Isabelle chasqueó los dedos.
—Eh, tú. ¿Me estás escuchando? —Inclinó la cabeza hacia un lado y lo miró con dureza—. ¿Y qué pasa contigo y Maia?
—Nada. —Esa sola palabra decía muchísimo—. No estoy seguro de si alguna vez dejará de odiarme.
—Puede que no —contestó ella—. Tiene razones para hacerlo.
—Gracias.
—Nunca doy falsas esperanzas —repuso Izzy, y apartó la botella de tequila. Los ojos con que miraba a Jordan eran oscuros y animados—. Ven aquí, chico lobo.
Había bajado la voz. Era suave, seductora. Jordan tragó saliva al notarse, de repente, la garganta seca. Recordó haber visto a Isabelle con su vestido rojo en el exterior de la Fundición y haber pensado: «Ésa es la chica con la que Simon estaba engañando a Maia». Ninguna de ellas daba la impresión de ser la clase de chica a la que se podía engañar y seguir viviendo después de ello.
Y tampoco ninguna de ellas era la clase de chica a la que se le decía no. Con cautela, Jordan rodeó la barra hacia Isabelle. Estaba a un par de pasos de ella cuando ésta le agarró por las muñecas y tiró de él hacia sí. Le subió las manos por los brazos, por la curva de los bíceps y los músculos de los hombros. El corazón de Jordan se aceleró. Notaba el calor que manaba de ella, y olía su perfume y el tequila.
—Estás muy bueno —dijo ella. Le puso las manos planas sobre el pecho—. Ya lo sabes, ¿verdad?
Jordan se preguntó si ella le notaría los latidos del corazón a través de la camisa. Sabía cómo lo miraban las chicas por la calle, y también algunos chicos; sabía lo que veía en el espejo todos los días, pero nunca se había parado a pensar en ello. Había estado centrado en Maia desde hacía tanto que nunca parecía que nada le importara más allá de si ella lo encontraría atractivo si se volvían a ver. Le habían tirado los tejos muchas veces, pero nunca chicas con el aspecto de Isabelle, y nunca de una forma tan directa. Se preguntó si ella lo besaría. Maia era la única persona a la que había besado desde los quince años. Pero la cazadora de sombras lo estaba mirando, y sus ojos eran grandes y oscuros, y sus labios estaban un poco abiertos y eran del color de las fresas. Se preguntó si, en caso de que lo besara, sabrían a fresa.
—Y no me importa —dijo ella.
—Isabelle, no creo que… Espera. ¿Qué?
—Debería importarme —continuó ella—. Quiero decir que hay que pensar en Maia, así que tal vez no te arrancaría la ropa alegremente de todas formas, pero la cuestión es que no quiero. Por lo general, querría.
—Ah —repuso Jordan. Se sintió aliviado, y también con una ligerísima decepción—. Bien… ¿eso es bueno?
—Pienso en él todo el rato —explicó ella—. Es horrible. Nunca me había pasado nada igual.
—¿Te refieres a Simon?
—Cabrón esmirriado y mundano —replicó ella y sacó las manos del pecho de Jordan—. Excepto que no lo es. Esmirriado, ya no. O mundano. Y me gustar pasar el rato con él. Me hace reír. Y me gusta cómo sonríe. ¿Sabes?, un lado de la boca se le sube y el otro… Bueno, vives con él. Debes de haberte fijado.
—No mucho, la verdad —contestó Jordan.
—Lo echo de menos cuando no lo tengo cerca —confesó Isabelle—. Pensaba… No sé, después de lo que pasó aquella noche con Lilith, las cosas cambiaron entre nosotros. Pero ahora está siempre con Clary. Y ni siquiera me puedo enfadar con ella.
—Tú has perdido a tu hermano.
Ella lo miró.
—¿Qué?
—Bueno, está haciendo todo lo que puede para que Clary se sienta mejor porque ella ha perdido a Jace —explicó Jordan—. Pero Jace es tu hermano. ¿No debería Simon estar haciendo todo lo posible para que tú también te sintieras mejor? Quizá no tendrías que enfadarte con ella, pero podrías enfadarte con él.
Isabelle lo miró un buen rato.
