Clary se lo quedó mirando.
—¿No quieren que la desaparición de Jace les haga perder el hilo del cambio de un puñado de estúpidas viejas leyes? ¿Se están dando por vencidos?
—No se dan por vencidos…
—Alec —lo interrumpió Isabelle, cortante.
Alec respiró hondo y se cubrió el rostro con las manos. Tenía los dedos largos, como Jace, y también como Jace, llenos de cicatrices. La Marca del ojo de los cazadores de sombras le decoraba el dorso de la mano derecha.
—Clary, para ti, para nosotros, lo más importante siempre ha sido buscar a Jace. Para la Clave, se trata de buscar a Sebastian. A Jace también, pero sobre todo a Sebastian. Él es el peligro. Él destruyó las salvaguardas de Alacante. Es un asesino en masa. Jace es…
—Sólo un cazador de sombras más —concluyó Isabelle—. Morimos y desaparecemos constantemente.
—Él tiene un extra por ser un héroe de la Guerra Mortal —explicó Alec—. Pero al final, la Clave fue muy clara: la búsqueda continuará, pero por el momento hay que esperar. Confían que sea Sebastian quien dé el siguiente paso. Mientras tanto, es la tercera prioridad de la Clave. Como mucho. Desean que volvamos a la normalidad.
¿Normalidad? Clary no podía creerlo. ¿Una vida normal sin Jace?
—Eso es lo que nos dijeron después de la muerte de Max —comentó Izzy; no había lágrimas en sus ojos, pero ardían de rabia—. Que superaríamos antes el dolor si volvíamos a hacer vida normal.
—Se supone que es un buen consejo —dijo Alec, murmurándolo entre los dedos.
—Díselo a papá. ¿Acaso ha vuelto de Idris para la reunión?
Alec negó con la cabeza y dejó caer las manos.
—No. Si os sirve de consuelo, hubo mucha gente en la reunión que habló con rabia, y que apoyó seguir la búsqueda de Jace usando todo lo que tenemos. Magnus, claro; Luke; el cónsul Penhallow, incluso el hermano Zachariah. Pero al final no resultó suficiente.
Clary lo miró fijamente.
—Alec —dijo—. ¿No sientes nada?
Alec abrió mucho los ojos; su azul se oscureció, y por un momento, Clary recordó al chico que la había odiado cuando ella llegó por primera vez al Instituto, el chico con las uñas mordidas, agujeros en los suéteres y un resentimiento que parecía inamovible.
—Sé que estás enfadada, Clary —dijo él con voz cortante—, pero si estás sugiriendo que a Izzy y a mí nos importa menos Jace que a ti…
—No me refiero a eso —replicó ella—. Estoy hablando de tu conexión de parabatai. He estado leyendo sobre la ceremonia en el Códice. Sé que eso os liga. Puedes notar cosas de Jace. Cosas que os ayudan cuando estáis luchando. Así que supongo que lo que quiero decir es… ¿puedes sentir si sigue vivo?
—Clary. —Isabelle parecía preocupada—. Pensaba que no…
—Está vivo —afirmó Alec con cautela—. ¿Crees que yo podría funcionar así si él no estuviera vivo? Hay hago fundamental que no va bien. Eso lo noto. Pero aún respira.
—¿Lo que «no va bien» podría ser que lo retienen prisionero? —preguntó Clary con un hilillo de voz.
Alec miró hacia la ventana, a la lluvia que caía como una cortina.
—Tal vez. No puedo explicarlo. Nunca he sentido nada igual antes.
—Pero está vivo.
Alec la miró directamente.
—De eso estoy seguro.
—Entonces, ¡a la mierda el Consejo! Lo encontraremos nosotros —afirmó Clary.
—Clary… si fuera posible… ¿no crees que ya habríamos…? —comenzó Alec.
—Estábamos haciendo lo que la Clave quería que hiciéramos —dijo Isabelle—. Patrullas. Registros. Hay otras maneras.
—Maneras que van contra la Ley, quieres decir —replicó Alec. Parecía vacilante. Clary esperó que no fuera a repetir el lema de los cazadores de sombras en lo referente a la Ley: Dura lex, sed lex. «La Ley es dura, pero es la ley.» No creía poder resistirlo.
—La reina Seelie me ofreció un favor —dijo Clary—. Durante los fuegos artificiales en Idris. —El recuerdo de aquella noche, de lo feliz que había sido, hizo que se le encogiera el corazón, y tuvo que detenerse para recuperar el aliento—. Y un modo de ponerme en contacto con ella.
—La reina de las hadas no hace nada gratis.
—Lo sé. Aceptaré cualquier deuda que me cargue. —Clary recordaba las palabras de la chica hada que le había entregado la campanita: «Harías lo que fuera con tal de salvarle, te cueste lo que te cueste, sea cual sea tu deuda con el Cielo o el Infierno, ¿verdad?»—. Sólo quiero que uno de los dos me acompañe. No se me da muy bien traducir el idioma de las hadas. Al menos, si estáis conmigo, podréis limitar el daño. Pero si hay algo que ella pueda hacer…
—Yo iré contigo —dijo Isabelle al instante.
Alec miró a su hermana, sombrío.
—Ya hemos hablado con las hadas. El Consejo las interrogó a fondo. Y no pueden mentir.
—El Consejo les ha preguntado si sabían dónde estaban Jace y Sebastian —replicó Clary—. No si estaban dispuestas a buscarlos. La reina Seelie conocía a mi padre, sabía lo del ángel que invocó y atrapó, y también sabía la verdad sobre mi sangre y la de Jace. Creo que no hay mucho de lo que ocurre en este mundo que ella no sepa.
—Es cierto —admitió Isabelle, un poco más animada—. Ya sabes que hay que hacer la pregunta correcta a las hadas si se quiere conseguir de ellas alguna información útil, Alec. Es muy difícil interrogarlas, aunque tengan que decir la verdad. Sin embargo, un favor es diferente.
—Y tiene un peligro potencial literalmente ilimitado —replicó Alec—. Si Jace supiera que he dejado que Clary vaya a ver a la reina Seelie, me…
—No me importa —exclamó Clary—. Él lo haría por mí. Sabes que lo haría. Si yo hubiera desaparecido…
—Arrasaría el mundo entero hasta poder desenterrarte de las cenizas. Lo sé —concluyó Alec, que parecía agotado—. ¿Acaso crees que yo no quiero arrasar el mundo entero en este momento? Sólo trato de ser…
—Un hermano mayor —terminó Isabelle—. Ya lo pillo.
Alec la miró como si estuviera esforzándose por controlarse.
—Si te pasara algo, Isabelle, después de Max y de Jace…
Izzy se puso en pie, cruzó la sala y abrazó a Alec. El cabello oscuro de ambos, exactamente del mismo tono, se mezcló mientras Isabelle le susurraba algo al oído; Clary los observó con no poca envidia. Siempre había querido tener un hermano. Y lo tenía. Sebastian. Era como querer un perrito de mascota y que te dieran un sabueso infernal en su lugar. Observó cómo Alec le acariciaba el pelo a su hermana con cariño, asentía y la soltaba.
—Deberíamos ir todos —dijo él—. Pero tendré que decírselo a Magnus. Sería injusto no hacerlo.
—¿Quieres usar mi teléfono? —preguntó Isabelle, mientras le ofrecía su maltratado móvil rosa.
Alec negó con la cabeza.
—Está esperando abajo con los otros. Y tú también le tendrás que dar a Luke algún tipo de excusa, Clary. Estoy seguro de que espera que vuelvas a casa con él. Y dice que tu madre lo ha estado pasando muy mal con todo este asunto.
—Se culpa de la existencia de Sebastian. —Clary se puso en pie—. Aunque todos estos años pensara que estaba muerto.
—No es culpa suya. —Isabelle descolgó su látigo dorado de la pared y se lo enrolló en la muñeca, para que pareciera un juego de pulseras brillante—. Nadie la culpa.
En silencio, los tres recorrieron los pasillos del Instituto, extrañamente poblados de otros cazadores de sombras, algunos de los cuales eran parte de los grupos especiales enviados desde Idris para ocuparse de la situación. Ninguno de ellos miró a Isabelle, a Alec o a Clary con demasiada curiosidad. Al principio, Clary se había sentido como si la estuvieran observando, y había oído susurrar de «la hija de Valentine» en tantas ocasiones que había comenzado a temer ir al Instituto, pero ya había tenido que estar tantas veces ante el Consejo que la novedad había perdido interés.