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Jace le había sacado la mano de la boca, pero Clary no sintió ningún deseo de gritar. Nadie allí la ayudaría, y la persona que la rodeaba con los brazos, aprisionándola con su cuerpo, no era Jace. Del mismo modo que las ropas retenían la forma de su dueño aunque éste no las hubiera llevado durante años, o que una almohada conservaba el contorno de la cabeza de quien había dormido sobre ella incluso si hacía tiempo que había muerto, Jace conservaba su exterior. Pero eso era todo lo que había, una cáscara vacía que ella había llenado con sus deseos, su amor y sus sueños.

Y al hacerlo, le había causado un gran daño al auténtico Jace. En su intento de salvarlo, casi había olvidado a quién estaba salvando. Y recordó lo que él había dicho durante aquellos breves momentos en que había sido él mismo: «Odio la idea de que él esté contigo». Él. «Ese otro Jace.» Jace había sabido que eran dos personas diferentes, y que él, con su alma borrada, no era él en absoluto.

Había tratado de entregarse a la Clave, y ella no le había dejado. No había prestado atención a lo que él quería. Había decidido por él, sin darse cuenta de que su Jace preferiría morir que estar así, y que en realidad no le había salvado la vida sino que lo había condenado a una existencia que él despreciaría.

Ella se dejó caer sobre él, y Jace, que tomó ese repentino cambio como una señal de que ella había dejado de luchar, aflojó la fuerza con que la sujetaba. El último de los cazadores de sombras estaba ante Sebastian, esperando ansioso la Copa Infernal que éste le tendía.

—Clary… —comenzó Jace.

Ella nunca supo lo que él le habría dicho. Se oyó un grito, y el cazador de sombras que esperaba la Copa se tambaleó hacia atrás, con una flecha en el cuello. Sin poder creérselo, Clary volvió la cabeza y vio, en lo alto del dolmen, a Alec, uniformado, sujetando su arco. Éste sonrió satisfecho y se llevó la mano a la espalda para coger otra flecha.

Y entonces, detrás de él, el resto de ellos fueron apareciendo sobre la llanura. Una manada de lobos, corriendo cerca del suelo, con el moteado pelaje brillando bajo la luz cambiante. Clary supuso que Maia y Jordan estarían entre ellos. Detrás caminaban varios cazadores de sombras en una línea continua, todos conocidos suyos: Isabelle y Maryse Lightwood, Helen Blackthorn y Aline Penhallow, y Jocelyn, con su cabello rojo visible incluso a esa distancia. Con ellos se hallaba Simon, con la empuñadura de una espada plateada sobresaliéndole del hombro, y Magnus, con un fuego azul crepitándole en las manos.

El corazón le saltó en el pecho.

—¡Estoy aquí! —gritó hacia ellos—. ¡Estoy aquí!

—¿La ves? —preguntó Jocelyn—. ¿Está ahí?

Simon trató de centrar la vista en la moviente oscuridad que tenía delante; sus sentidos vampíricos se aguzaron al notar el claro olor de la sangre, diferentes tipos de sangre mezclada: sangre de cazador de sombras, sangre de demonio y el amargor de la sangre de Sebastian.

—La veo —exclamó—. Jace la está sujetando. La está arrastrando detrás de esa fila de cazadores de sombras de allí.

—Si son leales a Jonathan como el Círculo lo era a Valentine, harán un muro de cuerpos para protegerlos, y a Clary y a Jace junto con él. —Jo celyn era toda una fría furia maternal; sus ojos verdes ardían—. Tendremos que atravesarlo para llegar a ellos.

—Lo que necesitamos es llegar a Sebastian —dijo Isabelle—. Simon, nosotros te abriremos paso. Tú ve hasta Sebastian y atraviésalo con Gloriosa. Cuando él caiga…

—Es posible que los otros se dispersen —concluyó Magnus—. O, dependiendo de lo unidos que estén a Sebastian, puede que mueran o caigan con él. Al menos, podemos albergar esa esperanza. —Echó la cabeza atrás—. Y hablando de esperanza, ¿habéis visto el disparo de Alec con su arco? ¡Ése es mi novio! —Sonrió de oreja a oreja y agitó los dedos; chispas azules le salieron de ellos. Todo él brillaba. Sólo Magnus, pensó Simon con resignación, podría tener acceso a una armadura de combate de lentejuelas.

