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—Al igual que la Copa Mortal ha sido para los cazadores de sombras tanto un talismán como un medio de transformación, así será esta Copa Infernal para ti —dijo ella con su voz quemada y perdida en el viento. Se arrodilló y tendió la Copa a Sebastian—. Toma mi sangre y bebe.

Sebastian cogió la Copa de sus manos. Se había vuelto negra, un negro brillante como la hematites.

—Como crece tu ejército, igual hará mi fuerza —siseó Lilith—. Pronto tendré la fuerza suficiente para regresar de verdad, y compartiremos el fuego del poder, hijo mío.

Sebastian inclinó la cabeza.

—Te proclamamos Muerte, madre mía, y manifestamos tu resurrección.

Lilith rió mientras alzaba los brazos. El fuego le lamió el cuerpo; ella se lanzó al aire y estalló en docenas de partículas de luz giratorias que se fueron apagando como las brasas de un fuego muerto. Cuando hubieron desaparecido por completo, Sebastian rompió la continuidad del pentagrama con el pie, y alzó la cabeza. Había una horrible sonrisa en su rostro.

—Cartwright —dijo—. Haz avanzar al primero.

El gentío se apartó, y un hombre dio un paso adelante, con una mujer tambaleándose a su lado. Una cadena la ligaba al brazo del hombre, y el cabello largo y enredado le ocultaba el rostro. Clary se puso tensa.

—Jace, ¿qué es esto? ¿Qué está pasando?

—Nada —contestó él, mirando al frente concentrado—. No van a hacer daño a nadie. Sólo Cambiarán. Mira.

Cartwright, cuyo nombre Clary recordaba vagamente de su estancia en Idris, puso la mano en la cabeza de su prisionera y la obligó a arrodillarse. Luego se inclinó, la agarró por el pelo y le hizo alzar la cabeza. Ella miró a Sebastian, parpadeando de terror y desafío, con el rostro claramente iluminado por la luna.

Clary tragó aire.

«Amatis.»

21

Al infierno

La hermana de Luke alzó la mirada. Sus ojos azules, tan parecidos a los de Luke, se clavaron en Clary. Parecía mareada y aturdida, y su expresión estaba un poco descentrada, como si la hubieran drogado. Trató de ponerse en pie, pero Cartwright la sujetó de nuevo. Sebastian los miró, con la copa en la mano.

Clary intentó avanzar, pero Jace la cogió por el brazo y tiró de ella hacia atrás. Ella le dio una patada, pero él ya la había cogido en brazos y le tapaba la boca con la mano. Sebastian estaba hablando a Amatis con un tono de voz grave e hipnótico. Ésta sacudía la cabeza violentamente, pero Cartwright la cogió por el largo cabello y le tiró la cabeza hacia atrás. Clary la oyó gritar; fue un sonido agudo sobre el viento.

Clary pensó en la noche que se había quedado despierta viendo a Jace dormir tranquilamente, pensando en cómo podría acabar con todo aquello con una simple cuchillada. Pero «todo aquello» no había tenido ninguna cara, ninguna voz, ningún plan. Sin embargo, en ese momento en que tenía la cara de la hermana de Luke, en ese momento en que Clary sabía el plan, ya era demasiado tarde.

Sebastian agarraba a Amatis por el pelo y le metía la Copa contra la boca. Mientras la obligaba a beber, ella sufría arcadas y tosía, y un líquido negro le caía por la barbilla.

Sebastian apartó la Copa de golpe, pero ya había hecho su trabajo. Amatis hizo un horrible sonido áspero y seco, y su cuerpo se irguió de golpe. Los ojos le sobresalían, tan negros como los de Sebastian. Se golpeó el rostro con las manos, mientras un agudo gemido se le escapaba, y Clary vio atónita que la runa de visión le iba palideciendo en la mano y luego desaparecía.

Amatis bajó las manos. Su expresión se había suavizado, y sus ojos volvían a ser azules. Los clavó en Sebastian.

—Suéltala —le dijo el hermano de Clary a Cartwright, mirando a Amatis—. Déjala que venga conmigo.

Cartwright abrió la cadena que lo unía a Amatis y dio un paso atrás, con una curiosa mezcla de aprensión y fascinación en el rostro.

