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—¿Esta noche?

—Bueno, no puedes ir a la ceremonia tal como vas vestida. —La recorrió con la mirada, desde los pies descalzos hasta el top, que se le había pegado al cuerpo por el sudor, y los pantalones polvorientos—. Tu aspecto esta noche, la impresión que puedas causar a nuestros nuevos acólitos, es importante. Póntelo.

Clary le estaba dando vueltas a la cabeza. «La ceremonia es esta noche. Nuestros nuevos acólitos.»

—¿De cuánto rato dispongo para… arreglarme? —preguntó.

—Como una hora —contestó él—. Debemos estar en el lugar sagrado a medianoche. Los otros ya se estarán reuniendo allí. No querría llegar tarde.

«Una hora.»

Con el corazón golpeándole dentro del pecho, Clary tiró el vestido sobre la cama, donde destelló como una cota de mallas. Cuando se volvió, él seguía en la puerta, con una medio sonrisa en el rostro, como si pretendiera esperar mientras ella se cambiaba.

Clary fue a cerrar la puerta. Él la agarró por la muñeca.

—Esta noche me llamarás Jonathan. Jonathan Morgenstern. Tu hermano.

Un estremecimiento le recorrió todo el cuerpo, y bajó la mirada, esperando que él no pudiera verle el odio en los ojos.

—Lo que tú digas.

En cuanto él se fue, ella cogió una de las chaquetas de cuero de Jace. Se la puso, reconfortada por el calor y por el olor a él. Se calzó las botas y salió sigilosamente al pasillo, deseando una estela y una nueva runa de insonoridad. Oyó como el agua corría abajo, y a Sebastian, silbando desafinado, pero sus propios pasos aún le sonaban como cañonazos. Avanzó en silencio, contra la pared, hasta que llegó a la habitación de Sebastian y se metió dentro.

Había poca luz; la única iluminación procedía de las luces de la ciudad que entraban por la ventana, que tenía las cortinas corridas. La habitación era un caos, igual que la primera vez que la había visto. Comenzó por el armario, lleno de ropa cara: camisas de seda, chaquetas de cuero, trajes de Armani, zapatos de Bruno Magli. En el suelo del armario había una camisa blanca, hecha un lío y manchada con sangre, sangre tan vieja como para haberse vuelto marrón. Clary la miró durante un largo instante y luego cerró la puerta.

Después fue a por el escritorio, sacando cajones y revolviendo papeles. Prefería encontrar algo simple, como un papel arrancado de una libreta con «MI MALVADO PLAN» escrito como título, pero no tuvo suerte. Había docenas de papeles con complicados cálculos numéricos y alquímicos, e incluso un papel que comenzaba con «Mi hermosa», en la apiñada letra de Sebastian. Gastó un momento en pensar quién sería la «hermosa» de Sebastian; nunca había pensado en él como alguien capaz de tener sentimientos románticos hacia nada. Luego pasó a registrar la mesilla junto a la cama.

Abrió un cajón. Dentro había una pila de notas. Sobre ellas, algo brilló. Algo metálico y circular.

El anillo de las hadas.

Isabelle rodeaba a Simon con los brazos mientras regresaban a Brooklyn en la camioneta. Él estaba agotado, le dolía la cabeza y sentía todo el cuerpo magullado. Aunque Magnus le había devuelto el anillo en el lago, no había podido contactar con Clary a través de él. Y lo peor: tenía hambre. Le gustaba lo cerca que Isabelle estaba de él, la manera en que le apoyaba una mano sobre el interior del codo, acariciándolo con los dedos, a veces bajándoselos hasta la muñeca. Pero el olor de ella, a perfume y sangre, le hacía rugir el estómago.

Estaba oscureciendo; el ocaso de finales de otoño seguía de cerca al día, y reducía la iluminación del interior de la cabina. Las voces de Alec y de Magnus eran murmullos en la oscuridad. Simon dejó que se le cerraran los ojos; veía al Ángel contra los párpados, una explosión de luz blanca.

«¡Simon! —La voz de Clary estalló dentro de su cabeza, despertándolo al instante—. ¿Dónde estás?»

Un grito ahogado se le escapó de entre los labios.

