Jocelyn sacudió la cabeza; tenía el rostro grisáceo.
—¿Qué quieres, Jonathan?
—Quiero lo mismo que quiere todo el mundo—contestó Sebastian—. Quiero lo que me corresponde. En este caso, el legado Morgenstern.
—El legado Morgenstern es sangre y devastación —repuso Jocelyn—. Aquí no somos Morgenstern. Ni mi hija ni yo. —Se irguió. Aún se agarraba a la barra, pero Clary pudo ver la fuerza regresar al rostro de su madre—. Si te vas ahora, Jonathan, ni siquiera le diré a la Clave que has estado aquí. —Miró un momento a Jace—. O tú. Si supieran que estás colaborando con él, os matarían a los dos.
Clary se puso ante Jace, instintivamente. Él miró más allá de ella, sobre su hombro, en dirección a su madre.
—¿Te importaría si muriera? —preguntó Jace.
—Me importa lo que le harían a mi hija —contestó Jocelyn—. Y la Ley es dura, demasiado dura. Lo que te ha ocurrido, quizá pueda revertirse. —Volvió a mirar a Sebastian—. Pero para ti, mi Jonathan, es demasiado tarde.
Movió hacia delante la mano con la que había estado agarrando la barra; en ella sujetaba el kindjal de mango largo de Luke. Las lágrimas le brillaban en los ojos, pero sujetaba el cuchillo con firmeza.
—Me parezco mucho a él, ¿verdad? —comentó Sebastian, sin moverse. No parecía ni haberse fijado en el cuchillo—. A Valentine. Por eso me estás mirando así.
Jocelyn negó con la cabeza.
—Te pareces a lo que siempre te has parecido, desde la primera vez que te vi. Te pareces a un demonio. —Su voz era dolorosamente triste—. Lo lamento mucho.
—¿Lamentas qué?
—No haberte matado cuando naciste —contestó ella, y salió de detrás de la barra, blandiendo el kindjal.
Clary se puso tensa, pero Sebastian no se movió. Sus oscuros ojos siguieron a su madre mientras ella iba hacia él.
—¿Es eso lo que quieres? —Abrió los brazos, como si fuera a abrazar a Jocelyn, y dio un paso adelante—. Vamos. Comete un filicidio. No te detendré.
—Sebastian —dijo Jace.
Clary le lanzó una mirada incrédula. ¿De verdad sonaba preocupado?
Jocelyn dio otro paso adelante. El cuchillo era sólo un destello en su mano. Cuando se detuvo, el extremo apuntaba directamente al corazón de Sebastian.
Éste siguió sin moverse.
—Hazlo —la incitó él en voz baja. Inclinó la cabeza hacia un lado—. ¿O no puedes hacerlo? Podrías haberme matado cuando nací, pero no lo hiciste. —Bajó la voz—. Quizá sepas que no existe eso del amor incondicional por un niño. Tal vez si me quisieras lo suficiente, podrías salvarme.
Se miraron durante un momento, madre e hijo, los gélidos ojos verdes contra los negros como el carbón. Había unas marcadas arrugas en las comisuras de la boca de Jocelyn que Clary habría jurado que no estaban ahí dos semanas antes.
—Estás fingiendo —repuso ella con voz temblorosa—. No sientes nada, Jonathan. Tu padre te enseñó a fingir las emociones humanas, de la misma manera que se enseña a un loro a repetir palabras, sin entender lo que dice, como tú. Desearía… oh, Dios, cómo desearía que lo entendieras. Pero…
Jocelyn alzó el cuchillo en un rápido y limpio arco. Un ataque perfectamente situado, que habría traspasado las costillas de Sebastian hasta el corazón si éste no se hubiera movido más rápido incluso que Jace; se volvió hacia atrás, y la punta del cuchillo sólo le hizo un fino corte en el pecho.
Junto a Clary, Jace tragó aire. Ella se volvió para mirarlo. Una mancha roja se le extendía por la camisa. Se llevó la mano allí; los dedos se le mancharon de sangre.
«Estamos ligados. Le cortas a él, y yo sangro.»
Sin pensarlo, Clary atravesó la sala y se interpuso entre Jocelyn y Sebastian.
—Mamá. Para.
Jocelyn seguía sujetando el cuchillo, con los ojos clavados en Sebastian.
—Clary, sal de en medio.
Sebastian comenzó a reír.
—Qué tierno, ¿verdad? —dijo—. La hermana pequeña defendiendo a su hermano mayor.
