Sabía que no estaba siendo justa con Magnus. Éste había prometido a su madre que la cuidaría, y eso no incluía escaparse de su apartamento. Pero ella había tenido la boca cerrada. No había prometido nada. Y además, se trataba de Jace.
«Harías lo que fuera con tal de salvarlo, te cueste lo que te cueste, sea cual sea tu deuda con el Cielo o el Infierno, ¿verdad?»
Cogió la estela, colocó la punta sobre la pintura naranja de la pared y comenzó a dibujar un Portal.
Un seco golpeteo despertó a Jordan de un sueño profundo. Al instante saltó de la cama y aterrizó agazapado en el suelo. Años de entrenamiento con los Praetor le habían aguzado los reflejos y le habían acostumbrado a dormir ligero. Un rápido rastreo de vista y olfato le dijo que la habitación estaba vacía; sólo la luz de la luna entraba, formando un charco a sus pies.
De nuevo se oyeron golpes, y esta vez los reconoció. Alguien llamaba a la puerta. Normalmente dormía sólo con los bóxeres; agarró unos vaqueros y una camiseta, abrió la puerta de su cuarto de una patada y recorrió el pasillo. Si eran un puñado de estudiantes borrachos que se divertían llamando a todas las puertas del edificio, se iban a encontrar con todo un hombre lobo enfadado.
Llegó a la puerta, y se detuvo. De nuevo vio la imagen, como había hecho durante las horas que le había costado dormirse: Maia alejándose corriendo de él en el astillero. La expresión en su rostro cuando se apartó de él. Sabía que la había presionado demasiado, le había pedido mucho, demasiado pronto. Seguramente, lo había fastidiado completamente. A no ser… Quizá ella se lo replanteara. Hubo un tiempo en que su relación se había compuesto de apasionadas discusiones y reconciliaciones igual de apasionadas.
Con el corazón latiéndole con fuerza, abrió la puerta. Y se quedó parado. En el umbral estaba Isabelle Lightwood, con su larga melena negra y brillante cayéndole hasta la cintura. Llevaba botas negras de ante hasta las rodillas, vaqueros ajustados y un top de seda roja con el acostumbrado colgante rojo en el cuello, brillando oscuramente.
—¿Isabelle? —Jordan no pudo disimular la sorpresa en su voz, o, sospechaba, la decepción.
—Sí, bueno, yo tampoco te buscaba a ti —dijo ella, y se metió en el apartamento. Olía a cazadora de sombras, un olor como de vidrio calentado por el sol, y, bajo eso, un perfume de rosas—. Busco a Simon.
Jordan la miró con ojos entrecerrados.
—Son las dos de la madrugada.
Isabelle se encogió de hombros.
—Es un vampiro.
—Pero yo no.
—¡Ohhh! —Se le curvaron las comisuras de los rojos labios—. ¿Te he despertado? —Le movió el primer botón de la bragueta del pantalón, y le rozó el estómago con la punta de la uña. Jordan notó que se le tensaban los músculos. Izzy era espectacular, no se podía negar. También daba un poco de miedo. Se preguntó cómo el sencillo Simon conseguía arreglárselas con ella—. Quizá quieras abrocharte bien. Bonito bóxer, por cierto. —Pasó ante él, hacia el cuarto de Simon. Jordan la siguió, abotonándose los pantalones y mascullando que no había nada raro en llevar un dibujo de pingüinos bailarines en la ropa interior.
Isabelle metió la cabeza en la habitación de Simon.
—No está. —Cerró la puerta y se apoyó en la pared, mirando a Jordan—. ¿Has dicho que eran las dos?
—Sí. Seguramente estará en casa de Clary. Últimamente duerme allí muchas noches.
Isabelle se mordisqueó el labio.
—De acuerdo. Claro.
Jordan estaba comenzando a notar esa sensación ocasional de estar diciendo algo desafortunado, sin saber exactamente lo que era.
—¿Has venido aquí por algo? Quiero decir, ¿ha ocurrido algo? ¿Algo va mal?
—¿Mal? —Isabelle alzó las manos—. Quieres decir aparte de que mi hermano haya desaparecido y probablemente le haya lavado el cerebro un demonio malvado que asesinó a mi otro hermano, y que mis padres se van a divorciar, y que Simon está con Clary…
Se calló de golpe y pasó ante Jordan al salón. Él corrió tras ella. Cuando la alcanzó, ella ya estaba en la cocina, rebuscando en los estantes del armario.
