No lo entendía y no podía explicárselo. No iba a suspender el curso. Yokver nunca se rebajaría así. Ponerle un sobresaliente a Cal sería su manera de apretarle los tornillos, de enseñarle otra lección sobre la vida, como darle unas palmaditas en la espalda al tonto después de haberle tirado una tarta a la cara. Ella no lo creería; había vivido demasiado tiempo con las estrellas doradas de sus cuadernos. Hasta era posible que a ella le bajaran la nota a un notable, para que el Yok pudiera enseñar a Cal lo etéreo que era todo, la poca importancia que el título tenía en el conjunto de las cosas.
Pero no podía decírselo.
– Y a mí me importan esas cosas -dijo ella-. Tú estás demasiado cómodo en la universidad.
– Hm.
– Y todavía quieres que te siga.
– Sí -dijo, encogiéndose de hombros a medias. Aún podía ser honesto con ella en cosas así, si ella le preguntaba.
– Tú lo quieres todo.
Suspiró, pero no se sintió ni de lejos tan bien como rozando el visón de la Señora Decano. -Todo el mundo lo quiere todo.
– Oh, qué original, joder.
– Como tú digas…
Otro momento de exagerado silencio, como una especie de calentamiento antes de un combate de boxeo.
– Una chica salió de allí detrás de ti -dijo Jodi mientras sacaba una lata de gaseosa de la nevera. La apuró en cuatro tragos y la arrojó a la papelera. El movimiento curvo de su brazo pareció extremadamente lento, como si el acto de buscar palabras estuviera afectando a todo lo que los rodeaba-. Vi que te guiñaba el ojo cuando empezaste a pelearte con Yokver. Es muy mona.
Le dijo la verdad:
– No me había fijado.
– Me pregunto si se marchó porque odia al profesor Yokver o porque tú le gustas. ¿Tú qué crees?
Cal se quedó mirando los hoyuelos de Jodi sin entornar la mirada, como era su costumbre, sorprendido de verla tan diferente así, tan desenfocada. Uno de ellos estaba esfumándose de la escena. Era demasiado tarde para que ella empezara a fingir celos. Sabía que nunca la engañaría. Le tendió una mano y él se acercó, se sentó a su lado y le pasó un brazo fláccido alrededor de los hombros.
Dijo:
– Ya ni siquiera sé muy bien de qué estamos hablando.
– A pesar de que ya no coincidimos nunca, o casi nunca, sigo queriendo que sepas que cuentas conmigo, en todo. Ni siquiera me importa que me hayas estado mintiendo. Lo acepto. Forma parte de lo que tenemos.
Un pánico viscoso ascendió hasta su cabellera. Ahora estaban alejándose en otra dirección.
– Jodi, por el amor de Dios, no lo digas así.
– ¿Lo entiendes? -Tiró de sus nudillos, le acarició suavemente las muñecas y le cogió la mano-. Es importante que me creas cuando te digo que no te lo tengo en cuenta y tú tampoco debes hacerlo.
– Jodi -empezó a decir y no pasó de ahí durante largo rato, sin saber muy bien qué decir aparte de su nombre. La hechicera Circe estaba a un lado y alguien más, mucho más furioso, estaba al otro-. Hum…
– Shhh, calla.
– Igual sería mejor que sacáramos algunas cosas a la luz. -No lo creía realmente pero puede que la mera oferta ayudara.
La nevada se había convertido en una ventisca, que estaba practicando arte impresionista en la ventana. Lo observó durante un rato, mientras los cristales se recomponían tras el vaho gris de su aliento en la parte interior del cristal. Los copos caían a chorros sobre el cristal, como llamas blancas: extraños y vengativos.
– E igual no. -Le puso un dedo en los labios-. Shhh, Caleb Prentiss. Te quiero. Puedo aceptar lo que nunca habrá entre nosotros. Eres un hombre oscuro y obsesivo, lleno de misterios extraños que nunca resolverás y así es como debe ser.
– Haces que parezca totalmente frívolo.
– Algunas veces esa es la verdad. Es una de las razones por las que siempre me has atraído.