«¿Clary? Estaba tan preocupado…»

«Sebastian me quitó el anillo. Simon, no tenemos mucho tiempo. Tengo que contártelo. Tienen una segunda Copa Mortal. Planean invocar a Lilith y crear un ejército de cazadores de sombras oscuros, con los mismos poderes de los nefilim, pero aliados con el mundo de los demonios.»

—Estás de broma —exclamó Simon. Tardó un instante en darse cuenta de que había hablado en voz alta; Isabelle se movió a su lado, y Magnus lo miró con curiosidad.

—¿Te encuentras bien, vampiro?

—Es Clary —contestó Simon. Los tres lo miraron con idéntica expresión de sorpresa—. Está hablándome. —Se cubrió las orejas con las manos, se arrellanó en el asiento e intentó concentrarse en las palabras de Clary.

«¿Cuándo lo van a hacer?»

«Esta noche. Pronto. No sé dónde exactamente…, pero aquí son como las diez de la noche.»

«Entonces nos sacas unas cinco horas. ¿Estás en Europa?»

«No tengo ni idea. Sebastian mencionó algo llamado el Séptimo Sitio Sagrado. No sé lo que es, pero he encontrado unas notas y, al parecer, es una tumba antigua. Parece una especie de puerta, y se puede invocar a los demonios a través de ella.»

«Clary, nunca había oído hablar de nada de eso…»

«Pero Magnus o los otros igual sí. Por favor, Simon. Díselo en cuanto puedas. Sebastian va a resucitar a Lilith. Quiere la guerra. La guerra total contra los cazadores de sombras. Tiene unos cuarenta o cincuenta nefilim dispuestos a seguirle. Todos estarán allí. Simon, quiere arrasar el mundo. Tenemos que hacer todo lo que podamos para detenerlo.»

«Si las cosas están tan mal, necesitas salir de ahí.»

Clary sonó cansada.

«Lo estoy intentando. Pero puede que sea demasiado tarde.»

Simon era vagamente consciente de que todos en la camioneta lo estaban mirando con cara de preocupación. No le importó. La voz de Clary en su cabeza era como una cuerda tendida sobre un abismo, y si podía agarrar el extremo en ese lado, quizá pudiera tirar de ella y ponerla a salvo, o al menos evitar que siguiera cayendo.

«Clary, escucha. No te puedo decir cómo, es una larga historia, pero tenemos una arma. Se puede usar con Jace o con Sebastian sin que hiera al otro, y según… la persona que nos la ha dado, puede que corte su conexión.»

«¿Cortar su conexión? ¿Cómo?»

«Dijo que quemaría la maldad del que la recibiera. Si la empleamos con Sebastian, supongo que quemará el lazo que lo une a Jace, porque ese lazo es maligno. —Simon sintió como si le palpitara la cabeza y esperó sonar más seguro de lo que lo estaba—. No estoy seguro. De todas formas, es muy poderosa. Se llama Gloriosa

«¿Y la quieres emplear contra Sebastian? ¿Quemaría su unión sin matarlos?»

«Bueno, ésa es la idea. Quiero decir, puede que quizá acabe con Sebastian. Depende de cuánto bien quede dentro de él. “Si más del Infierno que del Cielo.” Creo que eso es lo que dijo el Ángel…»

«¿El Ángel? —Su alarma era palpable—. Simon, ¿qué has…?»

Su voz se cortó de repente, y Simon notó un clamor de emociones: sorpresa, furia, terror. Dolor. Gritó, y se incorporó de golpe.

«¿Clary?»

Pero sólo silencio, resonándole en la cabeza.

«¡Clary!», gritó, y luego exclamó en voz alta:

—Mierda. Se ha vuelto a ir.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Isabelle—. ¿Está bien? ¿Qué está ocurriendo?

—Creo que tenemos mucho menos tiempo del que pensábamos —dijo Simon en una voz mucho más tranquila de lo que se sentía—. Magnus, para el coche. Tenemos que hablar.

—Bien —dijo Sebastian, llenando el hueco de la puerta con su presencia mientras miraba a Clary—, ¿sería un déjà vu si te preguntara qué estás haciendo en mi dormitorio, hermanita?

Clary tragó saliva que casi se le atoró en la garganta, repentinamente seca. La luz del pasillo brillaba detrás de Sebastian y lo transformaba en una silueta. No podía verle la expresión del rostro.