– ¿Dos señores? -Carraspeó para recobrar la voz-. ¿Qué quieren?
– Y yo qué sé. Están en mi despacho, esperando.
– Pero ¿han bajado a ver la obra? -Muchas veces no se daba cuenta del número de visitantes que había tenido.
– Hoy no, desde luego. Preguntan por Clara Reyes. No me han hablado de ninguna obra.
Mientras Clara reflexionaba, Gertrude agregó:
– Supongo que no vas a ir a verlos así. Puedes ponerte una de las batas del desván. Pero no toques nada. En mi despacho no quiero manchas de pintura.
Los dos hombres la aguardaban de pie, examinando folletos en papel satinado. Eran catálogos de otras obras hechas con ella. Reconoció Ternuras de Vicky, Horizontal III de Gutiérrez Reguero y El lobo, mientras tanto, se muere de hambre de Georges Chalboux. Las ilustraciones mostraban su cuerpo desnudo o casi desnudo pintado de varios colores. También había folletos de Muchacha ante el espejo. Uno de los hombres arrojaba los catálogos a la mesa después de enseñárselos al otro, como si estuviera contándolos. Vestían trajes caros y, con toda probabilidad, eran extranjeros. Percatarse de esto último hizo que su corazón se acelerara: si venían desde lejos para verla quizá significaba que ella les interesaba de verdad. «Pero, cálmate, porque todavía no sabes lo que van a proponerte.»Le ofrecieron una silla. Al sentarse, la bata se abrió como un pétalo por la parte inferior y una pierna pintada de blanco de titanio y albayalde quedó descubierta hasta la mitad del muslo. Entrelazó las manos bajo el pecho y adoptó pose de niña buena.
– ¿Y bien? -dijo.
Los hombres no se sentaron. Sólo habló uno de ellos. Su castellano estaba trufado de errores, pero era inteligible. Clara no logró identificar el acento.
– ¿Es usted Clara Reyes?
– Ajá.
El hombre extrajo algo de un maletín: era el currículo que Clara solía enviar a los más importantes artistas de Europa y América. El ritmo de sus latidos acreció.
– Veinticuatro años -leyó el hombre en voz alta-, ciento setenta y cinco centímetros de estatura, ochenta y cinco de busto, cincuenta y cinco de cintura, ochenta y ocho de caderas, pelo rubio natural, ojos azul celeste con matices verdes, depilada, sin máculas, firme y tersa, imprimada cuatro veces… ¿Correcto?
– Correcto.
El hombre siguió leyendo.
– Estudió arte HD y técnicas de lienzo en Barcelona con Cuinet y arte adolescente en Frankfurt con Wedekind. También en Florencia con Ferrucioli, ¿correcto?
– Bueno, con Ferrucioli sólo estuve una semana.
No quería ocultar nada, porque después venían las preguntas comprometidas.
– La han pintado artistas españoles y extranjeros. ¿Domina el inglés, quizá?
– Ajá. Perfectamente.
– Ha hecho exteriores e interiores. ¿Qué hace mejor?
– Las dos cosas. Puedo ser obra de interior o de exterior estacional, e incluso permanente, dependiendo del vestuario y la época del año, claro. Aunque puedo posar desnuda en exterior permanente con la adecuada protec…
– Hemos revisado otras obras suyas -la interrumpió el hombre-. Nos gusta.
– Muchas gracias. ¿Y no han bajado a ver Muchacha ante el espejo? Es un Bassan impresionante, de verdad, no lo digo porque yo sea el cuadro sino…
– También ha hecho cuadros móviles de ambas clases: acciones y encuentros -volvió a cortarla el hombre-. ¿Fueron interactivos?
– Ajá. En varias ocasiones, sí.
– ¿La compraron en alguno?
– En casi todos.
– Bien. -El hombre sonrió y contempló los papeles como si el origen de aquella sonrisa estuviera allí-. Esto es un currículo destinado a propaganda. Ahora quiero oír el privado.
