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– Jesús, Dios -dijo Cal, pensando en la chica abandonada allí todo ese tiempo con la puta puerta abierta. Había otras doscientas personas en el dormitorio-. ¿Dónde están los periodistas, las cámaras del Canal Tres? -Las fundas de Mary Grissom lo cegaron y vio a Buffy con la señora Beasley debajo del brazo-. ¿Y los otros alumnos? ¿Por qué coño nadie dice nada?

Rocky lo fulminó con la mirada.

– ¿Decir? ¿Qué demonios querías que dijeran?

Toro se encogió de hombros con un movimiento brusco.

– Es la misma historia de siempre, ¿sabes? La gente lleva vidas atareadas, nadie tiene tiempo de mostrar mucha curiosidad por una desconocida. Probablemente, los demás chicos del dormitorio pensaran que alguien se había dejado una cazuela de atún fuera de la nevera demasiado tiempo.

El comentario acertó a Caleb en pleno estómago e hizo que se tambaleara y gruñera.

– ¡Serás hijo de puta, cabrón!

– Eh, jódete, Prentiss. ¿Qué pasa, es que la conocías? ¿Dónde estabas pasando las Navidades, eh? No tenías ningún sitio adonde ir, ¿verdad? Me he enterado. Sí, ¿qué pasa, estabas escondido por aquí? ¿Volviste un poco antes de lo previsto? ¿Encontraste una chica en tu cama que no quería jugar a la pelota?

– Qué bonito.

Las venas de las sienes de Toro se hincharon como si hubiera insectos reptando por debajo de su piel.

– ¿Qué te crees que pasa aquí, que lo estamos encubriendo como en las películas? ¿Todo el mundo en el ajo menos tú? Quieres una nota. ¿Y quién coño eres tú? ¿Es que no has leído los periódicos? Todo está ahí. ¿Dónde estabas, Prentiss?

– No, no he leído los periódicos.

– ¿Ni has visto la televisión?

– No.

– Entonces, ¿cómo coño sabes que era una chica? Antes me has preguntado cómo se llamaba la chica.

– Lo he supuesto.

– ¡Y una mierda! -gritó-. ¿Dónde estabas?

Rocky intervino, puede que para desactivar el momento o puede que porque no sabía si estaban acercándose demasiado al límite. Caleb tenía la impresión de que estaban allí mismo, junto a la línea.

– Hace semanas que nos está entrevistando el Canal Tres y todo el mundo. Hasta yo mismo he plantado mi careto en la página catorce. Ahora está empezando a amainar. Han aumentado la seguridad. ¿No has visto que hay más policías patrullando? ¿Quieres empezar a removerlo todo?

– ¿Por qué no me ha interrogado la policía? Es mi cuarto.

Toro siguió mirándolo.

– ¿Crees que es tuyo? Un centenar de estudiantes ha vivido en ese cuarto. Esto no es más que tu universidad, chico.

Sí, eso era cierto, no era más que su universidad.

– Es tu primer día -dijo Rocky-. La policía hablará contigo, no te preocupes por eso. Te interrogarán hasta que los ojos te den vueltas. En cuanto al resto… bueno, nadie regresa después de haber estado cocinando galletas navideñas y haber estado de vacaciones en Florida y empieza a hablar inmediatamente de una chica destripada.

Sí, lo harían. Por supuesto que lo harían. Si lo supieran.

– No es ningún secreto. ¿Dónde has estado?

Esa era la auténtica pregunta, como si fuera él quien había dado impulso a este último y fatal giro de los acontecimientos. Había cometido un error. Tendría que haber estado allí. Era su cuarto. Dijo:

– A estas alturas todo el mundo hablaría de ello en el campus. O al menos en el dormitorio. Todo el mundo pasaría por mi cuarto para echar un vistazo. Ni siquiera mis amigos lo saben.

– ¿Estás seguro? -preguntó Toro-. ¿Crees que te enteras de todas las violaciones que se producen en esta ciudad? ¿O en este campus?

– Mira, yo solo quiero…

– ¿A cuantos funerales fuiste el pasado año? ¿Cuántas tarjetas de condolencia enviaste? ¿Conocías a todas las personas que fueron atropelladas? ¿Conocías a los niños que murieron de cáncer y leucemia? ¿Te importa de verdad?

