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Alec siguió la dirección que indicaba Magnus y vio una pequeña cajita de plata en el lado opuesto de la gran mesa de madera. La cogió. Era como un cofre en miniatura colocado sobre unos minúsculos pies, con la tapa curvada y las iniciales W. S. dibujadas con diamantes por encima.

«W —pensó Alec—. ¿Will?»

Eso era lo que Magnus le había dicho cuando Alec le preguntó sobre el nombre con el que Camille le había provocado. «Will. Dios santo, de eso hace muchísimo tiempo.»

Alec se mordió el labio.

—¿Qué es?

—Una cajita de rapé —contestó Magnus, sin alzar la vista de sus papeles—. Ya te lo he dicho.

—¿Como el pescado? —Alec lo miró.

Magnus lo miró y se echó a reír.

—Como el tabaco. Fue muy popular durante los siglos XVII y XVIII. Ahora la guardo para meter cositas.

Extendió la mano, y Alec le entregó la caja.

—¿Alguna vez te preguntas…? —comenzó el chico; luego se detuvo y empezó de nuevo—. ¿No te molesta que Camille esté por ahí en alguna parte? ¿Que se haya escapado? —preguntó.

«¿Y que yo tuviera la culpa?», pensó sin decirlo. No era necesario que Magnus lo supiera.

—Siempre ha estado por ahí en alguna parte —contestó el Mago—. Ya sé que la Clave no está muy satisfecha, pero yo estoy acostumbrado a imaginármela viviendo su vida, sin ponerse en contacto conmigo. Si alguna vez me molestó, hace mucho tiempo que no lo hace.

—Pero la amaste. Una vez.

Magnus pasó el dedo por los diamantes incrustados en la cajita de rapé.

—Creía que sí.

—¿Y ella te sigue amando?

—No lo creo —respondió Magnus con sequedad—. No estaba muy contenta la última vez que la vi. Claro que eso pudo ser porque tengo un novio de dieciocho años con una runa de energía, y ella no.

Alec resopló.

—Como la persona de la que se habla como un objeto, me… Protesto ante esa descripción.

—Ella siempre ha sido de las celosas —repuso el brujo con una sonrisa de medio lado. Se le daba muy bien cambiar de tema, pensó Alec. Magnus había dejado claro que no le gustaba hablar sobre su vida amorosa pasada, pero en algún momento de su conversación, la familiaridad y el confort, la sensación que Alec tenía de estar en casa, había desaparecido. Por muy joven que pareciera Magnus —y en ese momento, descalzo y con el cabello enmarañado, no parecía tener más de dieciocho años—, los separaban océanos de tiempo imposibles de cruzar.

Magnus abrió la caja, sacó unas chinchetas y las empleó para clavar en la mesa el papel que había estado mirando. Cuando alzó la vista y vio la expresión de Alec, se sorprendió.

—¿Estás bien?

En vez de contestar, su novio le cogió las manos y le hizo ponerse en pie. Magnus se lo permitió con una mirada inquisitiva. Antes de que pudiera decir nada, Alec lo acercó a él y lo besó. El brujo hizo un ruidito suave y complacido; agarró la camisa de su chico por detrás y se la levantó. Alec notó sus fríos dedos en la espalda y se inclinó sobre él, inmovilizándolo entre la mesa y su cuerpo. Aunque a Magnus no pareció importarle.

—Vamos —le dijo Alec al oído—. Es tarde. Vamos a acostarnos.

Magnus se mordió el labio y miró hacia atrás, a los papeles que había sobre la mesa, con la vista fija en las antiguas sílabas de lenguas olvidadas.

—¿Por qué no vas yendo tú? —dijo—. Estaré contigo en… cinco minutos.

—Claro. —Alec se incorporó, sabiendo que cuando Magnus se concentraba en sus estudios, cinco minutos podían convertirse en cinco horas—. Te espero allí.

—Shhh.

Clary se llevó un dedo a los labios antes de hacer un gesto a Simon para que entrara delante de ella en casa de Luke. Todas las luces estaban apagadas, y el salón estaba oscuro y en silencio. Hizo ir a Simon hacia su habitación y entró en la cocina para coger un vaso de agua. A mitad de camino se detuvo de golpe.