– ¿A qué se refiere?
– A su vida profesional completa, la que no puede citar en un folleto. Por ejemplo: ¿ha sido alguna vez adorno, objeto móvil, utensilio?
– Nunca he hecho artesanía humana -replicó Clara.
Era cierto, aunque no sabía si el hombre la creía. Pero la frase le había sonado un poco presuntuosa, de modo que agregó:
– En España todavía no hay mucha costumbre de adquirir adornos humanos.
– ¿Art-shocks?
No contestó de inmediato. Se enderezó en el asiento (el susurro del óleo en sus nalgas pintadas) y se dispuso a permanecer alerta.
– Perdón, ¿a qué viene este interrogatorio?
– Queremos saber a qué niveles de exigencia podemos movernos con usted -contestó el hombre con tranquilidad.
– No me gustaría hacer nada ilegal, se lo advierto.
Aguardó una reacción que no se produjo. Se apresuró a añadir:
– Bueno, quizás aceptara. Pero quiero que me digan lo que van a hacer, dónde lo van a hacer y quién es el artista que me contrata.
– Por favor, conteste.
Pensó que no pasaba nada por decir la verdad. De cualquier forma, ella no era menor de edad y los dos art-shocks en que había sido comprada aquel año no eran de los más duros y se habían exhibido sólo en lugares privados frente a un público adulto. Sin embargo, también era cierto que, en ambos, se habían deslizado escenas que quizá traspasaban el límite de lo permitido. Por ejemplo, en 625 + 50 líneas de Adolfo Bermejo uno de los lienzos decapitaba a un gato vivo y arrojaba la sangre sobre la espalda de Clara. ¿Eso era delito? No estaba segura, pero la pregunta era general y ella podía responderla de manera general.
– Sí, he hecho art-shocks.
– ¿Manchados?
– Nunca -declaró con firmeza.
– Pero ha trabajado con Gilberto Brentano, según creo.
– Hice dos o tres art-shocks con Brentano el año pasado, pero ninguno era manchado.
– ¿Ha pertenecido a alguna sociedad de provisión de material joven para obras de arte?
– Trabajé para The Circle unos meses.
– ¿A qué edad?
– A los dieciséis años.
– ¿Qué hizo allí?
– Lo normal. Me pintaron el pelo de rojo, me colocaron anillas y participé en algunos murales de tipo Redhair road.
– ¿Fue su primera experiencia artística?
– Ajá.
– Por lo que veo -dijo el hombre-, le gusta el arte duro y arriesgado. No parece usted dura y arriesgada. Más bien parece blanda.
Sin saber por qué, a Clara le agradaba la frialdad despectiva de aquel tipo. Una sonrisa distendió el óleo de sus facciones.
– En realidad, soy blanda. Me endurezco cuando me pintan.
El hombre no dio muestras de tomarse a broma la frase. Dijo:
– Venimos a proponerle algo duro y arriesgado, lo más duro y arriesgado que ha hecho en su vida de lienzo, lo más importante y difícil. Queremos asegurarnos que servirá.
De repente notaba la boca tan seca como la piel embadurnada de pintura que ocultaba bajo la bata. El corazón le latía con fuerza. Aquellas palabras la habían excitado. Clara amaba los extremos, la oscuridad más allá de la frontera. Si le decían: «No vayas», su cuerpo se movía e iba por el simple placer de incumplir la orden. Si algo le daba miedo, quizá procuraba mantenerlo a distancia, pero nunca lo perdía de vista. Odiaba las instrucciones de los artistas vulgares, pero si un pintor al que admiraba le pedía que cometiera una locura, fuera cual fuese, le gustaba obedecer a ciegas. Y aquel «fuera cual fuese» no conocía demasiados límites. Le obsesionaba saber hasta dónde se permitiría llegar si una situación ideal se tensaba. Creía encontrarse aún muy lejos de su propio techo. O de su fondo.