Amatis permaneció inmóvil durante un momento, balanceando las manos a los costados. Luego se puso en pie y fue hacia Sebastian. Se postró ante él, con el cabello rozando el suelo.

—Señor —dijo—. ¿Cómo puedo serviros?

—Levántate —contestó Sebastian, y Amatis se levantó ágilmente del suelo. De repente, parecía moverse de una manera diferente. Todos los cazadores de sombras eran ágiles, pero ella se movía con una gracilidad silenciosa que Clary encontró extrañamente escalofriante. Amatis se quedó de pie ante Sebastian. Por primera vez, Clary vio que lo que había tomado por un largo vestido blanco era un camisón, como si la hubieran despertado y se la hubieran llevado de la cama. Qué pesadilla, despertarse allí, entre aquellas siluetas encapuchadas, en aquel lugar amargo y abandonado.

—Ven aquí conmigo —la llamó Sebastian, y Amatis avanzó hacia él. Era, al menos, una cabeza más baja que él, y tuvo que echar la cabeza hacia atrás mientras él le susurraba algo. Una fría sonrisa se dibujó en el rostro de Amatis.

Sebastian alzó la mano.

—¿Te gustaría luchar contra Cartwright?

Cartwright tiró la cadena que había estado sujetando y se llevó la mano al cinturón de las armas a través de una abertura en la capa. Era un hombre joven, con el cabello claro y un rostro ancho y cuadrado.

—Pero yo…

—Sin duda sería adecuada una demostración de su poder —repuso Sebastian—. Vamos, Cartwright, es una mujer, y mayor que tú. ¿Tienes miedo?

Cartwright parecía perplejo, pero sacó una larga daga de su cinturón.

—Jonathan…

Los ojos de Sebastian destellaron.

—Lucha contra él, Amatis.

Ella curvó los labios.

—Estaré encantada —repuso, y se lanzó. Su velocidad era increíble. Dio un salto en el aire, lanzó el pie hacia delante y le sacó la daga de las manos a Cartwright. Clary la observó atónita mientras Amatis le subía por el cuerpo y le clavaba una rodilla en el estómago. Él se tambaleó hacia atrás, y ella le golpeó en la cabeza con la suya; luego se le puso a la espalda y lo agarró con fuerza por la parte de atrás de la túnica, tirándolo al suelo. Él cayó a sus pies con un desagradable crujido, y gimió de dolor.

—Y esto es por sacarme de la cama en medio de la noche —dijo Amatis, y le dio un tortazo de revés en la boca, que ya le sangraba ligeramente.

Un leve murmullo de risas contenidas recorrió la muchedumbre.

—Y ya lo veis —dijo Sebastian—. Incluso un cazador de sombras sin grandes habilidades ni fuerza, con perdón, Amatis, se puede volver más fuerte y más rápido que su homólogo con adscripción seráfica. —Se dio con el puño en la palma de la otra mano—. Poder. Auténtico poder. ¿Quién está preparado para tenerlo?

Hubo un momento de vacilación, y luego Cartwright se puso trabajosamente en pie.

—Yo —contestó, mientras le lanzaba una venenosa mirada a Amatis, que tan sólo sonrió.

Sebastian alzó la Copa Infernal.

—Entonces, acércate.

Cartwright fue hacia Sebastian y, mientras lo hacía, los otros cazadores de sombras rompieron la formación, fueron hacia donde se hallaba Sebastian y formaron una cola irregular. Amatis se quedó tranquilamente a un lado, con las manos cogidas. Era la hermana de Luke. Si las cosas hubieran ido según lo planeado, en ese momento habría sido la tía de Clary.

Amatis. Clary pensó en su casita del canal en Idris, en lo amable que había sido con ella, lo mucho que había amado al padre de Jace.

«Por favor, mírame —pensó—. Por favor, muéstrame que sigues siendo tú.»

Como si Amatis hubiera oído su silencioso ruego, alzó la cabeza y miró directamente a Clary.

Y sonrió. No era una sonrisa tranquilizadora, sino oscura, fría y ligeramente burlona. Era la sonrisa de alguien que mira cómo te ahogas, pensó Clary, y no levanta un dedo para ayudarte. No era la sonrisa de Amatis. No era Amatis en absoluto. Amatis ya no estaba.