– ¿Por qué? -Preguntó. Algunas veces uno quiere poesía y otras veces no quiere más que una puta respuesta directa. ¿Estaba Jodi siendo tan evasiva como él pensaba? Puede que estuvieran hablando de amor, o de odio. No tenía sentido tratar de describirlo, llegar a una solución.
Le besó la barbilla y volvió a pedirle silencio con un shhhh. El sonido empezaba a crisparle los nervios.
– Hay algo dentro de ti que es fascinante y embriagador, que me excita los puntos sensibles como tu barba incipiente, como tus manos. Nunca te he preguntado, ¿verdad?
¿Sobre qué? Sobre nada.
– No.
– Cuando te emborrachabas… cuando estuviste a punto de partirte las piernas… cuando desapareces durante horas y horas y aseguras estar leyendo libros. Soy consciente de que es una faceta de ti que yo no comprendo.
Ni tú ni yo, cariño.
– No sigas expresándolo con palabras.
Lo obligó a tenderse apoyándole las manos en el pecho. También Jodi tenía una faceta que Cal no podría llegar a abrazar en toda su vida.
– Yokver también lo sabe -dijo-. Igual que el decano y los demás profesores. ¿No te das cuenta de que es por eso por lo que juguetean tanto contigo, porque te respetan? Eso demuestra que te pareces mucho a ellos.
– Ahora estás siendo perversa -dijo.
Trató de incorporarse, pero ella se lo impidió. Joder, tenía fuerza de verdad. Y ahora también un pedazo de verdad, más de lo que él había esperado, pero no sabía qué pensar de aquel tono de voz. Estaba siendo evasiva lanzándose de cabeza contra él. Era un buen truco y funcionaba.
Le abrió la camisa y le besó el pecho, descuidada y lentamente. En los dos últimos meses había estado más caliente que en cualquier otro momento desde que se conocieran.
– Tiene mucho sentido, Cal. Un cazador no persigue trozos de madera. Busca algo que le supone un desafío.
– No cojo la analogía.
– Sí, claro que sí, amor mío. Mantente a salvo. Permanece lejos del bosque. Lejos de la jungla.
Le olió el aliento para ver si había rastro de licor o de hierba en él. Solo se olió a sí mismo, lo que ya de por sí era bastante malo.
– Esta noche es la fiesta del decano. ¿Es de eso de lo que estás hablando?
Ella se puso tensa, o puede que fuera él, por la agudeza del timbre de su voz. Una energía nerviosa los recorrió a ambos y no pudo discernir si se sentía furioso o excitado o si a ella le pasaba cualquiera de las dos cosas.
– ¿Quién te lo ha dicho? -le preguntó Jo.
– ¿Por qué me preguntas eso? -Le asió las muñecas, se incorporó y la obligó a tenderse en su regazo. Se inmovilizaron el uno al otro en la cama. En cualquier otro momento habría sido muy divertido-. ¿Quién te lo ha dicho a ti?
– Todo el mundo lo sabe.
– No, si no me hubiera tropezado con su mujer ahí fuera, seguiría sin saber nada.
– ¿Y? ¿Qué tiene eso de malo?
– Alguien está guardando secretos. -Nunca le hablaría del asesinato de su cuarto y ella nunca lo averiguaría. No podía mantener su mente fija en un único hilo de pensamiento. Los pezones de Jodi se endurecieron y su oscuro contorno se transparentó en su blusa-. ¿Por qué no me lo habías dicho, Jodi? -Bajo aquella luz, el ángulo de sus senos era perfecto y recorrió con la mirada la suavidad de su escote. Apretó la cara contra él y continuó-: hmmmm.
– No muerdas su anzuelo -le dijo ella. Sus caninos reptaron por su labio inferior. Aquella maliciosa sonrisa era tan impropia de ella que empezó a buscar pecas, marcas de nacimiento y cicatrices para asegurarse de que seguía siendo la misma. La boca empezó a secársele-. Enséñame, Cal.
– ¿Que te enseñe el qué?
– Enséñame. Perdóname.
Empezó a correrle sudor frío por la frente.
– ¿Que te perdone el qué, Jo?
– Por favor.
Trató de hablar y no salió nada. Ella le metió la lengua en la boca, se apartó, y volvió a caer sobre él.