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—¿Eres tú de la Raza del Hombre o del Enemigo?

Ella rió de un modo forzado y burlón.

—Ambas cosas, Falk. No hay Enemigo y yo trabajo para ellos. Escucha, dile a Abundibot que tu nombre es Falk. Díselo a Ken Kenyek. Dile a todos los Amos que tu nombre es Falk… ¡eso les dará motivo de preocupación! Falk…

—Basta.

Su voz fue tan suave como al comienzo, pero había hablado con toda su autoridad: ella se detuvo con la boca abierta, perpleja. Cuando habló nuevamente fue sólo para repetir ese nombre por el que lo llamaba, en una voz que se había vuelto temblorosa y casi suplicante. Inspiraba lástima, pero no le contestó. Se encontraba en un estado psicótico permanente o temporario, y él se sentía demasiado vulnerable e inseguro, en dichas circunstancias, como para permitirse comunicación alguna. Se sentía bastante tembloroso, él también, y alejándose de ella se retrajo y sólo secundariamente advirtió su presencia en su voz. Necesitaba recogerse en sí mismo; había algo muy extraño que le sucedía, no era una droga, por lo menos una droga que conociera, sino un profundo desplazamiento y desequilibrio, peor que cualquiera de las insanías inducidas en la disciplina mental del Séptimo Nivel. La voz detrás de él se elevó en agudo rencor y luego él advirtió el pasaje a la violencia y junto con ello la sensación de una segunda presencia. Se dio vuelta con mucha rapidez: ella había comenzado a sacar de entre sus extrañas vestiduras algo que era obviamente un arma, pero estaba petrificada mirando no hacia él sino a un hombre alto que había aparecido en la puerta.

No se pronunció palabra, pero el recién venido dirigió a la mujer una orden telepática de tal fuerza coercitiva que hizo respingar a Ramarren. El arma cayó al suelo y la mujer, articulando un agudo y penetrante sonido, corrió agachada hacia afuera del cuarto, intentando escapar a la destructora insistencia de esa orden mental. Su borrosa sombra onduló un momento sobre la pared y luego se desvaneció.

El hombre alto volvió sus ojos ribeteados de blanco hacia Ramarren y le habló telepáticamente con poder normaclass="underline"

—¿Quién eres tú?

Ramarren respondió del mismo modo:

—Agad Ramarren —pero nada más y no se inclinó. Las cosas eran peores de lo que se había imaginado al principio. ¿Quiénes eran estas personas? En la confrontación había sido testigo de insanía, crueldad y terror y nada más; por cierto, nada que lo predispusiera a reverenciarlos o a confiar en ellos.

Pero el hombre alto se adelantó ligeramente, con una sonrisa sobre su pesado, rígido rostro y habló en voz alta, cortésmente, en la Lengua de los Libros:

—Soy Pelleu Abundibot, y te doy una calurosa bienvenida a la Tierra, ¡hombre de la misma sangre, hijo de un largo exilio, mensajero de la Colonia Perdida!

Ramarren, ante esto hizo una breve inclinación y permaneció unos momentos en silencio.

—Pareciera —dijo—, que he estado sobre la Tierra durante un tiempo, y que me hubiera hecho una enemiga de esta mujer y también que hubiera ganado algunas cicatrices. ¿Puedes decirme cómo fue todo eso, y cómo perecieron mis compañeros? Háblame telepáticamente, si quieres: no hablo Galaktika tan bien como tú.

—Prech Ramarren —dijo el otro, evidentemente había tomado la expresión de Orry como si se tratara de una mera distinción y no tuviera noción de cuál era la relación de prechnoye— perdóname, primero, que hable en voz alta. No es costumbre nuestra hablar telepáticamente excepto en caso de necesidad urgente, o a nuestros inferiores. Y, en segundo lugar, perdona la intrusión de esa criatura, una sirvienta cuya locura la ha llevado al margen de la Ley. Nos ocuparemos de su mente. No te molestará nuevamente. En cuanto a tus preguntas, todas serán contestadas. Brevemente, sin embargo, aquí va la desdichada historia que, en última instancia, tiene un final feliz. Tu nave Alterra fue atacada, cuando ingresó en el espacio Terrestre, por nuestros enemigos, rebeldes al margen de la Ley. Ellos apresaron a dos o alguno más entre los tuyos en sus pequeños coches planetarios antes de que nuestra guardia llegara al lugar. Cuando se hizo presente, habían destruido la Alterra con todo lo que quedaba a bordo y se habían dispersado en sus pequeñas naves. Atrapamos aquella en la cual iba el pequeño Orry prisionero, pero a ti te llevaron, no sé con qué propósito. No te mataron, pero anularon tu memoria y te retrotrajeron al estadio prelingüístico y luego te abandonaron en una selva virgen para que allí encontraras la muerte. Sobreviviste, y los bárbaros te dieron albergue; finalmente, nuestros rastreadores dieron contigo, te trajeron aquí y mediante técnicas parahipnótieas hemos logrado restaurar tu memoria. Fue todo lo que pudimos hacer… poco, en realidad, pero todo.

