada. Cerró los ojos nuevamente y deseó sumergirse.

—Soñé —murmuró con los ojos cerrados—, tuve muchos sueños…

Pero volvió a despertarse y miró adentro de ese rostro asustado, infantil e inseguro. Era Orry. El Hijo de Weden: Orry, pero dentro de cinco o seis fases lunares, si sobrevivían al Viaje.

¿Qué sería lo que había olvidado?

—¿Qué es este lugar?

—Por favor, no hables, prech Ramarren… todavía no hables; por favor, quédate callado.

—¿Qué me ha sucedido? —El vértigo lo obligó a obedecer al muchacho y a recostarse.

Su cuerpo, aun los músculos de sus labios y de su lengua cuando hablaba, no le obedecían adecuadamente. No era debilidad sino una extraña falta de control. Para levantar una mano tenía que emplear una volición consciente, como si fuera la mano de algún otro la que levantaba.

La mano de algún otro… Contempló su brazo y su mano durante largo rato. La piel lucía curiosamente obscurecida como si hubiera sido teñida. Desde el codo a la muñeca corrían una serie de paralelas cicatrices azulinas levemente punteadas como marcadas por sucesivos pinchazos de una aguja. Aun la piel de la mano se había endurecido y curtido como si hubiera andado mucho tiempo al aire libre y no en los laboratorios y en las salas de computadoras del Centro de Viajes y en los Salones del Consejo y en los Lugares de Silencio de Wegest…

Súbitamente miró en derredor. El cuarto en el cual se encontraba no tenía ventanas; pero, misteriosamente, pudo ver la luz del Sol, allí adentro, a través de las verdosas paredes.

—Hubo un accidente —dijo finalmente—. En el aterrizaje o cuando… Pero hicimos el Viaje. Lo hicimos. ¿Acaso lo soñé?

—No, prech Ramarren, hicimos el Viaje.

Nuevamente silencio. Después de unos momentos dijo:

—Sólo puedo recordar el Viaje como si fuera una noche, una larga noche, última noche… Pero en él creciste y de un chico te volviste casi un hombre. Nos equivocamos en eso, entonces.

—No… el Viaje no me hizo madurar —Orry se detuvo.

—¿Dónde están los otros?

—Perdidos.

—¿Muertos? Dime todo, vesprech Orry.

—Probablemente muertos, prech Ramarren.

—¿Qué es este lugar?

—Por favor, descansa ahora…

—Contesta.

—Esta es una habitación en una ciudad llamada Es Toch sobre el planeta Tierra —contestó el muchacho con la debida formalidad, y luego prorrumpió en una especie de lamento—. ¿No lo conoces? ¿No lo recuerdas… nada recuerdas? Esto es peor que antes…

—¿Cómo podría recordar la Tierra? —susurró Ramarren.

—Yo… yo tenía que decirte: "Lee la primera página del libro".

Ramarren no prestó atención al tartamudeo del muchacho. Sabía ahora que todo había fracasado, y que había transcurrido un tiempo del cual nada sabía. Pero, hasta que pudiera dominar esta extraña debilidad de su cuerpo nada podía hacer, de modo que sé mantuvo silencioso hasta que el mareo hubo pasado. Luego, tácitamente, se repitió algunos de los Soliloquios del Quinto Nivel; y cuando ellos tranquilizaron su mente, se ordenó dormir.

Nuevamente los sueños lo asaltaron, complejos y atemorizantes pero velados por una dulzura como la luz del Sol cuando irrumpe en la obscura y antigua selva. Con sueños más profundos se dispersaron estas fantasías y la imagen se convirtió en un recuerdo simple y vivido. Esperaba junto al lugar de aterrizaje para acompañar a su padre a la ciudad. En las laderas de las colinas de Charn, las selvas habían perdido a medias sus hojas en su largo otoño, pero el aire era cálido y claro y tranquilo. Su padre, Agad Karsen, un hombrecito magro cubierto con sus vestiduras de ceremonial y su yelmo se acercaba lentamente, a través del césped, con su hija, y ambos reían pues él le hacía burla con su primer pretendiente: