Maryse y Kadir fueron los que entraron en el ascensor para reunirse con Jace en el tejado y ver los restos del ritual de Lilith. Pasaron otros diez minutos antes de que Maryse regresara, sola. Cuando las puertas se abrieron y Clary vio su rostro, blanco, serio y agitado, lo supo.
Lo que había pasado después había sido como un sueño. El grupo de cazadores de sombras del vestíbulo había ido hacia Maryse; Alec se había separado de Magnus, e Isabelle se había puesto en pie de un salto. Ráfagas de luz blanca cortaron la oscuridad como los resplandores de los flashes de las cámaras en una escena del crimen, cuando, uno tras otro, los cuchillos serafines fueron iluminando las sombras. Clary se abrió paso y oyó la historia a trozos: el jardín del tejado estaba vacío; Jace había desaparecido. El ataúd de cristal que había contenido a Sebastian estaba destrozado; había trozos de vidrio por todas partes. Sangre, aún fresca, goteaba del pedestal donde había estado colocado el ataúd.
Al instante, los cazadores de sombras comenzaron a hacer planes, a dispersarse en círculo y registrar el área alrededor del edificio. Magnus estaba allí, con chispas azules en las manos; le preguntó a Clary si tenía algo de Jace con que poder rastrearlo. Como atontada, ella le dio el anillo Morgenstern y se retiró a un rincón para llamar a Simon. Acababa de colgar el teléfono cuando la voz de uno de los cazadores de sombras se oyó sobre las otras.
—¿Rastrearlo? Eso sólo funcionará si aún sigue vivo. Con toda esa sangre no es muy probable…
De alguna manera, eso fue la gota que colmó el vaso. La prolongada hipotermia, el agotamiento y el shock le pasaron factura, y se le doblaron las rodillas. Su madre la cogió antes de que llegara al suelo. Después de eso, todo fue una oscura confusión. Se despertó a la mañana siguiente en su cama en casa de Luke; se incorporó de golpe con el corazón disparado, convencida de que había tenido una pesadilla.
Mientras salía de la cama, los pálidos morados en las piernas y los brazos le contaron una historia diferente, al igual que la falta de su anillo. Se puso unos vaqueros y una sudadera, y se tambaleó hasta el salón donde encontró a Jocelyn, a Luke y a Simon sentados con sombrías expresiones en el rostro. No le hacía falta preguntar, pero de todas formas lo hizo.
—¿Lo han encontrado? ¿Ha vuelto?
Jocelyn se puso en pie.
—Cariño, sigue desaparecido…
—Pero ¿no está muerto? ¿Aún no han encontrado el cuerpo? —Se desplomó en el sofá junto a Simon—. No, no está muero. Yo lo sabría.
Recordaba a Simon cogiéndola de la mano mientras Luke le explicaba lo que sabían: que Jace seguía desaparecido, y también Sebastian. La mala noticia era que la sangre del pedestal la habían identificado como la de Jace. La buena noticia era que la cantidad era menor de la que habían creído; se había mezclado con el agua del ataúd y por eso habían tenido la impresión de que era más de lo que era en realidad. Por el momento pensaban que era muy posible que hubiera sobrevivido a lo que fuera que hubiese ocurrido.
—Pero ¿qué ha ocurrido? —preguntó Clary.
Luke meneó la cabeza, mirándola con sus azules ojos sombríos.
—Nadie lo sabe, Clary.
Ella sintió como si la sangre se le hubiera transformado en agua helada en las venas.
—Quiero ayudar. Quiero hacer algo. No puedo quedarme aquí sentada mientras Jace está desaparecido.
—Yo no me preocuparía por eso —repuso Jocelyn muy seria—. La Clave quiere verte.
Un hilo invisible se le quebró a Clary en las articulaciones y los tendones mientras se ponía en pie.
—Muy bien. Lo que sea. Les diré cualquier cosa que quieran saber si encuentran a Jace.
