—Y de alguna manera, ¿todo eso creó una conexión entre ellos? —preguntó Clary—. Porque mi madre apuñaló a Sebastian, y Jace comenzó a sangrar.
«Sí. Lo que Lilith hizo fue una especie de ritual de unión, no muy diferente de nuestra ceremonia de parabatai, pero mucho más poderoso y peligroso. Ahora ambos están unidos de una forma inextricable. De morir uno, el otro le seguirá. Ninguna arma de este mundo puede herir sólo a uno de ellos.»
—Cuando dices que están unidos de una forma inextricable —inquirió Alec, inclinándose hacia él—, ¿quieres decir…? Me refiero a que Jace odia a Sebastian. Sebastian asesinó a nuestro hermano.
—Y no veo cómo Sebastian le puede tener cariño a Jace. Toda su vida le ha tenido unos celos horrorosos. Pensaba que Jace era el favorito de Valentine —añadió Clary.
—Por no hablar de que Jace le mató —indicó Magnus—. Eso molestaría a cualquiera.
—Es como si Jace no recordara nada de eso —dijo Clary, frustrada—. No, no como si no lo recordara, más bien como si no lo creyera.
«Lo recuerda todo. Pero el poder de la unión es tal que el pensamiento de Jace pasa por encima de esos hechos y los rodea, como el agua rodea las rocas en el lecho de un río. Es como el hechizo que Magnus te puso en la mente, Clarissa. Cuando veías partes del Mundo Invisible, tu mente las rechazaba, se alejaba de ellas. No sirve de nada razonar con Jace sobre Jonathan. La verdad no puede romper su conexión.»
Clary pensó en lo que había pasado cuando había recordado a Jace que Sebastian había matado a Max; cómo su rostro se había fruncido durante un instante, pensando, y luego se había relajado como si hubiera olvidado lo que ella le había dicho en cuanto acabó de decirlo.
«Un pequeño consuelo para vosotros puede ser que Jonathan Morgenstern está tan unido como vuestro Jace. No puede hacerle ningún daño, ni tampoco querría», añadió el hermano Zachariah.
Alec alzó las manos.
—¿Así que ahora se quieren? ¿Son grandes amigos?
El dolor y los celos eran evidentes en su tono.
«No. Ahora uno es el otro. Ven lo que el otro ve. Saben que el otro es, de algún modo, indispensable. Sebastian es el líder, el primario. Lo que él cree, Jace también lo creerá. Lo que quiere, Jace lo querrá.»
—Está poseído —afirmó Alec con sequedad.
«En una posesión, a menudo hay parte de la conciencia original de la persona que continúa intacta. Los que han sido poseídos hablan de ver sus propios actos desde fuera, gritando, pero incapaces de hacerse oír. Pero Jace ocupa totalmente su cuerpo y mente. Se cree cuerdo. Se cree que es eso lo que quiere.»
—Entonces, ¿qué quería de mí? —inquirió Clary con voz temblorosa—. ¿Por qué ha venido a mi habitación esta noche? —Esperaba que no se le sonrojaran las mejillas. Trató de apartar el recuerdo de besarlo, del peso de su cuerpo contra el de ella en la cama.
«Aún te ama —contestó el hermano Zachariah, y su voz era sorprendentemente amable—. Eres el punto central sobre el que gira su mundo. Eso no ha cambiado.»
—Y por eso tenemos que marcharnos —apuntó Jocelyn, escueta—. Volverá a por ella. No podíamos quedarnos en la comisaría de policía. No sé dónde estaremos a salvo…
—Aquí —respondió Magnus—. Puedo poner salvaguardas que mantengan fuera a Jace y a Sebastian.
Clary vio el alivio en los ojos de su madre.
—Gracias —dijo Jocelyn.
Magnus agitó un brazo.
—Es un privilegio. Me encanta rechazar a cazadores de sombras furiosos, especialmente de la variedad poseída.
«No está poseído», les recordó el hermano Zachariah.
—Semántica —repuso Magnus—. La cuestión es: ¿qué pretenden esos dos? ¿Qué están planeando?
—Clary dice que cuando los vio en la biblioteca, Sebastian le dijo a Jace que pronto estaría dirigiendo el Instituto —comentó Alec—. Así que sí que planean algo.
