—El amor no es moral o inmoral —contestó Clary—. Sólo es.
—Lo sé —repuso Simon—. Pero los actos que cometemos en nombre del amor sí que son morales o inmorales. Y por lo general no suele importar. Por lo general, por mucho que yo piense que Jace es un pesado, él nunca te pediría que hicieras nada que fuera en contra de tu forma de ser. Ni por él, ni por nadie. Pero él ya no es exactamente Jace, ¿no? Y no sé, Clary. No sé lo que te podría pedir que hicieras.
La chica se acodó en la mesa; de repente se sentía muy cansada.
—Quizá no sea Jace, pero es lo más parecido a Jace que tengo. No se puede recuperar a Jace sin él. —Miró directamente a Simon—. ¿O me estás diciendo que no hay esperanzas?
Se hizo un largo silencio. Clary podía ver la sinceridad innata de Simon luchando contra su deseo de proteger a su mejor amiga.
—No he dicho eso —contestó él finalmente—. Sigo siendo judío, ya sabes, incluso siendo vampiro. En mi corazón, recuerdo y creo, incluso en las palabras que no puedo pronunciar. D… —Se atragantó y tragó saliva—. Él hizo un pacto con nosotros, igual que los cazadores de sombras creen que Raziel hizo un pacto con ellos. Y creemos en sus promesas. Por lo tanto, nunca perdemos la esperanza, hatikva, porque si mantienes viva la esperanza, ella te mantiene vivo a ti. —Parecía ligeramente avergonzado—. Mi rabino solía decir eso.
Clary le puso la mano sobre la suya. Muy rara vez hablaba de religión con ella o con nadie, aunque ella sabía que era creyente.
—¿Quiere decir eso que aceptas?
Él gruñó.
—Creo que quiere decir que me has aplastado el espíritu y me has ganado.
—Fantástico.
—Claro que te darás cuenta de que me deja en la posición de ser yo quien se lo diga a los demás: a tu madre, Luke, Alec, Izzy, Magnus…
—Supongo que no debería haber dicho que no correrás ningún riesgo —repuso Clary irónica.
—Es cierto —afirmó Simon—. Cuando tu madre me esté royendo el tobillo como una mamá osa furiosa separada de su cachorro, recuerda que lo hago por ti.
Jordan acababa de dormirse cuando empezaron de nuevo a llamar a la puerta. Se dio la vuelta gruñendo. El reloj marcaba las cuatro de la madrugada, en parpadeantes números amarillos.
Más golpes. El chico se levantó a regañadientes, se puso los vaqueros y salió tambaleante al pasillo. Medio dormido, abrió la puerta.
—Mira…
Las palabras murieron en sus labios. En el pasillo estaba Maia. Iba vestida con vaqueros y una chaqueta de cuero de color caramelo, y se recogía el cabello en la nuca con unos palillos chinos de bronce. Un solitario rizo le caía por la sien. Jordan sintió que los dedos le cosquilleaban con el deseo de metérselo tras la oreja. En vez de eso, prefirió meter las manos en los bolsillos de los vaqueros.
—Bonita camisa —soltó ella, lanzándole una seca mirada al pecho desnudo. Llevaba una mochila al hombro. Por un momento, a él le dio un vuelco el corazón. ¿Se marchaba de la ciudad? ¿Se marchaba para alejarse de él?—. Mira, Jordan…
—¿Quién es? —La voz detrás del chico era ronca, tan revuelta como la cama de la que seguramente acababa de levantarse. Jordan vio a Maia quedarse con la boca abierta, y miró hacia atrás. Vio a Isabelle, sólo con una de las camisetas de Simon, detrás de él, frotándose los ojos.
Maia cerró la boca de golpe.
—Soy yo —respondió en un tono no especialmente amistoso—. ¿Estás… con Simon?
—¿Qué? No. Simon no está —respondió. Jordan quiso matarla: «Cierra el pico, Isabelle»—. Está… —Hizo un gesto vago—. Por ahí.
Maia enrojeció.
—Huele a bar ahí dentro.
—El tequila barato de Jordan —explicó Isabelle gesticulando con la mano—. Ya sabes…
—¿Y ésa es también su camisa? —preguntó Maia.