Ramarren escuchaba con toda concentración. La historia lo conmovió y no hizo ningún esfuerzo para ocultar sus sentimientos; pero, también experimentó cierta inquietud o sospecha que sí ocultó. El hombre alto se había dirigido a él, aunque muy brevemente, en forma telepática, y, en consecuencia, le había procurado cierto grado de sincronización. Luego Abundibot había cancelado toda emisión telepática y levantado una guardia empática, pero no perfecta; Ramarren, muy sensible y sutilmente entrenado, recibió vagas impresiones empáticas en relación con lo que dijera el hombre al aludir a una demencia. ¿O se encontraba él mismo tan fuera de sincronización… cosa lógica después de la parahipnosis… que estas recepciones empáticas simplemente eran falaces?

—¿Cuánto tiempo…? —preguntó, por fin, clavando la mirada, por un instante, en esos ojos extranjeros.

—Hace seis años según cómputo terrestre, prech Ramarren.

El año terrestre tenía, aproximadamente, la extensión de una fase lunar.

—Tanto tiempo —dijo; no podía concebirlo, sus amigos, sus compañeros de Viaje habían muerto hacía tanto tiempo, y él había estado solo en la Tierra durante…—¿Seis años?

—¿No recuerdas nada de esos años? Nos vimos obligados a borrar esa rudimentaria memoria que tuviste en ese periodo, con el objeto de restaurarte tu verdadera memoria y personalidad. Lamentamos mucho esa pérdida de seis años de tu vida. Pero no deben de constituir recuerdos sanos o agradables. Los brutos al margen de la ley hicieron de ti una criatura más embrutecida aún, que ellos mismos. Me alegro de que no recuerdes, prech Ramarren.

No sólo contento, sino gozoso. Este hombre debía de tener muy poca habilidad empática o entrenamiento, pues, en tal caso, hubiera levantado una guardia mejor; su guardia telepática, en lo que le concernía, era total. Cada vez más distraído por esos implícitos tonos escuchados telepáticamente que implicaban falsedad u oscuridad en lo dicho por Abundibot, y por la constante falta de coherencia en su propia mente, aun en sus reacciones físicas, que seguían siendo lentas e inseguras, Ramarren tuvo que esforzarse para responder. Los recuerdos… ¿cómo era posible que hubieran transcurrido seis años sin que recordara un solo momento de ellos? Pero ciento cuarenta años habían transcurrido mientras su nave de velocidad luz viajara de Werel a la Tierra y de eso tan sólo recordaba un momento, en verdad, un momento terrible y eterno… ¿Cómo lo había llamado la mujer loca con su demente y gimiente rencor?

—¿Cómo me llamaba, durante esos seis años?

—¿Llamado? ¿Entre los nativos, quieres decir, prech Ramarren? No estoy seguro del nombre que te habían dado, si se ocuparon de llamarte de algún modo…

Falk, ella lo había llamado Falk.

—Compañero —dijo abruptamente, traduciendo la forma Kelshak de hablar al Galaktika—, me enteraré de más cosas sobre ustedes más tarde, si quieres. Lo que me cuentas me perturba. Déjame solo con ello por un tiempo.

—Por cierto, por cierto, prech Ramarren. Tu joven amigo Orry está ansioso por verte… ¿quieres que te lo mande? —pero Ramarren, después de haber formulado su pedido y escuchado que se lo concedían, al modo de los de su Nivel, se había alejado del otro, lo había desincronizado y todo lo que aquel pudiera decir sólo significaba para él meramente un ruido—. Nosotros también tenemos mucho que saber acerca de ti y esperamos, ansiosos, que llegue el momento, una vez que te sientas recuperado —silencio, luego, el ruido nuevamente—: Nuestros sirvientes esperan para servirte; si deseas un refresco o compañía sólo tienes que acercarte a la puerta y hablar —silencio nuevamente y, por fin, la grosera presencia se retiró.