—¿Tienes algo de beber? ¿Un buen Barolo? ¿Sagrantino?
Jordan la cogió por los hombros y la sacó suavemente de la cocina.
—Siéntate —le dijo—. Te traeré un tequila.
—¿Tequila?
—Es lo que hay. Eso y jarabe para la tos.
Isabelle agitó una mano, displicente, mientras se sentaba en uno de los taburetes ante la barra de la cocina. Él habría esperado que tuviera las uñas largas y pintadas de rojo o rosa, perfectas, que cuadraran con el resto de su persona, pero no… era una cazadora de sombras. Tenía las manos con cicatrices, las uñas cortas y cuadradas. En la mano derecha le brillaba oscura la runa de visión.
—Muy bien.
Jordan cogió la botella de Cuervo, la destapó y le sirvió un chupito. Le acercó el vaso por la barra. Ella lo vació al instante, hizo una mueca y dejó el vaso golpeando la barra.
—No es suficiente —dijo Isabelle; alargó la mano y le quitó la botella. Echó la cabeza atrás y tomó uno, dos, tres tragos. Cuando dejó la botella, tenía las mejillas rojas.
—¿Dónde has aprendido a beber así? —Jordan no estaba seguro de si debía estar impresionado o asustado.
—En Idris se puede empezar a beber a los quince años. Aunque nadie presta atención. Llevo bebiendo vino mezclado con agua, igual que mis padres, desde que era niña. —Isabelle se encogió de hombros. Al gesto le faltó un poco de su fluida coordinación habitual.
—De acuerdo. Bien, ¿quieres que le pase algún mensaje a Simon o hay algo que pueda decirle o…?
—No. —Echó otro trago de la botella—. Me he hinchado de licor y he venido a hablar con él, y claro, está en casa de Clary. Qué sorpresa.
—Creía que habías sido tú quien le dijo que debería ir allí.
—Sí. —Isabelle jugueteaba con la etiqueta de la botella de tequila—. Lo hice.
—Bien —repuso Jordan, en lo que pensó que era un tono sensato—. Dile que deje de hacerlo.
—No puedo hacer eso. —Parecía agotada—. Se lo debo a Clary.
Jordan se apoyó en la barra de la cocina. Se sentía un poco como un camarero en un programa de la tele, sirviendo sabios consejos.
—¿Qué le debes?
—La vida —contestó Isabelle.
Jordan se quedó parado. Eso iba un poco más allá de ser camarero y de su capacidad para dar consejos.
—¿Te salvó la vida?
—Salvó la vida de Jace. Podría haberle pedido cualquier cosa al ángel Raziel, y salvó a mi hermano. Hay muy poca gente en la que yo haya confiado nunca. Confiar de verdad. Mi madre, Alec, Jace y Max. Ya he perdido a uno de ellos. Clary es lo único que impidió que perdiera a otro.
—¿Crees que alguna vez podrás confiar en alguien que no sea de tu familia?
—Jace no es de mi familia. No realmente. —Isabelle evitó la mirada del chico.
—Ya sabes a lo que me refiero —insistió éste, echando una significativa mirada hacia el cuarto de Simon.
Izzy frunció el ceño.
—Los cazadores de sombras se rigen por un código de honor, licántropo —soltó, y por un momento fue toda arrogancia de nefilim; Jordan recordó por qué había tantos subterráneos a los que no les caían bien—. Clary salvó a un Lightwood. Le debo la vida. Si no puedo darle eso, y no sé de qué le iba a servir, puedo darle cualquier cosa que la haga ser menos desgraciada.
—No puedes darle a Simon. Él es una persona, Isabelle. Va a donde quiere.
—Sí —repuso ella—. Bueno, no parece molestarle ir a donde ella está, ¿verdad?
Jordan vaciló. Había algo en lo que decía Isabelle que resultaba raro, pero tampoco estaba totalmente equivocada. Simon tenía con Clary una tranquilidad que no parecía tener con nadie más. Como sólo se había enamorado de una chica en su vida, y como seguía enamorado de ella, Jordan no se consideraba cualificado para ofrecer consejos en ese tema, aunque recordaba a Simon advirtiéndole, con ironía, de que Clary tenía «la bomba nuclear de los novios». Jordan no estaba seguro de si bajo esa ironía se habían ocultado los celos. Tampoco estaba seguro de si alguna vez se podía olvidar totalmente a la primera chica que se había amado. Sobre todo si la tenías delante todos los días.