– Porque es una fiesta llena de lameculos.
– Tú no.
– Oh, sí, yo sí. De las buenas. No pensarás que soy diferente a los demás, ¿verdad?
– Digamos que tenía mis sospechas.
La miró con atención, sabiendo que no era mucho mayor que éclass="underline" veintitantos, puede que treinta, con un hermoso cabello rojo oscuro, dotada de una especie de belleza pálida y con unas pecas de color caramelo que deberían haberle conseguido un cardiólogo como marido. Y sin embargo, tan inextricablemente atada a la universidad como él.
Julia no pudo disimular el desagrado de su voz.
– No me conviene parecer otra cosa que cálida y amistosa, ¿sabes? Puede que la palabra adecuada sea zalamera, en un contexto apropiado. -Lo suyo eran las palabras correctas. Siempre le llenaba los trabajos de tachones y escribía un gran torpe cada vez que se excedía con las metáforas. Cosa que ocurría a menudo.
– La academia tiene sus riesgos -dijo él. Sonó profundo y estúpido al mismo tiempo, lo que lo colocó en su contexto adecuado.
– Hacemos lo que debemos para guardar las apariencias. Yo todavía estoy detrás de un contrato fijo. Mira lo desesperados que están Iggy y Howard por resultar interesantes e inteligentes. Y los dos tienen el suyo hace veinte años. El juego nunca termina.
Imagínate tener que ser encantador hasta la jubilación, siempre sonriendo como si tu dentadura no encajara.
– No pensaba que fueran así.
– No, ni casi nadie, pero son como todos. Pueden degradarse como el que más.
– Nunca lo había visto así.
– No, claro que no -dijo Julia con un tono levemente insultante, y se terminó la copa de un largo trago-. Eres demasiado ético, Cal. Hemos oído hablar de ti.
Esto lo sorprendió. Especialmente la palabra ético. Así que el Yok había estado hablando.
– ¿Qué significa eso, Julia?
– En realidad nada de nada.
El alcalde llegó sigilosamente y le susurró algo al oído, y Julia dejó escapar una carcajada que hizo que Cal se encogiera, mientras ella hacía un espantoso esfuerzo por pestañear rápidamente. No tenía talento como coqueta, pero a pesar de ello hizo lo que pudo. Hasta el último de sus incisivos apareció a la luz en una sonrisa efervescente y la carcajada, espantosamente ruidosa, resonó desde el fondo de su diafragma, donde seguramente le causó dolor.
Posó con perfección la mano en el pecho del alcalde Los dedos empezaron a describir pequeños círculos y las uñas lo arañaron levemente, como si estuviera a punto de ponerse juguetona. Le recordó a Candida Celeste cuando se cimbreaba tratando de conseguir pasta. Tras otra carcajada, el alcalde se rió como una adolescente y regresó con su mujer. Cal pensó que no importaba lo bien que uno jugase, mientras la cosa le diera resultado.
Síííííí
No te abraces a mí
No te abraces a mí
No te atrevas a acercarte, no me llames
Nooooo
No te abraces a mí
No te abraces a mí
– Patronos de las artes -dijo Julia mientras le arrebataba dos bebidas a un camarero con una cara marcada por la vaciedad del cáncer-. Todos ellos. Mucha pasta está cambiando de manos esta noche, una abundancia de regalos para nosotros, que somos legión. Si te subes al tren, puede que un día le pongamos tu nombre a una sala.
– Sin duda. -dijo Cal. Respetaba todos los comentarios que le escribía en tinta roja en sus exámenes, pero ahora, mientras seguía tratando de sacudir las pestañas como Hedy Lamarr, solo que con unas pestañas demasiado pequeñas, no podía seguir viéndola como una profesora. Parecía tan perdida y llena de odio como él mismo solía estar-. ¿Por qué han invitado a los estudiantes?
