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—¡No, cuanto más te lías con Jace, más destrozas tu vida! —le soltó su madre—. ¡Todos los riesgos que has corrido, todos los peligros a los que te enfrentas, son por su culpa! Te ha puesto un cuchillo al cuello, Clarissa…

—Ése no era él —replicó Clary con la voz más grave y letal que pudo modular—. ¿Crees que me quedaría ni un momento con el chico que me ha amenazado con un cuchillo, incluso si lo amara? Quizá llevas demasiado tiempo viviendo en el mundo de los mundanos, mamá, pero hay magia. La persona que me amenazó no era Jace. Era un demonio con su rostro. Y la persona que ahora buscamos tampoco es él. Pero si muere…

—No habrá oportunidad de recuperarlo —concluyó Alec.

—Puede que esa oportunidad ya no exista —repuso Jocelyn—. Dios, Clary, mira las pruebas. ¡Pensaste que Jace y tú erais hermanos! ¡Lo sacrificaste todo para salvarle la vida, y un Demonio Mayor le usó contra ti! ¿Cuándo te vas a enfrentar a la verdad de que vosotros dos no estáis hechos para estar juntos?

Clary se echó hacia atrás como si su madre le hubiera pegado. El hermano Zachariah estaba inmóvil como una estatua, como si nadie estuviera gritando. Magnus y Alec miraban; Jocelyn tenía las mejillas encendidas y los ojos le brillaban de rabia. Clary se contuvo y no dijo nada más; se dio la vuelta, fue por el pasillo hacia la habitación de invitados de Magnus, y se encerró dando un fuerte portazo.

—Muy bien, aquí estoy —dijo Simon. Un frío viento azotaba la extensión plana del jardín de la azotea, y él se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros. No notaba el frío, pero sentía que debía hacerlo. Alzó la voz—. Ya he aparecido. ¿Dónde estás?

El jardín de la azotea del hotel Greenwich, cerrado y por lo tanto sin gente, estaba diseñado como un jardín inglés, con setos cuidadosamente recortados, mobiliario de ratán y vidrio distribuido con elegancia, y parasoles que se sacudían bajo el viento. Las celosías de las rosas trepadoras, desnudas en el frío, formaban como una telaraña sobre los muros de piedra que rodeaban la azotea, sobre los cuales Simon atisbaba un reluciente panorama del centro de Nueva York.

—Aquí—dijo una voz, y una fina sombra se apartó de un sillón y se levantó—. Había comenzado a preguntarme si aparecerías, vampiro diurno.

—Raphael —repuso Simon con voz resignada. Caminó sobre las planchas de madera que corrían entre los parterres de flores y los estanques artificiales de cuarzo reluciente—. Yo mismo me lo preguntaba.

Al acercarse, vio a Raphael con claridad. Simon tenía una excelente visión nocturna, y sólo la capacidad de Raphael de mimetizarse con las sombras le había impedido verlo antes. El otro vampiro vestía un traje negro, con los puños remangados para mostrar el brillo de unas esposas en forma de cadenas. Aún tenía la cara de un angelito, aunque su mirada, al observar a Simon, era fría.

—Cuando el jefe del clan de vampiros de Manhattan te llama, Lewis, tú vienes.

—¿Y qué harías, si no? ¿Clavarme una estaca? —Simon abrió los brazos—. Inténtalo. Haz lo que quieres conmigo. Deja que se te vaya la olla.

—Dios, qué aburrido eres —exclamó Raphael. A su espalda, junto a la pared, Simon vio el brillo cromado de la moto de vampiro que había llevado a Raphael hasta allí.

Simon bajó los brazos.

—Tú eres quien me pidió que nos viéramos.

—Tengo un trabajo que ofrecerte —informó Raphael.

—¿En serio? ¿Os falta personal en el hotel?

—Necesito un guardaespaldas.

Simon lo miró fijamente.

—¿Has estado viendo El guardaespaldas? Porque no me voy a enamorar de ti ni voy a llevarte por ahí en mis fornidos brazos.

Raphael le lanzó una mirada agria.

—Te pagaría más para que estuvieras callado mientras trabajas.

Simon lo miró.

—Hablas en serio, ¿verdad?

