Clary pidió un trozo de tarta de manzana; Simon, una mezcla de chocolate caliente y sangre. Kaelie se llevó las cartas, y Simon miró preocupado a su amiga. Ésta respiró hondo y le explicó lo que había pasado esa noche, con todo detalle: la aparición de Jace, lo que le había pedido, el enfrentamiento en el salón y lo que le había ocurrido a Luke. Le explicó lo que Magnus había dicho sobre los huecos dimensionales y los otros mundos, y que no había manera de rastrear a alguien oculto en un hueco dimensional o de enviarle un mensaje. Los ojos de Simon se fueron ensombreciendo al oírla y, al final de la historia, tenía la cabeza entre las manos.
—¿Simon? —Clary le tocó el hombro. Kaelie ya había vuelto y se había marchado, dejando la comida, que no tocaban—. ¿Qué pasa? ¿Es por Luke…?
—Es culpa mía. —La miró, con los ojos secos. Los vampiros lloraban lágrimas mezcladas con sangre, pensó ella; lo había leído en alguna parte—. Si no hubiera mordido a Sebastian…
—Lo hiciste por mí. Para que siguiera viviendo —repuso Clary con voz tranquila—. Me salvaste la vida.
—Y tú me la has salvado a mí seis o siete veces. Parecía lo justo. —Se le quebró la voz; ella lo recordó vomitando la sangre negra de Sebastian, de rodillas en el jardín de la azotea.
—Repartirnos las culpas no nos lleva a ninguna parte —afirmó ella—. Y no es por eso por lo que te he hecho venir hasta aquí; no era para contarte lo que ha pasado. Quiero decir, te lo habría dicho de todas formas, pero habría esperado a mañana si no fuera porque…
Él la miró inquieto y dio un trago a su batido.
—¿Si no fuera porque qué?
—Tengo un plan.
—Me lo temía —repuso él con un gruñido.
—Mis planes no son terribles.
—Los planes de Isabelle son terribles. —La apuntó con el dedo—. Los tuyos son suicidas. En el mejor de los casos.
Ella se recostó en el asiento con los brazos cruzados sobre el pecho.
—¿Quieres oírlo o no? Tendrás que guardarme el secreto.
—Antes me arrancaría los ojos con un tenedor que contar tus secretos —dijo Simon, y luego la miró con ansiedad—. Espera un momento. ¿Crees que hará falta llegar a eso?
—No lo sé. —Clary se cubrió el rostro con las manos.
—Cuéntamelo y ya está. —Simon parecía resignado.
Con un suspiro, Clary se sacó una bolsita de terciopelo del bolsillo y le dio la vuelta sobre la mesa. Cayeron dos anillos de oro, que repicaron suavemente.
Simon los miró, confuso.
—¿Quieres casarte?
—No seas idiota. —Se inclinó hacia él y bajó la voz—. Simon, éstos son los anillos que quiere la reina Seelie.
—Pensaba que habías dicho que no habías llegado a cogerlos… —Se cortó y la miró a los ojos.
—Mentí. Los cogí. Pero después de ver a Jace en la biblioteca, no quería dárselos a la reina. Tenía la sensación de que podríamos acabar necesitándolos. Y me di cuenta de que ella nunca nos dará ninguna información realmente útil. Los anillos parecían de más ayuda que un segundo asalto con la reina.
Simon los cogió y los ocultó cuando Kaelie pasó cerca.
—Clary, no puedes coger cosas que quiere la reina Seelie y quedártelas. Como enemiga, puede ser muy peligrosa.
Ella le lanzó una mirada suplicante.
—¿No podríamos al menos ver si funcionan?
Él suspiró y le pasó uno de los anillos; lo notaba ligero, pero era tan suave como el oro auténtico. Por un momento, Clary pensó preocupada si le cabría, pero en cuanto se lo metió en el índice, pareció amoldársele a la forma del dedo hasta que se le acopló perfectamente al espacio de la falange. Vio que Simon se miraba la mano derecha y se dio cuenta de que a él le había pasado lo mismo.
—Y supongo que ahora nos hablamos —dijo él—. Dime algo. Ya sabes, con la mente.
Clary miró a Simon, y absurdamente se sintió como si le hubiera pedido que actuara en una obra de la que no se supiera el guión.
«¿Simon?»
Simon parpadeó sorprendido.
—Creo que… ¿Puedes volver a hacerlo?
