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— Escúcheme, detenido — dijo Andrei, con una sequedad bien ensayada —, le recomiendo que se comporte correctamente durante el proceso de instrucción, a no ser que quiera empeorar su situación.

— Está bien — dijo Izya dejando de sonreír —. Entonces, exijo que me dé a conocer de qué se me acusa y que mencione el artículo según el cual ha tenido lugar la detención. Además, exijo un abogado. Desde este momento, sin la presencia de un abogado, no diré ni una palabra.

— Ha sido detenido según el artículo doce del código penal — dijo Andrei riéndose para sus adentros —, relativo a la detención preventiva de personas cuya permanencia ulterior en libertad puede constituir un peligro social. Está acusado de relaciones ilegales con elementos hostiles, de ocultamiento o eliminación de materiales incriminatorios en el momento de la detención… así como de infringir el decreto de la municipalidad que prohíbe salir fuera de los límites de la ciudad por consideraciones sanitarias. Usted ha infringido sistemáticamente ese decreto. Y con respecto al abogado, la fiscalía puede proporcionarle uno sólo pasados tres días desde el momento de la detención. En correspondencia con ese mismo artículo del código penal… Además, quiero aclararle algo: usted puede formular protestas, presentar quejas y realizar apelaciones sólo después de dar respuestas satisfactorias a las preguntas que se le formulen durante la instrucción preliminar. Se trata del mismo artículo doce. ¿Lo ha entendido bien?

Vigilaba atentamente el rostro de Izya y vio que lo había entendido todo. Quedaba totalmente claro que Izya respondería a las preguntas y aguardaría a que pasaran los tres días. Al oír mencionar aquel plazo, Izya contuvo abiertamente la respiración. Magnífico…

— Ahora, después de recibir esa aclaración — dijo Andrei, tomando de nuevo la pluma en las manos —, prosigamos. ¿Estado civil?

— Soltero.

— ¿Dirección donde reside?

— ¿Qué? — preguntó Izya. Obviamente, estaba pensando en otra cosa.

— Su dirección. ¿Dónde vive?

— Segunda Izquierda, número doce, piso siete.

— ¿Qué puede decir sobre el delito del que se le acusa?

— Por favor — dijo Izya —. En lo que respecta a los elementos hostiles, eso no es más que un absurdo, una locura. Es la primera vez que oigo que existen esos elementos, lo considero un invento de la instrucción para provocar. Pruebas incriminatorias… No tenía conmigo ninguna prueba incriminatoria y no podía tenerla porque no he cometido delito alguno. Por eso no pude ocultarlas ni destruirlas. Y en lo relativo al decreto de la municipalidad, soy un viejo colaborador del archivo de la ciudad, sigo trabajando allí de forma voluntaria, tengo acceso a todos los materiales del archivo, incluyendo aquellos que se encuentran fuera de los límites de la ciudad. Es todo.

— ¿Qué hacía en el Edificio Rojo?

— Eso pertenece a mi vida privada. Usted no tiene derecho a inmiscuirse en mi vida privada. Tiene primero que demostrar que eso guarda relación con los hechos de que se me acusa. Artículo catorce del código de procedimiento penal.

— ¿Ha visitado el Edificio Rojo en más de una ocasión?

— Sí.

— ¿Puede darme los nombres de las personas con las que se ha encontrado allí?

— Puedo. — La boca de Izya se expandió en una sonrisa siniestra —. Pero eso no le servirá de nada.

— Déme los nombres.

— Por favor. De la era moderna: Petain, Quisling, Van Tzinwel…

— Le ruego que mencione — intervino Andrei levantando la mano —, en primer lugar, a las personas que son ciudadanos de nuestra ciudad.

— ¿Y para qué se necesita eso durante el proceso de instrucción? — preguntó Izya con agresividad.

— No estoy obligado a responderle. Conteste a las preguntas.

— No deseo contestar a preguntas estúpidas. Usted no entiende nada. Usted se imagina que si se encontró a alguien allí, eso quiere decir que en realidad estaba. Y eso no es así.

— No entiendo. Conteste, por favor.

— Yo mismo no lo entiendo. Es como un sueño. El delirio de la conciencia que se rebela.

— Bien. Como un sueño. ¿Estuvo hoy en el Edificio Rojo?

— Pues sí.