Isabelle se miró a sí misma, y luego de nuevo a la licántropa. Tarde, pareció darse cuenta de lo que estaba pensando la otra chica.
—Oh, no, Maia…
—Así que primero Simon me engaña contigo, y ahora Jordan y tú…
—Simon —le cortó Isabelle— también me engañó a mí contigo. Además, no pasa nada entre Jordan y yo. He venido a ver a Simon, pero no estaba aquí, así que he decidido quedarme en su cuarto. Y voy a volver ahí ahora.
—No —repuso Maia secamente—. No lo hagas. Olvídate de Simon y de Jordan. Lo que tengo que decir también tienes que oírlo tú.
Isabelle se quedó parada, con una mano en la puerta de la habitación de Simon, mientras su rostro arrebolado de sueño iba palideciendo.
—Jace —dijo—. ¿Por eso estás aquí?
Maia asintió.
Isabelle se desplomó contra la puerta.
—¿Está…? —Se le quebró la voz. Comenzó de nuevo—. ¿Lo han encontrado…?
—Ha vuelto —contestó Maia—. A buscar a Clary. —Calló un momento—. Iba con Sebastian. Hubo una pelea, y Luke resultó herido. Se está muriendo.
Isabelle hizo un ruidito seco con la garganta.
—¿Jace? ¿Jace hirió a Luke?
Maia evitó mirarla a los ojos.
—No sé qué pasó exactamente. Sólo que Jace y Sebastian aparecieron para buscar a Clary y que lucharon. Luke está herido.
—Clary…
—Está bien. Está en casa de Magnus con su madre. —Maia se volvió hacia Jordan—. Magnus me ha llamado y me ha pedido que viniera a verte. Ha tratado de localizarte, pero no ha podido. Quiere que le pongas en contacto con el Praetor Lupus.
—Ponerle en contacto con… —Jordan negó con la cabeza—. No puedes llamar a los Praetor. No es como marcar un número de teléfono.
Maia se cruzó de brazos.
—Bueno, entonces, ¿cómo te pones en contacto con ellos?
—Tengo un supervisor. Él contacta conmigo cuando quiere, o lo puedo llamar si hay alguna emergencia…
—Esto es una emergencia. —Maia colgó los pulgares en las trabillas de los pantalones—. Luke podría morir, y Magnus dice que los Praetor quizá tengan información que pueda ayudarle. —Miró a Jordan con los ojos grandes y oscuros. Él pensó que debería decírselo. Decirle que a los Praetor no les gustaba involucrarse en asuntos de la Clave; que se mantenían al margen y se ocupaban de su misión: ayudar a los subterráneos. No había ninguna garantía de que quisieran ayudar, y lo más seguro era que les molestara que se lo pidieran.
Pero Maia se lo estaba pidiendo a él. Eso era algo que podía hacer por ella y que tal vez fuera un paso en el largo camino de resarcirla por lo que le había hecho.
—De acuerdo —contestó—. Entonces iremos a la central y nos presentaremos en persona. Están en el North Fork de Long Island. Bastante lejos de aquí. Podemos coger mi camioneta.
—Bien. —Maia alzó más su mochila—. He pensado que quizá tuviéramos que ir a alguna parte; por eso me he traído mis cosas.
—Maia. —Era Isabelle. Llevaba tanto rato sin decir nada que Jordan casi había olvidado que estaba allí; se volvió y la vio apoyada contra la pared, junto a la puerta del cuarto de Simon. Se rodeaba con los brazos como si tuviera frío—. ¿Está bien?
Maia hizo una mueca de dolor.
—¿Luke? No, no…
—Jace. —La voz de Isabelle era ahogada—. ¿Está bien Jace? ¿Lo han herido, o cogido, o…?
—Está bien —respondió la otra secamente—. Y se ha ido. Ha desaparecido con Sebastian.
—¿Y Simon? —Isabelle miró a Jordan—. Has dicho que estaba con Clary…
Maia negó con la cabeza.
—No estaba. No estuvo allí. —Apretaba la tira de la mochila—. Pero hay algo que sí sabemos, y no os va a gustar. Jace y Sebastian están conectados de algún modo. Si hieres a Jace, hieres a Sebastian. Mata a Jace y Sebastian morirá. Y viceversa. Información directa de Magnus.