Sus movimientos cesaron sin haber empezado de verdad, con estremecimientos ocasionales pero continuando todavía un rato, hasta que Jo rodó para quitársele de encima. Se volvió hacia él con los ojos muy apretados y sus dedos recorrieron débilmente sus brazos sudorosos. Lo besó con fiereza y él la abrazó como si quisiera aplastarla. Su pelo estaba en todas partes, en sus ojos, contra sus labios, metiéndose en sus fosas nasales. Ella tenía el ombligo lleno de sudor. Una hora antes olía a perfume y ahora no apestaba a otra cosa que a Caleb Prentiss.
Crisantemos.
Cada vez hacía más frío en el almacén y la lluvia seguía golpeteando la ventana. Extendió la mano y recogió sus notas del suelo, donde las había extendido. Volvió a leer los datos, recorrió de nuevo la línea argumental. Sopesó su tesis y sintió su significativa solidez. Resultaba irónico lo mucho que podía llegar a desmenuzarse una vida. Debería haber tenido algo que decir pero no sabía el qué.
Los nudos de la mecedora le torturaron la espalda mientras revisaba las hojas del dossier. Contenía el nombre de Sylvia Campbell y su dirección y teléfono, así como sus notas medias en el instituto. Había ocupado sus tres primeros créditos universitarios con un curso vacacional. Era lógico: si por cualquier razón se había perdido el semestre de otoño, tal vez hubiera decidido recuperar el tiempo acudiendo a las clases intensivas antes de que empezara el de primavera.
Pero, ¿por qué solo una clase? Los cursos vacacionales eran difíciles pero ya que iba a estar partiéndose el culo en el campus estudiando durante las vacaciones de invierno, lo mismo le habría dado coger una o dos asignaturas más. Podía hacerse, aunque hacía falta el permiso del decano.
Tras dejar a Jodi aquella noche, Cal sintió una claridad de propósito que no había experimentado en toda la noche. Las clases empezaban despacio, el trabajo no era demasiado intenso, y él mantenía una buena relación con la mayoría de sus profesores. No corrieron rumores sobre sicópatas que acechaban a los alumnos ni estudiantes de cine que planeaban filmar una película de terror en su cuarto. Nadie acudió a ver el lugar en el que Sylvia Campbell había muerto y eso lo entristeció un poco.
Fue a la biblioteca y revisó la prensa microfilmada de la semana pasada para averiguar todo lo posible sobre Sylvia Campbell. El incidente se describía en detalle relativamente gráfico, aunque su nombre no se había citado porque todavía no se había podido informar a sus parientes. Era raro que Rocky se lo hubiera dicho. Los siguientes números añadían poca cosa. ¿No habían encontrado a su familia o es que no tenía?
Willy lo interrogó mientras levantaban pesas en el gimnasio. Tenía las manos en carne viva pero sus piernas estaban mejor después de haber echado el polvo. Salvo por sus rodillas, se sentía en mejor forma que nunca.
– ¿Qué coño pasaba anoche en tu cuarto? Llegaste a asustarme un poco. -Los músculos del pecho y el estómago de Willy se estremecían como placas tectónicas en movimiento-. Te pasó algo en la Zona de Combate, ¿verdad? O sea, estás raro. Jodi y tú ni siquiera aparecisteis en la fiestecilla de Rose. ¿Hay problemas en ese frente?
Nadie había visto la mancha en la pared y nadie había reparado en el hedor: ese era el punto de partida de su tesis. Un comentario sobre la facilidad con que puede ignorarse un asesinato. Nadie miraba con la atención necesaria, salvo puede que Fruggy Fred.
– Podría decirse que sí.
– Ah -dijo Willy.
– Eso es lo que más me gusta de ti. Tu asombrosa capacidad de dar buenos consejos.
– ¿Quieres que te aconseje?
– Joder, no.