Se oía la voz de su madre en el pasillo. Clary la notó tensa. Igual que perder a Jace era la peor pesadilla de Clary, sabía que su madre también estaba viviendo la suya. Saber que su hijo estaba vivo y por el mundo, capaz de cualquier cosa, la estaba destrozando por dentro.

—Pero la han absuelto, Jocelyn —oyó Clary responder a Luke, con su voz subiendo y bajando de volumen—. No habrá ningún castigo.

—Todo es por mi culpa. —La voz de Jocelyn sonaba apagada, como si tuviera la cabeza hundida en el hombro de Luke—. Si no hubiera traído a… esa criatura a este mundo, Clary no estaría pasando por lo que está pasando ahora.

—No podías saberlo… —La voz de Luke se convirtió en un susurro, y aunque Clary sabía que él tenía razón, tuvo un breve momento de rabia hacia su madre. Jocelyn debería haber matado a Sebastian en la cuna antes de que éste tuviera la oportunidad de crecer y arruinarles la vida a todos, pensó. Y al instante se horrorizó de sí misma por pensarlo. Se fue hacia el otro extremo de la casa, entró en su cuarto y cerró la puerta tras de sí como si la siguieran.

Simon, que estaba sentado en la cama jugando con su DS, alzó la vista sorprendido.

—¿Va todo bien?

Clary trató de sonreírle. Simon era algo habitual en aquel cuarto; de pequeños, ambos habían dormido a menudo en casa de Luke. Ella había hecho lo que había podido para convertir aquel dormitorio en su cuarto, en vez de ser el cuarto de huéspedes. Las fotos de Simon y de ella, de los Lightwood, de Jace con su familia, estaban colocadas de cualquier manera en el marco del espejo que había sobre la cómoda. Luke le había dado una mesa de dibujo, y sus útiles de dibujo estaban ordenados en una estantería de cajoncitos junto a ella. Había pegado a la pared pósteres de sus animes: Fullmetal Alchemist, Rurouni Kenshin y Bleach.

Las pruebas de su vida de cazadora de sombras también estaban esparcidas por ahí: una gruesa copia del Códice del Cazador de Sombras, con sus notas y garabatos en los márgenes; un estante con libros sobre lo oculto y paranormal; su estela sobre la mesa, y una bola del mundo nueva, que Luke le había regalado, en la que se mostraba Idris, bordeado en dorado, en el centro de Europa.

Y Simon, sentado sobre la cama, con las piernas cruzadas, era una de las pocas cosas que pertenecían tanto a su vida de antes como a la nueva. Él la miró con sus ojos oscuros y su pálido rostro, con el brillo de la Marca de Caín apenas visible en la frente.

—Mi madre —contestó ella, y se apoyó en la puerta—. No está nada bien.

—¿No está aliviada? Me refiero a que te hayan absuelto.

—No consigue pensar en nada que no sea Sebastian. No puede dejar de culparse.

—No tiene la culpa de que él sea así. La culpa fue de Valentine.

Clary no dijo nada. Estaba recordando las cosas terribles que acababa de pensar: que su madre debería haber matado a Sebastian en cuanto éste nació.

—Las dos —continuó Simon— os culpáis de cosas de las que no sois responsables. Tú te culpas de haber dejado a Jace en el tejado…

Ella alzó la cabeza de golpe y lo miró molesta. No recordaba haber dicho nunca que se culpara de eso, aunque lo hacía.

—Nunca…

—Te culpas —repuso él—. Pero yo lo dejé, Izzy lo dejó, Alec lo dejó, y Alec es su parabatai. No había forma de que pudiéramos saber lo que iba a pasar. Y podría haber sido peor si te hubieras quedado.

—Quizá. —Clary no quería hablar de eso. Sin mirar a Simon, se metió en el cuarto de baño para cepillarse los dientes y ponerse su pijama afelpado. Evitó mirarse en el espejo. No le gustaba ver lo pálida que estaba, las ojeras. Era fuerte; no iba a desmoronarse. Tenía un plan. Incluso si era una locura e implicaba robar en el Instituto.