Isabelle se desenrolló el látigo de la cintura. Lo hizo restallar ante ella en una lengua de fuego dorado.

—Muy bien, Simon. —Preguntó—: ¿Estás preparado?

A Simon se le tensaron los hombros. Aún los separaba cierta distancia de la línea del ejército contrario (no sabía de qué otra manera pensar en ellos), que mantenía su posición con túnicas rojas y uniformes, con las manos erizadas de armas. Algunos de ellos se exclamaban en voz alta, confusos. Simon no pudo contener una sonrisa.

—En el nombre del Ángel, Simon —exclamó Izzy—. ¿Por qué estás sonriendo?

—Sus cuchillos serafines ya no les funcionan —contestó Simon—. Están tratando de averiguar por qué. Sebastian acaba de gritarles que usen otras armas.

Se oyó un grito en la línea cuando otra flecha descendió desde la tumba y se hundió en la espalda de un corpulento cazador de sombras, que se desplomó hacia delante. La línea se movió y se abrió ligeramente, como una grieta en una pared. Simon, viendo una oportunidad, corrió hacia delante, y los otros le siguieron.

Era como lanzarse a un océano negro en la noche, un océano lleno de tiburones y criaturas de grandes dientes chocando unos contra otros. No era la primera batalla en la que Simon participaba, pero durante la Guerra Mortal acababa de recibir la Marca de Caín. Aún no había comenzado a funcionar, pero muchos demonios se habían echado atrás con sólo verla. Simon nunca había pensado que llegaría a echarla de menos, pero en ese momento, mientras trataba de avanzar entre los apiñados cazadores de sombras, que lo atacaban con sus cuchillos, lo hacía. Tenía a Isabelle a un lado y a Magnus al otro, protegiéndolo, protegiendo a Gloriosa. El látigo de Isabelle estallaba certero y fuerte, y las manos de Magnus escupían fuego rojo, verde y azul. Látigos de fuego coloreado golpeaban a los nefilim oscuros, abrasándolos allí mismo. Otros cazadores de sombras gritaron cuando los lobos de Luke se metieron entre ellos, mordiendo y arañando, saltándoles al cuello.

Una daga cortó el aire con una velocidad increíble, y rasgó a Simon en el costado. Éste gritó pero continuó avanzando, sabiendo que la herida se le cerraría en segundos. Siguió adelante…

Y se quedó helado. Un rostro conocido estaba ante él. La hermana de Luke. Amatis. Cuando ella lo vio, Simon notó que lo reconocía. ¿Qué estaba haciendo ella allí? ¿Había ido a luchar con ellos? Pero…

Ella se lanzó contra él, con una daga destellando oscura en la mano. Era rápida, pero no tanto como para que sus reflejos de vampiro no lo salvaran, si no hubiera estado demasiado atónito para moverse. Amatis era la hermana de Luke, la conocía, y ese momento de incredulidad bien podría haber sido su perdición si Magnus no hubiera saltado frente a él y lo hubiera empujado hacia atrás. De la mano de Magnus salió fuego azul, pero Amatis fue más rápida que el brujo. Esquivó la llama y pasó bajo el brazo de Magnus, y Simon captó el destello de luna de la hoja de su cuchillo. Magnus abrió los ojos de sorpresa cuando la hoja negra bajó sobre él, traspasándole la armadura. Ella la arrancó de golpe, con la hoja pegajosa de sangre reflectante, e Isabelle gritó mientras Magnus caía de rodillas. Simon trató de ir hacia él, pero el impulso y la presión de los guerreros lo estaban alejando. Gritó el nombre de Magnus mientras Amatis se inclinaba sobre el brujo caído y alzaba la daga por segunda vez, buscándole el corazón.

—¡Suéltame! —gritó Clary, forcejeando y lanzando patadas para tratar de liberarse del abrazo de Jace. Casi no podía ver nada por encima de la marea de cazadores de sombras vestidos de rojo que se hallaban ante ella, Jace y Sebastian, bloqueando el paso a su familia y amigos. Los tres se encontraban a unos cuantos pasos de la línea de batalla. Jace la agarraba con fuerza mientras ella se debatía, y Sebastian, junto a ellos, observaba cómo se desarrollaban los acontecimientos con una expresión de sombría furia en el rostro. Movía los labios. Clary no podía decir si estaba maldiciendo, rezando o salmodiando las palabras de algún hechizo—. Suéltame, cab…