– Me importa una mierda esa bella durmiente. ¿Desde cuándo eres el perro guardián de ese zombi?
– Vamos, no hables así de él. -Ella no entendía que cuando Fruggy dormía, se movía e iba a sitios.
– Es un auténtico producto de desecho al que llevas todo el tiempo tratando de poner en un pedestal, como si fuera una especie de místico, un Buda bajo su árbol de Bo, como si en realidad estuviera meditando…
– Mira…
– … en lugar de estar sumido en… un tumulto de depresión síquica que lo deja casi en estado comatoso. Cuando uno pesa doscientos kilos y limita su órbita social a los pocos amigos que tiene, eso es lo que pasa. Debería estar medicado y sometido a una dieta estricta, no arrullado por ti. -Trató de dejarlo estar y exhaló un largo suspiro por la nariz, que se prolongó bastante más de lo que Caleb esperaba-. Olvídalo, solo ven a verme, por favor. Por favor, no quiero que nos peleemos.
Cuando llegó allí y puso los ojos sobre ella, tras haberse llenado la cabeza de sangre nueva y vieja, su amor y su anhelo despertaron en su interior, anclados de alguna manera por su humillación. Recordó su pena, y su pena lo recordó a él. Jodi apagó la luz, lo abrazó, y bailaron con lentitud mientras la reluciente luna emprendía su ascenso sobre sus hombros. Arrojó las muletas a un rincón y se apoyó en ella, dejó que lo sostuviera.
– Creía que estabas enfadado conmigo -susurró Jodi-. Por algo. -Se mordió el labio inferior y adoptó la expresión que, según creía, era su mohín de niña pequeña, pero que no tenía el menor parecido con lo infantil. Empezó a provocar cosas en el interior de Caleb.
– No.
– ¿Ni siquiera por la espantosa temporada que has tenido que pasar en mi casa?
– No ha estado tan mal.
– Gracias por no denunciar a mis hermanos.
– Ya recibirán alguna vez lo que merecen. Las cosas son así.
Ella no respondió, porque nunca era capaz de enfrentarse a su familia, la acojonaban demasiado.
– ¿Y por alguna otra cosa?
– No.
– No estoy segura de creerte.
– ¿Dudas de mi sinceridad? -preguntó Cal.
– Bueno -respondió-. Desde luego tienes tus propios planes, amigo. -En ocasiones, cuando utilizaba ese amigo, era como un poli desalojando a un indigente de una estación de tren, el viejo muévete, amigo, pero esta vez no-. Y nunca has querido dejarme entrar en ellos. El dinero del seguro de tus padres no va a durar eternamente, aunque no pareces querer enfrentarse a este hecho.
En eso tenía razón.
– Uhm.
– Tienes que enviar currículos, conseguir un trabajo y un piso. ¿Has pensado en lo que vas a hacer después de graduarte? ¿Dónde o cómo vas a vivir?
– Ah.
Se preguntó si iba a añadir que no podía volver a casa con ella. Casi echaba de menos a los retrasados. Pero entonces ella se levantó con esfuerzo, reprimiendo un enorme sollozo.
– A veces tienes que ceder.
– ¿Ceder?
– No puedes seguir luchando con todo el mundo, sacando siempre los pies del tiesto.
– Creo que estás mezclando las metáforas. -Se rió entre dientes para escudarse de la intuición de Jo, o quizá para protegerla. ¿Estaba sacando los pies del tiesto? ¿Lo había hecho alguna vez? Sentía la comprensión de Jodi como si él fuera un paciente cuyas radiografías estuvieran siendo examinadas, todos sus test de Rorschachs levantados y estudiados bajo la luz en busca de significados.
¿Ves un zampullín de cuello negro posado en el hombro izquierdo de Trotsky?… Bah.
Ella se le arrimó entonces, y empezó a pasarle los dedos por el pelo en lentas y descuidadas caricias.
– Esta noche estás muy distante.
– Lo siento.
– No tienes que disculparte. -Estuvo a punto de hacerlo de nuevo-. Sí, lo sé, los dos lo sentimos, pero quiero que hables conmigo.
– Te cuento todo lo que puedo contarte, Jo -se lamentó. Cruzó la habitación hasta el escritorio.
– Eso no es lo que se dice una respuesta adecuada, Cal -dijo ella.
– Es, lo que se dice, la única que tengo.