—Les dirás lo que quieran saber porque tienen la Espada Mortal. —La voz de Jocelyn sonó desesperada—. Oh, cariño, lo lamento tanto…
Y en ese momento, dos semanas después de repetidos testimonios, después de que llamaran a docenas de testigos, después de que ella hubiera sujetado la Espada Mortal decenas de veces, Clary estaba sentada en el dormitorio de Isabelle y esperaba la decisión del Consejo sobre su futuro.
No podía evitar recordar cómo se había sentido sujetando la Espada Mortal. Era como si tuviera pequeños anzuelos clavados en la piel que le arrancaban la verdad. Se había arrodillado, sujetándola, en medio del círculo de las Estrellas Parlantes, y había oído su voz explicándoselo todo al Consejo: cómo Valentine había alzado al ángel Raziel, y cómo ella le había arrebatado el poder de controlar al Ángel al borrar su nombre de la arena y escribir el suyo encima. Les había dicho cómo el Ángel le había ofrecido un deseo, y que lo había empleado para levantar a Jace de entre los muertos; les explicó que Lilith había poseído a Jace, y que además había planeado emplear la sangre de Simon para resucitar a Sebastian, el hermano de Clary, a quien Lilith consideraba su hijo. Les contó cómo la Marca de Caín de Simon había acabado con Lilith, y que habían pensado que la vida de Sebastian también había terminado, y ya no era una amenaza.
Clary suspiró y abrió la tapa de su móvil para mirar la hora.
—Ya llevan una hora —dijo—. ¿Es normal? ¿Es una mala señal?
Isabelle dejó caer a Iglesia, que soltó un fuerte maullido. Fue a la cama y se sentó junto a Clary. Isabelle parecía más delgada que de costumbre (al igual que Clary, durante las dos últimas semanas había perdido peso), pero seguía tan elegante como siempre, con pantalones de pitillo negros y un ajustado top de terciopelo gris. El rímel se le había corrido alrededor de los ojos, lo que debería hacerla parecer un mapache, pero, en vez de eso, le daba el aspecto de una estrella de cine francesa. Abrió los brazos, y sus brazaletes de electrum con sus talismanes de runas tintinearon armónicamente.
—No, no es una mala señal —contestó—. Sólo significa que tienen mucho de qué hablar. —Se giró el anillo Lightwood que llevaba en el dedo—. No te pasará nada. No violaste la Ley. Eso es lo importante.
Clary suspiró. Incluso el calor del hombro de Isabelle junto al suyo era incapaz de derretir el hielo de sus venas. Sabía que, técnicamente, no había quebrantado ninguna Ley, pero también sabía que la Clave estaba furiosa con ella. Era ilegal que un cazador de sombras alzara a los muertos, pero no que lo hiciera el Ángel; de todas formas, lo que había hecho al pedir que Jace recobrara la vida era algo tan enorme que el chico y ella habían acordado no decírselo a nadie.
Pero estaba claro que eso había hecho removerse a la Clave. Clary sabía que querían castigarla, aunque sólo fuera porque su elección había tenido consecuencias desastrosas. En cierto sentido, ella deseaba que la castigaran. Romperle los huesos, arrancarle las uñas, dejar que los Hermanos Silenciosos le rebuscaran en el cerebro con sus afilados pensamientos. Una especie de pacto con el diablo: su dolor a cambio del regreso de Jace sano y salvo. La habría ayudado a superar su culpabilidad por haberlo dejado en aquel tejado, aunque Isabelle y los demás le habían dicho cientos de veces que eso era ridículo, que todos habían pensado que estaba completamente a salvo allí, y que si Clary se hubiera quedado, seguramente también estaría desaparecida.
—Para ya —dijo Isabelle.
Por un momento, Clary no supo si Isabelle le estaba hablando a ella o al gato. Iglesia estaba haciendo lo que hacía a menudo cuando lo dejaban caer: tirarse en el suelo con las cuatro patas en alto, fingiendo estar muerto para que sus amos se sintieran culpables. Pero cuando Isabelle se echó el negro cabello hacia un lado y la miró muy fijamente, Clary supo que era a ella a quien estaba riñendo, y no al gato.