—Seguir con el trabajo de Valentine, seguramente —aportó Magnus—. Abajo con los subterráneos, mata a los cazadores de sombras recalcitrantes, y bla, bla, bla.
—Tal vez. —Clary no estaba tan segura—. Jace dijo algo sobre Sebastian sirviendo a una causa mayor.
—Sólo el Ángel sabe qué querrá decir eso —repuso Jocelyn—. Durante años estuve casada con un fanático. Sé lo que quiere decir «una causa mayor». Significa torturar a inocentes, cometer asesinatos brutales y dar la espalda a tus antiguos amigos, y todo en nombre de algo que crees que es más importante que tú mismo, pero no es más que avaricia e infantilismo disfrazados en un lenguaje elegante.
—¡Mamá! —protestó Clary, preocupada al ver tanta amargura en Jocelyn.
Pero ésta estaba mirando al hermano Zachariah.
—Has dicho que ninguna arma de este mundo puede herir sólo a uno de ellos —recordó—. Ninguna arma que tú conozcas…
De repente, los ojos de Magnus se iluminaron, como los de un gato bajo un rayo de luz.
—Estás pensando…
—Las Hermanas de Hierro —dijo Jocelyn—. Son las expertas en armas y armamento. Podrían tener una respuesta.
Clary sabía que las Hermanas de Hierro eran la secta hermana de los Hermanos Silenciosos; a diferencia de ellos, no tenían ni la boca ni los ojos cosidos, sino que vivían en casi total soledad en paradero desconocido. No eran guerreras, eran creadoras: las manos que daban forma a las armas, las estelas y los cuchillos serafines que mantenían con vida a los cazadores de sombras. Había runas que sólo ellas podían tallar, y sólo ellas sabían moldear la sustancia blanco plateada llamada adamas para formar las torres de los demonios, las estelas y las piedras de luz mágica. Rara vez se las veía, no asistían a las reuniones del Consejo ni se aventuraban al interior de Alacante.
«Es posible», contestó el hermano Zachariah después de un largo silencio.
—Si pudiéramos matar a Sebastian…, si existiera una arma que pudiera matarlo sin matar a Jace, ¿significaría eso que Jace quedaría libre de su influencia? —preguntó Clary.
Hubo un silencio aún más largo.
«Sí —respondió el hermano Zachariah—. Ése sería el resultado más probable.»
—Entonces, debemos ir a ver a las Hermanas. —El agotamiento cubría a Clary como una capa, haciendo que le pesaran los ojos y que notara un sabor amargo en la boca. Se frotó los ojos, tratando de eliminarlo—. Ya.
—Yo no puedo ir —indicó Magnus—. Sólo las cazadoras de sombras pueden entrar en la Ciudadela Infracta.
—Tú no vas —dijo Jocelyn a Clary con su tono más firme, con el de «no vas a salir a bailar con Simon después de la medianoche»—. Estás más segura aquí, protegida.
—Isabelle —dijo Alec—. Isabelle puede ir.
—¿Tienes idea de dónde está? —preguntó Clary.
—En casa, imagino —contestó Alec, alzando un hombro—. Puedo llamarla…
—Yo me encargo de eso —lo interrumpió Magnus; sacó el móvil del bolsillo y escribió un mensaje de texto con la habilidad de una larga práctica—. Es tarde, y no hace falta que la despertemos. Necesita descansar. Si tengo que enviar a una de vosotras a las Hermanas de Hierro, será mañana.
—Yo iré con Isabelle —afirmó Jocelyn—. Nadie me busca a mí en concreto, y es mejor que ella no vaya sola. Incluso aunque técnicamente no sea una cazadora de sombras, lo he sido. Sólo hace falta que una de nosotras esté en activo.
—Esto no es justo —protestó Clary.
Su madre ni siquiera la miró.
—Clary…
La chica se puso en pie.
—He sido prácticamente una prisionera durante las últimas dos semanas —indicó con voz temblorosa—. La Clave no me ha dejado buscar a Jace. Y ahora que él ha venido a mí, a mí, ni siquiera me dejas ir contigo a ver a las Hermanas de Hierro.
—Es peligroso. Jace seguramente te está buscando…
Clary perdió la paciencia.
—¡Siempre que tratas de mantenerme a salvo, me acabas destrozando la vida!