— ¿Dónde estaba ubicado el Edificio Rojo cuando usted entró en él?

— ¿Hoy? Hoy estaba junto a la sinagoga.

— ¿Me vio allí?

— Cada vez que entro ahí, lo veo a usted. — Izya volvía a sonreír con aire siniestro.

— ¿Y hoy también?

— También. — ¿Y a qué me dedicaba?

— A cosas indignas — respondió Izya con placer.

— En concreto…

— Usted copulaba, señor Voronin. Copulaba a la vez con muchas niñas, y simultáneamente predicaba elevados principios a un grupo de castrados. Les repetía que se dedicaba a aquello no por placer personal, sino por el bien de toda la humanidad.

Andrei apretó los dientes.

— Y usted, ¿a qué se dedicaba?

— Eso no se lo voy a decir. Tengo ese derecho.

— Miente — dijo Andrei —. No me vio allí. Aquí están sus palabras: «A juzgar por tu aspecto, has estado en el Edificio Rojo». Por lo tanto, usted no me vio allí. ¿Con qué objetivo miente?

— De eso nada — repuso Izya con rapidez —. Simplemente, me daba vergüenza por usted y decidí darle a entender que no lo había visto allí. Pero ahora es diferente. Ahora estoy en la obligación de decir la verdad.

— Usted dice que es como un sueño. — Andrei se recostó y llevó una mano al respaldo de su asiento —. Entonces, ¿cuál es la diferencia, me vio en sueños o no me vio? ¿Para qué darme a entender algo?

— Pues se trata de que me daba corte decirle lo que a veces pienso de usted. Y no tenía por qué haberme cortado.

— Está bien. — Andrei, inseguro, hizo un gesto de negación —. ¿Y la carpeta, también la sacó del Edificio Rojo? Por así decirlo, ¿de su sueño?

— ¿Qué carpeta? — dijo Izya, nervioso con el rostro inmóvil —. ¿De qué carpeta habla constantemente? Yo no tenía ninguna carpeta…

— Deje eso, Katzman — masculló Andrei, cerrando los ojos de cansancio —. Yo vi la carpeta, el policía que lo trajo vio la carpeta, igual que ese anciano… el señor Stupalski. De todos modos, tendrá que dar explicaciones en el juicio. ¡No lo ponga más difícil!

Izya, con el rostro inmóvil, examinaba atentamente las paredes. Callaba.

— Supongamos que la carpeta no proviene del Edificio Rojo — prosiguió Andrei —. Entonces, eso quiere decir que la obtuvo fuera de los límites de la ciudad, ¿no es verdad? ¿Quién se la dio? ¿Quién le dio esa carpeta, Katzman?

Izya callaba.

— ¿Qué había en esa carpeta? — Andrei se levantó y comenzó a pasearse por el despacho con las manos cruzadas a la espalda —. Una persona lleva una carpeta en las manos. Esa persona es detenida. Por el camino a la fiscalía, esa persona se deshace de la carpeta. En secreto. ¿Por qué? Con toda seguridad, en la carpeta hay documentos que comprometen a esa persona. ¿Está siguiendo el hilo de mis razonamientos, Katzman? Ha recibido la carpeta fuera de los límites de la ciudad. ¿Qué documentos recibidos fuera de los límites de la ciudad pueden resultar comprometedores para uno de nuestros ciudadanos? Dígame, Katzman, ¿cuáles?

Izya pellizcaba implacable la verruga y miraba al techo.

— Pero no intente negarlo, Katzman — le previno Andrei —. No intente contarme la fábula de turno. Puedo ver qué tiene en la cabeza. ¿Qué había en la carpeta? ¿Listados? ¿Direcciones? ¿Instrucciones?

— ¡Oye, imbécil! — gritó Izya de repente, dándose una fuerte palmada en la rodilla —. ¿Qué idioteces son ésas que andas diciendo? ¿Quién te ha liado la cabeza de esa manera, subnormal? ¿Qué listados, qué direcciones? ¡Sabueso de mierda! Me conoces desde hace tres años, sabes que hago excavaciones en las ruinas, que estudio la historia de la ciudad. ¿Por qué demonios andas tratando de colgarme al cuello ese estúpido rótulo de espía? ¿Quién puede dedicarse aquí al espionaje? ¿Con qué fin? ¿A favor de quién?