– Ya lo suponía. -Hubo un terremoto en su torso mientras sus pectorales y abdominales temblaban-. Te ahorraré la retahíla de tópicos, porque si no eres feliz, has venido al hombre adecuado en busca de respuestas.
– ¿Cómo es que un tío con un nivel de lectura de octavo conoce la palabra retahíla? -¿Y cómo era que seguía en la universidad?
– Ya te he dicho que ese profesor me tiene manía. Y ahora, ¿quieres que te diga cómo puedes conseguir la llave de la felicidad? Puedo hacerlo, ¿sabes?
No, no, otra vez no. Willy estaba convencido de que era un sexólogo con una pared entera llena de títulos y siempre estaba tratando de conseguir su propio programa en la KLAP.
– ¿De veras?
Aunque parezca extraño, Willy daba la impresión de estar hablando en serio.
– Sí. Escucha al doctor cuando te habla. Olvídate de lo que te pasó durante las vacaciones y el estrés que está provocándote tu inminente graduación. Lo que tienes que hacer es perder completamente la cabeza y aprovechar los primeros días de la vuelta a clase, cuando todo el mundo sigue un poco colocado.
– ¿Es eso lo que pasa?
– Ya sé que no te has dado cuenta. Nunca te fijas. Tomemos el caso de la señorita especial a la que voy a ver esta noche.
Con un jadeo, Caleb sufrió un momento de debilidad y la barra de las pesas lo golpeó con fuerza en el pecho. Soltó un gemido, como si hubiera recibido un puñetazo. Le ardían los bíceps y corrían regueros de sudor por su cabello.
– Jesús, Dios -susurró. Entornó tanto la mirada que casi dejó de ver. Alguien estaba muy despistado. No me he fijado. ¿De verdad se sentía culpable?
Willy, creyendo que Cal estaba orgulloso o admirado por él, que se acostaba con la preciosa Rose y ahora también con una señorita especial, soltó una presuntuosa y arrogante risotada. Fue un gesto impropio de él.
– Si Rose te pilla, ni todos los músculos de hierro del mundo te salvarán de una buena paliza.
– Rose no es lo que se dice una mujer posesiva.
– No digas chorradas -dijo Cal.
– Tenemos una relación abierta.
– Mira, esa es la cosa más estúpida que has dicho nunca, sin contar el comentario sobre Catcher in your Eye.
– Eh, puede que tú la conozcas hace más tiempo, pero yo la conozco mejor. Yo la quiero, tío, pero nunca hemos dejado que la cosa llegara muy lejos. El sexo es estupendo y lo pasamos en grande, somos buenos amigos… de hecho es mi mejor amiga. La quiero de veras, te lo digo de verdad. Pero por lo que se refiere a todo lo demás… no hablamos mucho.
Sonaba como si fuera él quien estuviera siendo engañado.
– Si no habláis, no puedes conocerla.
– Mira… no empieces a decirme…
– No estoy empezando a hacer nada.
– Sí, ya lo creo que sí. Me estás juzgando, como siempre haces. -Willy sacudió la cabeza y sonrió, mientras sus brazos se plegaban perfecta, mecánicamente, tensos, extendidos y sin el menor indicio de dolor-. La otra historia es nueva y resulta excitante. Y no hay nada más en ello.
– Si tú lo dices. ¿De quién se trata?
Tras soltar la barra de las pesas, Willy empezó a hacer ejercicios de levantamiento con peso suficiente para partirle la columna a la mayoría de los tíos. Las gotas de sudor caían regularmente sobre las esterillas.
– En este caso, tengo que cumplir el Quinto.
– ¿Por qué?
– Créeme, nunca lo entenderías.
Willy nunca cumplía el Quinto con nada, pero Cal lo creyó.
– Si es Jodi te mato -dijo-. No con las manos desnudas, claro, pero puede que con un par de minas bien situadas.
Con rostro inocente y el sudoroso ceño tan fruncido como el de un basset hound, Willy imploró: