—¿Un ejército de nefilim oscuros? Los dos sois duros, pero no sois exactamente un ejército.
—Hay unos cuarenta o cincuenta nefilim que o fueron fieles a Valentine, u odian la actual dirección de la Clave y están abiertos a escuchar lo que Sebastian tiene que decirles. Ya ha estado en contacto con ellos. Cuando invoque a Lilith, ellos estarán allí. —Jace respiró hondo—. Y ¿después de eso? ¿Con el poder de Lilith tras ellos? ¿Quién sabe quién más se unirá a su causa? Sebastian quiere la guerra. Está convencido de que ganará, y yo no estoy seguro de que no lo haga. Por cada nefilim oscuro que cree, su poder crecerá. Añade a eso los demonios que ya se han aliado con él, y no sé si la Clave está preparada para resistirle.
Clary dejó caer la mano.
—Sebastian no ha cambiado. Tu sangre no lo ha cambiado. Es exactamente igual que era. —Sus ojos fueron hacia los de Jace—. Pero tú… tú también me mentiste.
—Él te mintió.
Los pensamientos de Clary eran un remolino.
—Lo sé. Sé que Jace no eres tú…
—Él cree que es por tu bien, y que al final serás más feliz, pero te mintió. Yo nunca lo haría.
—El aegis —exclamó Clary—. Si te puede herir sin que lo sienta Sebastian, ¿podría matarlo sin herirte a ti?
Jace negó con la cabeza.
—No creo. Si tuviera un aegis, estaría dispuesto a probarlo, pero… no. Nuestras fuerzas vitales están ligadas. Una herida es una cosa. Pero si muriera… —La voz se le endureció—. Ya sabes la manera más fácil de acabar con todo esto. Atraviésame el corazón con una daga. Me sorprende que no lo hayas hecho mientras dormía.
—¿Podrías tú? ¿En mi lugar? —Le temblaba la voz—. Creo que hay una manera de solucionar esto. Aún lo creo. Dame tu estela y haré un Portal.
—No puedes crear ningún Portal aquí dentro —explicó Jace—. No funcionará. La única manera de salir de este apartamento y entrar es a través de la pared de abajo, junto a la cocina. Y también es el único lugar desde donde se puede mover el apartamento.
—¿Puedes trasladarnos a la Ciudad Silenciosa? Si volvemos, los Hermanos Silenciosos pueden encontrar una manera de separarte de Sebastian. Le contaremos su plan a la Clave, para que estén preparados…
—Podría trasladarnos a una de las entradas —repuso Jace—. Y lo haré. Iré. Iremos juntos. Pero sólo para que no haya más falsedades entre nosotros, Clary, tendrás que saber que ellos me matarán. Después de que les diga lo que sé, me matarán.
—¿Matarte? —No, no lo harían…
—Clary. —Su voz era tierna—. Como buen cazador de sombras, debo morir voluntariamente para detener lo que Sebastian pretende hacer. Como buen cazador de sombras, lo haría.
—Pero nada de esto es culpa tuya. —Alzó la voz, pero se obligó a bajarla de nuevo, porque no quería que Sebastian, abajo, la oyera—. No puedes evitar lo que te han hecho. Eres una víctima. No eres tú, Jace; es otra persona, alguien que usa tu cara. No deberías ser castigado…
—No es una cuestión de castigo. Es ser prácticos. Si me matan, Sebastian muere. No es diferente de sacrificarme en una batalla. Y lo que soy ahora, yo mismo, desaparecerá dentro de poco. Y, Clary, sé que no tiene sentido, pero lo recuerdo, lo recuerdo todo. Recuerdo haber caminado contigo por Venecia, y la noche en el club, y haber dormido en esta cama contigo, y… ¿No lo entiendes? Lo quería. Esto es todo lo que siempre he querido, vivir contigo así, estar contigo así. ¿Qué se supone que debería pensar, cuando lo peor que me ha ocurrido me da exactamente lo que deseo? Tal vez Jace Lightwood puede ver las muchas maneras en que esto está mal y no es correcto, pero a Jace Wayland, el hijo de Valentine… le encanta esta vida. —La miraba con ojos muy abiertos y dorados, y a ella le recordó a Raziel, a su mirada, que parecía contener toda la sabiduría y toda la tristeza del mundo—. Y es por eso que tengo que ir —concluyó—. Antes de que esto se agote. Antes de que vuelva a ser él.
—¿Ir adónde?
—A la Ciudad Silenciosa. Tengo que entregarme, y entregar la Copa también.
TERCERA PARTE
Todo cambiado
Todo cambiado, cambiado del todo:
Una terrible belleza ha nacido.
18
Raziel
«¿Clary?»
Simon se hallaba sentado en los escalones del porche trasero de la casa de la granja, mirando hacia el camino que atravesaba el manzanar y llevaba al lago. Isabelle y Magnus estaba en el sendero; Magnus miraba hacia el lago y luego hacia las colinas que rodeaban la zona. Estaba tomando notas con una pluma cuya punta brillaba de un chisporroteante verde azul. Alec estaba un poco más lejos, mirando los árboles que bordeaban la cresta de las colinas que separaban la granja de la carretera. Parecía querer estar lo más lejos de Magnus, pero manteniéndose a una distancia que le permitiera oírlos. A Simon le parecía, aunque era el primero en admitir que no resultaba ser un gran observador en esos temas, que a pesar de las bromas en el coche, desde hacía poco existía una perceptible distancia entre Alec y Magnus; era algo que no podía explicar, pero que sabía que estaba ahí.
La mano derecha de Simon estaba apoyada en la izquierda, y los dedos sobre el anillo de oro.
«Clary, por favor.»
Había tratado de contactar con ella cada hora desde que recibió el mensaje de Maia sobre Luke. No había conseguido nada. Ni la más leve sensación de respuesta.
«Clary. Estoy en la granja. Me acuerdo de ti aquí, conmigo.»
Era un día sorprendentemente cálido para la estación, y un leve viento removía las últimas hojas en las ramas de los árboles. Después de pasar mucho rato preguntándose qué ropa debía ponerse para un encuentro con los ángeles (un traje le parecía excesivo, aunque tuviera uno de la fiesta de compromiso de Jocelyn y Luke), iba en vaqueros y camiseta, con los brazos al aire bajo la luz del sol. Tenía tantos recuerdos felices en aquel lugar, en aquella casa. Clary y él habían ido allí con Jocelyn casi todos los veranos desde que podía recordar. Se bañaban en el lago. Simon se bronceaba, y la pálida piel de Clary se quemaba una y otra vez. Le salían un millón más de pecas en los hombros y los brazos. Jugaban al «béisbol manzana» en el manzanar, que era pringoso y divertido, y al Scrabble y al póquer en la casa, y Luke siempre ganaba.
«Clary, estoy a punto de hacer algo estúpido, peligroso y quizá suicida. ¿Tan malo es que quiera hablar contigo por última vez? Hago esto para que estés a salvo, y ni siquiera sé si sigues viva para ayudarte. Pero si estás muerta lo sabría, ¿verdad? Lo sentiría.»
—Muy bien. Vamos —dijo Magnus, que apareció al pie de los escalones. Miró el anillo que Simon llevaba en el dedo, pero no hizo ningún comentario.
Simon se puso en pie y se sacudió los vaqueros; luego fue en cabeza por el serpenteante camino a través del manzanar. El lago relucía por delante como una fría moneda azul. Al acercarse, Simon vio el viejo muelle que se metía en el agua, donde en un tiempo se ataban kayaks, antes de que un gran trozo del muelle se rompiera y se fuera a la deriva. Pensó que casi podía oír el perezoso zumbido de las abejas y notar el peso del verano en los hombros. Cuando llegaron a la orilla del lago, se volvió y miró la casa, de listones pintados de blanco con contraventanas verdes y un viejo porche cubierto con cansados muebles de mimbre blanco.
—Te gusta esto, ¿eh? —comentó Isabelle. Su cabello negro ondeaba como una bandera bajo la brisa del lago.
—¿Cómo lo sabes?
—Por tu expresión —contestó ella—. Como si estuvieras recordando algo bueno.
—Fue bueno —afirmó Simon. Se fue a subir las gafas por la nariz, recordó que ya no las llevaba y bajó la mano—. Fui muy afortunado.