A su lado, cálido y reconfortante, Clary lo notó reír.
—Hermano Enoch —saludó Maryse mientras se levantaba detrás del escritorio—. Gracias por reunirte con el hermano Zachariah y conmigo habiéndote avisado con tan poco tiempo.
«¿Tiene esto que ver con Jace? —preguntó Zachariah y, si Maryse no hubiera sabido que era imposible, le habría parecido que había un toque de ansiedad en su voz mental—. Lo he visitado varias veces hoy. Su estado no ha variado.»
Enoch se removió bajo su hábito.
«Y yo he estado revisando los archivos y los documentos antiguos relativos al fuego celestial. Hay alguna información sobre el modo en que puede liberarse, pero debes ser paciente. No hay motivo para llamarnos. Si tenemos alguna novedad, nosotros te llamaremos.»
—No es sobre Jace —repuso Maryse, y salió de detrás del escritorio, con los tacones resonando sobre el suelo de piedra de la biblioteca—. Es sobre algo totalmente diferente. —Miró hacia abajo. Habían colocado una alfombra de cualquier manera en el suelo, donde no solía haber ninguna alfombra. Cubría en parte el delicado dibujo hecho con losetas que formaba la silueta de la Copa, la Espada y el Ángel. Se agachó, cogió una punta de la alfombra y estiró.
Los Hermanos Silenciosos no ahogaron un grito, claro; no podían emitir ningún sonido. Pero una cacofonía llenó la cabeza de Maryse, el eco psíquico de su impresión y su horror. El hermano Enoch retrocedió un paso, mientras que el hermano Zachariah alzó una mano de largos dedos para cubrirse el rostro, como si pudiera impedir que sus ojos vieran lo que tenían delante.
—No estaba aquí esta mañana —explicó Maryse—. Pero cuando volví esta tarde, estaba esperándome.
Al primer vistazo había pensado que era algún pájaro grande que había encontrado la manera de colarse en la biblioteca y había muerto ahí, quizá al romperse el cuello contra uno de los altos ventanales. No dijo nada de la desesperación visceral que la había traspasado como una flecha, ni de la manera en que había llegado tambaleándose a la ventana y había vomitado por ella en cuanto se había dado cuenta de lo que estaba viendo.
Un par de alas blancas; no blancas del todo, sino una amalgama de colores que se movían y parpadeaban al mirarlas: plata claro, reflejos violeta, azul oscuro, ambas alas delineadas en oro. Y luego, en la raíz, un feo corte que había mutilado hueso y tendón. Alas de ángeclass="underline" las alas seccionadas de un ángel vivo. Icor de angélico, del color del oro líquido, manchaba el suelo.
Sobre las alas, un trozo de papel doblado, dirigido al Instituto de Nueva York. Después de echarse agua en la cara, Maryse había cogido la nota y la había leído. Era corta: una única frase, y estaba firmada con un nombre en una escritura que le resultaba extrañamente familiar, porque era un eco de la cursiva de Valentine: las florituras de las letras, la mano fuerte y firme. Pero no era el nombre de Valentine. Era el nombre de su hijo.
Jonathan Christopher Morgenstern.
Le pasó la nota al hermano Zachariah. Él la cogió y la abrió; leyó, al igual que ella, la única palabra de griego clásico trazada en una complicada escritura en lo alto de la página.
Erchomai, decía.
Voy de camino.
Notas de la autora
La invocación en latín que usa Magnus en el capitulo 11 para invocar a Azazel, que comienza con «Quod tumeraris; per Jehovam, Gehennam,…» está sacada de La trágica historia del doctor Faustus, de Christopher Marlowe.
Los trozos de la balada que Magnus escucha en el coche están tomadas, con permiso, de Alack, for I Can Get No Play, de Elka Cloke. www.elkacloke.com.
El lema de la camiseta «ES EVIDENTE QUE HE TOMADO MALAS DECISIONES» está inspirado en el cómic de mi amigo Jeph Jacques en www.questionablecontent.net. Las camisetas pueden comprarse en www.topatoco.com. Magical Love Gentleman también es suya.
Agradecimientos
Como siempre, debo dar las gracias a mi familia: mi esposo, Josh; mis padres, y también a Jim Hill y a Kate Connor; Melanie, Jonathan y Helen Lewis; Florence y Joyce. Muchas gracias a los primeros lectores y críticos Holly Black, Sarah Ress Brennan, Delia Sherman, Gavin Grant, Kelly Link, Ellen Kushner y Sarah Smith. Debo dar un crédito especial a Holly, Sarah, Maureen Johnson, Robin Wasserman, Cristi Jacques y Paolo Bacigalupi, por ayudarme a descartar escenas. Maureen, Robin, Holly y Sarah, siempre estáis ahí para aguantar mis protestas, sois unas estrellas.
Gracias a Martange por ayudarme con el francés, y a mis fans indonesios por la declaración de Magnus a Alec. Wayne Miller, como siempre, me ayudó con las traducciones de latín, y Aspasia Diafa y Rachel Kary me echaron una mano con el griego clásico. Recibí una ayuda impagable de mi agente, Barry Goldblatt, mi editora, Karen Wojtyla, y de su cómplice, Emily Fabre. Gracias a Cliff Nielson y a Russell Gordon, por la bonita portada, y al equipo de Simon and Schuster y Walker Books por realizar el resto de la magia.
Ciudad de las almas perdidas fue escrita con el programa Scrivener, en la ciudad francesa de Goult.