—No me molestaría en venir a verte si no fuera en serio. Si tuviera ganas de bromear, pasaría el rato con alguien que me caiga bien. —Raphael volvió a sentarse en el sillón—. Camille Belcourt está libre por Nueva York. Los cazadores de sombras están totalmente ocupados con ese estúpido asunto del hijo de Valentine y no se molestarán en perseguirla. Para mí, ella representa un peligro inminente, porque quiere recuperar el control sobre el clan de Manhattan. La mayoría es leal a mí. Matarme sería la manera más rápida de volver a colocarse en lo alto de la jerarquía.

—De acuerdo —repuso lentamente Simon—. Pero ¿por qué yo?

—Tú eres un vampiro diurno. Otros me pueden proteger durante la noche, pero tú me puedes proteger durante el día, cuando la mayoría de los nuestros están indefensos. Y portas la Marca de Caín. Contigo entre ella y yo, no se atreverá a atacarme.

—Todo eso es cierto, pero no voy a hacerlo.

Raphael lo miró incrédulo.

—¿Por qué no?

Simon estalló.

—¿Estás de broma? Porque tú nunca has hecho ni la más mínima cosa por mí desde que me convertí en vampiro. En vez de eso, has hecho todo lo que has podido para fastidiarme la vida y matarme. Así que, si lo quieres en lenguaje de vampiros, me representa un gran placer, mi señor, deciros ahora: y una mierda.

—No te conviene convertirme en tu enemigo, vampiro diurno. Como amigos…

Simon rió incrédulo.

—Espera un segundo. ¿Éramos amigos? ¿Eso era ser amigos?

Los colmillos de Raphael se alargaron. Simon se dio cuenta de que estaba muy enfadado.

—Sé por qué te niegas, vampiro diurno, y no es por ninguna fingida sensación de rechazo. Estás tan involucrado con los cazadores de sombras que crees ser uno de ellos. Te hemos visto con ellos. En vez de pasar las noches cazando, como deberías hacer, las pasas con la hija de Valentine. Vives con un hombre lobo. Eres una desgracia.

—¿Son así todas tus entrevistas de trabajo?

Raphael le mostró los dientes.

—Debes decidir si eres un vampiro o un cazador de sombras, diurno.

—Entonces, elijo ser cazador de sombras. Porque no aguanto la mayoría de las cosas que he visto de los vampiros.

Raphael se puso en pie.

—Estás cometiendo un grave error.

—Ya te he dicho…

El otro vampiro alzó una mano, interrumpiéndolo.

—Se acerca una gran oscuridad. Barrerá la Tierra con fuego y sombras, y cuando desaparezca, tus preciosos cazadores de sombras ya no existirán. Nosotros, los Hijos de la Noche, sobreviviremos, porque vivimos en la oscuridad. Pero si persistes en negar lo que eres, también serás destruido, y nadie alzará la mano para ayudarte.

Sin pensarlo, Simon se llevó la mano a la Marca que tenía en la frente.

Raphael rió sin ruido.

—Ah, sí. La Marca del Ángel. En el tiempo de la oscuridad, incluso los ángeles serán destruidos. Su fuerza no te ayudará. Y será mejor que reces, diurno, por no perder esa Marca antes de que comience la guerra. Porque si lo haces, tendrás una cola de enemigos esperando para matarte. Y yo estaré a la cabeza.

Clary llevaba mucho rato tumbada de espaldas sobre el sofá cama de Magnus. Había oído a su madre recorrer el pasillo, entrar en la otra habitación y cerrar la puerta. A través de su puerta podía oír a Magnus y a Alec hablando en voz baja en el salón. Supuso que podría esperar a que se fueran a dormir, pero Alec había dicho que el brujo se pasaba las noches en vela estudiando las runas; aunque el hermano Zachariah parecía haberlas interpretado, no podía confiar en que Magnus y Alec se acostaran pronto.

Se sentó en la cama junto a Presidente Miau, que hizo un ruidito de protesta, y rebuscó en su mochila. Sacó una caja de plástico claro y la abrió. Ahí llevaba sus lápices Prismacolor, restos de carboncillo y su estela.

Se puso en pie y se metió la estela en el bolsillo de la chaqueta. Cogió el móvil de la mesa y escribió: «NOS VEMOS EN TAKI’S». Vio como se enviaba el mensaje, luego se guardó el móvil en el bolsillo y respiró hondo.