No pudo encontrar saliva para tragar.

– Sí, me importa.

– No, no es cierto. Nunca te ha importado. Ni siquiera conocías a Sylvia Campbell y ahora solo te preocupas porque te ha acojonado, porque ha ocurrido debajo de tus mismas narices.

– Y de las vuestras.

– Jódete, chaval.

– Conozco al decano. Ha echado tierra sobre el asunto. No le quedaba más remedio.

– ¿Y qué esperabas? ¿Querías que fuera pegando carteles, que se lo contara a todos los padres en las clases de orientación? Eso te encantaría, ¿verdad? Poner una flecha de neón apuntando a tu cuarto y poder cobrar cinco pavos por ver la cama.

Los asideros de las muletas estaban empezando a partirse. Trató de relajarse y soltarlos pero no pudo concentrarse en ello.

– La policía cree que el criminal solo venía a por esa chica -dijo Rocky-. Un «incidente aislado» es el término que utilizan. Si no se trata de un asesinato al azar, suponen que sería una discusión con su novio que se salió de madre, o un rollo de una noche que salió rana, un tío que conoció en la ciudad, que es lo que yo creo, personalmente. Este es un lugar muy solitario, no te haces ni idea de lo que la gente puede llegar a hacer.

Con las piernas temblando, Cal supo que tenía que salir de la oficina antes de que alguien acabase sobre un mueble.

– ¿Y si no fue así, Rocky? -preguntó entre dientes mientras se volvía para marcharse-. Gracias por ser sinceros conmigo. Lo aprecio. -Era verdad, aunque ambos lo miraron como si no lo fuera-. Una cosa más: ¿y si el tío sigue aquí?

Empezó a preguntarse si se habrían producido otros asesinatos durante las pasadas vacaciones sin que él se enterara.

– ¿Qué pasa?¿Te preocupa que vuelva y te liquide? -preguntó Toro-. ¿Crees que fue alguien que te debía algo y que pensó que era tu novia y como no estabas decidió pagarlo con ella?

No lo había pensado. Ni se le había pasado por la imaginación.

– No.

– Pues tal vez deberías.

– Cierra el pico -volvió a decirse mientras se frotaba los ojos con los puños y se balanceaba en la mecedora de Sylvia.

Como garras, las ramas del exterior volvieron a arañar la ventana del almacén, y Cal devolvió bruscamente su atención a lo que le rodeaba. Sacó la ficha de la cartera y observó el bonito rostro de Sylvia Campbell mientras la lluvia helada empezaba a resbalar por el cristal.

Yo.

5

¿Por qué mentiste?

Caleb contempló sus notas sin leerlas, esperando que las hebras de las respuestas aparecieran por sí solas.

El silencio, que lo había fastidiado apenas unos minutos atrás, tenía ahora un efecto sedante, era como una nana en medio del traqueteo de las ventanas. El viento gemía como un amante satisfecho. Macbeth acudió a sus pensamientos. Venid, espíritus que ayudáis los pensamientos asesinos, despojadme de mi sexo. No le gustaba demasiado la parte del despojadme de mi sexo, pero el resto sonaba muy bien.

Una semana antes se había quedado dormido allí, en el almacén, y había despertado con la perturbadora sensación de que había pasado por un prolongado y continuo ciclo de sueños que no podía recordar. Era un fastidio, pero al menos era mejor que las pesadillas.

Cuidadosamente, volvió a guardarse el dibujo en el bolsillo, ignorando el polvo y encontrando consuelo en el frío. En ocasiones podía trabajar para ti se le dabas la oportunidad. Husmeó el aire, buscando en él trazas químicas de la fragancia de la chica, tratando de descubrir su piel, su cabello y su sabor. En el colchón había encontrado manchas de laca de uñas, tres cabellos castaños y un tenue olor aflores. Crisantemos o violetas. ¿Un perfume que se desvanecía o un jabón caro, incienso o ambientador de aire? No podía saberlo con certeza. Debajo de todo ello estaba lo que había encontrado en su propia cama.

Duncan está en su tumba. Tras la espasmódica fiebre de la vida, duerme bien. Las páginas con sus notas flotaron hasta el suelo. Formaban más parte de ella que de él. Rodó sobre su espalda y miró las transcripciones impresas, que había escondido entre los capítulos de su tesis.