Esa vez, Clary se concentró y trató de centrar la mente en Simon, en cómo era Simon, en su manera de pensar, en la sensación de oír su voz, en su proximidad. Sus susurros, sus secretos, y la forma en que la hacía reír.
«Bien —pensó como charlando—, ahora que estoy en tu cabeza, ¿quieres ver algunas imágenes mentales de Jace desnudo?»
Simon pegó un bote.
—¡Lo he oído! Y no.
A Clary le bulló la excitación en las venas; funcionaba.
—Piensa tú algo.
Le costó menos de un segundo. Oyó a Simon, de la misma manera que había oído al hermano Zachariah, una voz sin sonido dentro de la cabeza.
«¿Lo has visto desnudo?»
«Bueno, no del todo. Pero…»
—Ya basta —dijo él en voz alta, y aunque su tono estaba entre la diversión y la ansiedad, los ojos le brillaban—. Funcionan. Funcionan de verdad.
Clary se inclinó hacia él.
—Entonces, ¿puedo contarte mi idea?
Él tocó el anillo, palpando con los dedos sus delicados trazos, los nervios de las hojas talladas.
—No. En absoluto.
—Simon —insistió ella—. Es un plan perfectamente bueno.
—¿El plan en el que sigues a Jace y a Sebastian a un hueco dimensional desconocido y empleamos los anillos para comunicarnos para que los que estamos aquí, en la dimensión normal de la Tierra, podamos localizarte? ¿Ese plan?
—Sí.
—No —replicó él—. No lo es.
Clary se apoyó en el respaldo del asiento.
—No puedes decir que no.
—¡Ese plan tiene que ver conmigo! ¡Puedo decir que no! ¡No!
—Simon…
El vampiro dio unas palmaditas en el asiento junto a él, como si hubiera alguien sentado.
—Déjame que te presente a mi buen amigo No.
—Quizá podríamos llegar a un compromiso —sugirió ella, mientras le daba un bocado a la tarta.
—No.
—SIMON.
—«No» es una palabra mágica —dijo él—. Funciona así. Tú dices: «Simon, tengo un plan suicida y desquiciado. ¿Te gustaría ayudarme a ponerlo en práctica? y yo digo: «Oh, no».
—Lo haré de todas formas.
Él la miró fijamente desde el otro lado de la mesa.
—¿Qué?
—Lo haré tanto si me ayudas como si no lo haces —afirmó ella—. Aunque no pueda usar los anillos, seguiré a Jace a donde esté y trataré de enviaros algo escapándome, buscando un teléfono o lo que sea. Si es posible, lo haré, Simon. Pero tendré más oportunidades de sobrevivir si me ayudas. Y tú no corres ningún riesgo.
—No me importa correr riesgos —siseó él—. ¡Me importa lo que te pase a ti! Maldita sea, soy prácticamente indestructible. Déjame ir a mí. Tú te quedas aquí.
—Sí —replicó Clary—, y a Jace eso no le parecerá nada raro. Puedes decirle que siempre le has amado en secreto y que no puedes soportar estar lejos de él.
—Le podría decir que lo he pensado y que estoy totalmente de acuerdo con la filosofía de Sebastian y suya, y que he decidido unirme a ellos.
—Ni siquiera sabes cuál es su filosofía.
—Eso es cierto. Tendría más suerte diciéndole que estoy enamorado de él. De todas formas, Jace cree que todo el mundo está enamorado de él.
—Pero yo —insistió Clary— lo estoy de verdad.
Simon la miró durante mucho rato, en silencio.
—Hablas en serio —admitió finalmente—. Lo vas a hacer. Sin mí…, sin ninguna red de seguridad.
—No hay nada que no hiciera por Jace.
Simon echó la cabeza hacia atrás sobre el asiento de plástico. La Marca de Caín le brillaba de un plateado pálido contra la piel.
—No digas eso.
—¿No harías cualquier cosa por la gente que amas?
—Haría casi cualquier cosa por ti —contestó Simon en voz baja—. Moriría por ti. Lo sabes. Pero ¿sería capaz de matar a alguien, a alguien inocente? ¿Y qué pasa con un montón de vidas inocentes? ¿Y todo el mundo? ¿Es realmente amor decirle a alguien que si hay que elegir entre él y todas las otras vidas sobre el planeta, le escogerías? ¿Es ése… no sé… un amor con algún tipo de moral?