No era suficiente ni de lejos, pero al menos era una respuesta. La oscuridad les prometió ocultar sus secretos. Ella también tenía los suyos, cosas relacionadas con la necesidad de una niña de párvulos de tener una caligrafía perfecta, y con su vida en aquella casa de genes recesivos. Cal tenía la impresión de que en su interior se movían sentimientos ocultos por detrás de las emociones más abiertas. Eso lo preocupaba, pero no podía hacer nada al respecto.
Jodi se sentó en la silla con las piernas apoyadas en el alféizar de la ventana y empezó a tamborilear un ritmo de salsa con los pies. Se oía el sonido de las fiestas que se celebraban en su piso, la música de Zentih Brite que emitía la KLAP a todo volumen, chillidos y risas en los pasillos, el ruido de las latas de cerveza que se abrían y los gritos de las chicas. Sería así durante días.
Jodi siempre estaba hablando del miedo que tenía a perderse cursos, demasiado preocupada incluso antes de que las clases hubieran empezando, y repetía que el esfuerzo de conseguir la nota para la facultad de medicina estaba agotándola. Cal sabía que en realidad la escuela la excitaba y que la auténtica carga era él mismo. Las plantas de sus pies desnudos golpeteaban el cristal de la ventana. Cada vez que veía que una revelación empezaba a formarse en el interior de Jodi, casi preparada para salir al mundo, suplicaba en silencio que la dijera, que la dijera tan solo, pero ella nunca daba el paso y siempre volvía a hablar de las clases.
Se sentó con él en la cama. Su mano se posó en su pierna y empezó a trazar lentas curvas en la parte interior de su muslo. En una ocasión, Caleb había tenido que diseccionar un cochinillo para las prácticas de biología y sabía que el año siguiente ella estaría haciendo lo mismo con cadáveres. Eran extrañas las asociaciones que a veces se hacían. La luz de la luna incidía sobre la frente de Jodi.
– Cal, esto ya no es una fiesta -dijo. La gente aplaudía y vitoreaba en el cuarto de al lado y los gritos subieron de volumen. Ella le habló al oído, tan prosaica como le fue posible, como hacía siempre que se comunicaba con los niños hidrocefálicos-. Ya te he contado las cosas… -Sí, lo había hecho, y él había podido verlo con sus propios ojos: lo que su padre le había hecho a su madre, aquella nariz con una curva de más; y que ella había buscado consuelo en la botella; los hermanos que robaban cerveza para la madre; los niños arrodillados a su alrededor esperando que se quedara dormida. Por muy malo que hubiera sido, no podía evitar preguntarse si sería peor que quedarse huérfano. Jo dijo-. No puedo volver a eso después de tantos años soportándolo.
– ¿Crees que eso es lo que yo quiero?
– No, pero solo he salido del cubo de la basura gracias a mis notas, y si cometo un desliz, volveré a caer, y ahora estoy tan cerca de salir del todo…
– Ya has salido del todo.
– No, aún no.
No tenía palabras.
– Jodi…
La abrazó y sintió que temblaba.
– No quiero vivir y morir así -dijo con tristeza, como si ya supiera cómo iba a vivir y morir. Entonces Cal pensó en contarle lo de la sangre de su cuarto, pero no pudo reunir el valor.
Jodi le acarició la mejilla con suavidad y enterró el rostro en su pecho y se estremeció sin llorar. Fue el mismo movimiento que hacía cuando tenía un orgasmo, y eso empezó a excitarlo. Levantó la cabeza y empezó a decir algo pero él estaba cansado de todo aquello y le cerró la boca con la suya.
Pronto estuvieron desnudos, su miseria subrayada por la necesidad. En el poco menos de un año que llevaban siendo amantes, nunca había estado menos seguro que ahora. La idea de quedarse sin ella estuvo a punto de conseguir que perdiera la cabeza, como cuando oía el sonido de su hermana rezando en la oscuridad.
El largo cabello rubio cayó en cascada sobre su pecho cuando se montó sobre él y la presencia de la muerte se apartó un instante, empujada por las manos de Jodi. Ella gimió y se inclinó, y su cabello levantó una tienda en la que se ocultaron cara a cara, y entonces le mordió el cuello y lo manchó con la sangre que tenía en la comisura de su labio inferior. Las costras de las manos de Cal le dejaron marcas rosadas en la piel. Las rodillas lo estaban matando. Jodi gimió. Su ritmo era más acelerado de lo que él quería y entonces soltó un jadeo y gritó sobre su pecho mientras explotaban demasiado pronto.