—Pero no somos nada —repuso ella—. No es mi novio. Sólo me gusta. —Frunció el ceño—. Mierda. No puedo creer lo que acabo de decir. Debo de estar más borracha de lo que pensaba.
—Ya lo he supuesto por lo que estabas diciendo antes. —Jordan le sonrió.
Ella no le devolvió la sonrisa, pero entornó los ojos mirándolo.
—No estás nada mal —dijo—. Si quieres, le puedo hablar bien de ti a Maia.
—No, gracias —contestó el chico, que no estaba seguro de qué entendería Izzy por hablar bien de alguien y no quería averiguarlo—. ¿Sabes?, cuando pasas por un mal momento, es normal querer estar con la persona que… —iba a decir «amas», se dio cuenta de que ella no había empleado esa palabra y cambió de tercio— te gusta. Pero no creo que Simon sepa lo que sientes por él.
Ella volvió a abrir mucho los ojos.
—¿Habla de mí?
—Cree que eres muy fuerte —contó Jordan—. Y que no le necesitas. Creo que se siente… superfluo en tu vida. Como si pensaras qué puede darte él cuando ya eres perfecta, o por qué ibas a querer a un tío como él. —Parpadeó; no había tenido intención de salir con ésas, y no estaba seguro de cuánto de eso era aplicable a Simon y cuánto a él y a Maia.
—¿Quieres decir que debería contarle lo que siento? —preguntó Isabelle con una vocecita.
—Sí. Sin duda. Dile lo que sientes.
—De acuerdo. —Agarró la botella de tequila y dio otro trago—. Iré ahora mismo a casa de Clary y se lo diré.
Un brote de alarma nació en el pecho de Jordan.
—No puedes. Son casi las tres de la madrugada…
—Si espero, perderé el valor —contestó ella, en ese tono razonable que sólo la gente borracha emplea. Dio otro trago a la botella—. Sólo iré allí, llamaré a la ventana y le diré lo que siento.
—¿Sabes cuál es la ventana de Clary?
Ella cruzó los ojos.
—Nooo.
A Jordan le pasó por la cabeza la horrible imagen de una Isabelle borracha despertando a Jocelyn y a Luke.
—Isabelle, no. —Fue a cogerle la botella de tequila, pero ella se la apartó de las manos.
—Creo que estoy cambiando de opinión sobre ti —dijo ella en un tono medio amenazador, que habría sido mucho más inquietante si Izzy hubiera podido centrar la mirada directamente en él—. Después de todo, no me caes tan bien. —Se puso en pie, se miró los pies con expresión sorprendida… y se fue hacia atrás. Sólo los rápidos reflejos de Jordan le permitieron sujetarla antes de que aterrizara en el suelo.
7
Cambio ante el mar
Clary ya iba por su tercera taza de café en Taki’s cuando por fin apareció Simon. Llevaba vaqueros, una sudadera roja con la cremallera subida (¿para qué molestarse con abrigos de lana cuando no se siente el frío?) y botas de hebillas. La gente se volvía para mirarlo mientras él serpenteaba entre las mesas hacia ella. Simon había mejorado mucho desde que Isabelle se había comenzado a meter con la ropa que usaba, pensó Clary mientras él iba hacia ella. Tenía copos de nieve en el negro cabello, pero mientras que las mejillas de Alec habían estado escarlata del frío, las de Simon seguían pálidas y sin color. Se sentó ante ella y la miró con ojos inquisitivos y brillantes.
—Técnicamente, te he enviado un mensaje de texto. —Le pasó la carta por la mesa y la abrió en la página para vampiros. Ella le echó una mirada, pero la idea de pudin de sangre y batidos de sangre la hizo estremecerse—. Espero no haberte despertado.
—Oh, no —contestó él—. No te creerías dónde he estado… —Su voz se fue apagando al fijarse en la expresión de Clary—. Eh. —Y ya le había puesto los dedos bajo la barbilla, para alzarle el rostro. La diversión había desaparecido de sus ojos, reemplazada por la preocupación—. ¿Qué ha pasado? ¿Más noticias de Jace?
—¿Ya sabéis qué queréis? —Era Kaelie, el hada de ojos azules que le había dado a Clary la campanita de la reina Seelie. Miró a la pelirroja y sonrió, una sonrisa de superioridad que hizo que ésta apretara los dientes.