—No te defiendo a ti. —Clary no apartó la mirada de su madre—. Lo que le pasa a Jonathan le pasa a Jace. ¿Lo entiendes, mamá? Si lo matas, Jace muere. Ya está sangrando. Por favor, mamá.
Jocelyn seguía agarrando el cuchillo, pero su expresión mostraba incerteza.
—Clary…
—Vaya, qué tensión —observó Sebastian—. Me interesa saber cómo vais a resolver esto. A fin de cuentas, no tengo ninguna razón para marcharme.
—Sí, lo cierto es que la tienes —dijo una voz procedente del pasillo.
Era Luke, descalzo, con vaqueros y un jersey viejo. Tenía el cabello alborotado y parecía extrañamente joven sin las gafas. También llevaba una escopeta de cañones recortados apoyada en el hombro, con el cañón apuntando a Sebastian—. Ésta es la semiautomática Winchester del doce. La manada la usa para acabar con los lobos renegados —explicó—. Aunque no te mate, puedo volarte una pierna, hijo de Valentine.
Fue como si todos en la sala tragaran aire a la vez, todos excepto Luke… y Sebastian, que, con una sonrisa irónica en el rostro, se volvió y fue hacia Luke, como si no se hubiera fijado en la escopeta.
—Hijo de Valentine —repitió—. ¿Así es como piensas en mí? En otras circunstancias, podrías haber sido mi padrino.
—En otras circunstancias —replicó Luke, poniendo el dedo en el gatillo—, podrías haber sido humano.
Sebastian se detuvo de golpe.
—Lo mismo se podría decir de ti, licántropo.
El mundo parecía ir más despacio. Luke apuntó mirando el cañón del rifle. Sebastian siguió sonriendo.
—Luke —dijo Clary. Era como uno de esos sueños, una pesadilla donde quería gritar, pero todo lo que le salía de la garganta era un susurro—. Luke, no lo hagas.
Su padrastro tensó el dedo en el gatillo; y entonces, Jace hizo un súbito movimiento, y salió disparado desde donde estaba, junto a Cla ry, dio una voltereta sobre el sofá y se estrelló contra Luke, justo cuando la escopeta se disparaba.
El tiro salió desviado; una de las ventanas saltó hacia fuera hecha pedazos cuando la bala impactó contra ella. Luke, que había perdido el equilibrio, se tambaleó para recobrarlo. Jace le arrancó la escopeta de las manos y la tiró. El arma voló por la ventana rota. Jace se volvió hacia Luke.
—Luke… —empezó.
El hombre lo golpeó.
Incluso sabiendo lo que sabía, Clary se quedó parada al ver a Luke golpear a Jace en la cara. Luke, que había defendido a Jace incontables veces ante su madre, ante Maryse, ante la Clave…; a Luke, que era amable y tranquilo… Fue como si la golpeara a ella. Jace, totalmente desprevenido, se fue contra la pared.
Y Sebastian, que no había mostrado ninguna emoción real, aparte de burla y desdén, rugió… rugió y sacó del cinturón una daga larga y fina. Luke abrió mucho los ojos, y comenzó a apartarse, pero Sebastian era más rápido que él, más rápido que nadie a quien Clary hubiera visto. Incluso más rápido que Jace. Le hundió la daga a Luke en el pecho y la retorció con fuerza antes de arrancarla de nuevo, roja hasta el mango. Luke cayó contra la pared, y luego se deslizó por ella, dejando una mancha de sangre detrás, mientras Clary lo contemplaba aterrada.
Jocelyn gritó haciendo aún más ruido que el de la bala rompiendo la ventana, aunque Clary lo oyó como si le llegara desde la distancia, o de debajo del agua. Miraba a Luke, que se había desplomado en el suelo, mientras la moqueta se iba tiñendo de rojo.
Sebastian alzó la daga de nuevo y Clary se lanzó sobre él, estrellándose contra su hombro con todas sus fuerzas, tratando de hacerle perder el equilibrio. Casi no consiguió moverlo, pero sí que se le cayó la daga. Sebastian se volvió hacia ella. Sangraba de un corte en el labio. Clary no entendió por qué hasta que Jace entró en su campo de visión y le vio la sangre en la boca, donde Luke le había golpeado.
—¡Basta! —Jace agarró a Sebastian por la chaqueta. Estaba pálido, y no miraba a Luke, ni tampoco a Clary—. Para ya. No hemos venido aquí a esto.