– Son los mayores lameculos de todos. Nos mantienen al resto activos y contentos y nos hacen sentir poderosos. -Iluminado por los candelabros, su cabello parecía envuelto en llamas y el rostro ceniciento teñido por su luz-. ¿Por qué crees que estoy contigo, Cal? ¿Por tu cara bonita?
– Me da la impresión de que esta noche te has pasado, Julia.
– ¿Que me he pasado? ¿Con la bebida? Ni de lejos, créeme. Toma. -Le tendió el vaso medio vacío y él lo apuró. Detestaba el sabor de la ginebra pero no le importó demasiado-. Debías de estar más sediento de lo que pensabas. Vamos, conseguiré otro.
– No, esta noche no me apetece estar contigo.
– Te apetecerá más tarde, ya verás -le dijo, y le puso la mano en el pecho. Sus dedos volvieron a moverse trazando pequeños círculos, adelante y atrás, como en una danza extremadamente detallada, y las uñas volvieron a arañar, solo que ahora con más fuerza, más profundamente, hasta que Cal tuvo la impresión de que iba a desgarrarle la piel.
– No, no lo creo -dijo-. Vete a jugar con el alcalde. Yo lo dejo. Me marcho de la universidad esta noche. -La rotundidad del argumento lo cogió tan desprevenido como a ella. Hasta que no lo había dicho no se había dado cuenta de lo mucho que odiaba aquel lugar, pero en el mismo instante en que había pronunciado las palabras había sabido que siempre había querido irse y ahora tendría que hacerlo.
– ¡No! ¡Escúchame, no debes hacer eso! Sería un error espantoso. ¡Cal…!
– Apártate de mí.
Sus actos parecían convulsos, en el más amplio sentido de la palabra. Como una marioneta enmarañada arrastrada a tirones por el escenario, y también como un completo imbécil. Sabía que estaba cambiando demasía do despacio. No podía derrochar el poco valor que había conseguido reunir. Algo se movió por la periferia de su campo de visión, y se volvió una vez y luego una segunda.
Buscó a Jodi, y a Willy y Rose y Fruggy Fred, pero no vio a ninguno de ellos en el salón, el comedor o las habitaciones. Howard Moored le dijo hola y le dio un abrazo paternal. El ruido ahogó a Shiska Bob y Cal se sintió como si hubiera perdido a otro amigo.
Iggy Geotz se le acercó cuando pasaba junto al bar. Le dio un abrazo salvaje y dijo:
– ¿Otra?
– ¿Perdone?
– ¿A qué te huele el aliento? ¿Whisky? ¿Ginebra? ¿Con hielo?
Jesús, Dios, nunca había pensado que fueran tantos los borrachos allí. Quería desesperadamente una copa. Tragó saliva. La universidad hacía que todos se alcoholizaran.
– No.
Iggy se encogió de hombros y empezó a interpretar toscas melodías golpeando botellas y cubos de hielo. Le ganó un rápido duelo a un menudo sacerdote que trataba de apoderarse de la misma botella que él, soltó una imprecación, regresó y dijo:
– El muy bastardo ha tratado de quitármela. Pensaba que solo bebían vino. Putos jesuitas…
– Pero…
– Da una clase de socio-teología en el turno de noche. Siempre está tratando de socavar la base de mis estudiantes. -El sacerdote lo miraba con cara de pocos amigos. Iggy se volvió y levantó el puño, y Cal trató de escapar a la otra esquina de la habitación. Iggy lo detuvo, no obstante, extendiendo el brazo a la altura de su cuello, como si fuera un tendedero y él ropa mojada-. Todavía no he visto tu proyecto de tesis. Quería preguntarte por ello. ¿Cómo marcha el trabajo?
– Está acabando conmigo -dijo, poniendo el énfasis en el lugar preciso. Se echó a reír con la esperanza de poner fin a la conversación-. ¿Ha visto a Jodi?
– ¿Quién?
– Jodi, mi chica. -Iggy sabía perfectamente quién era Jo. ¿Por qué todo el mundo fingía que no la conocía?-. Mi novia.
– Oh, sí, la rubia que suele esperarte fuera de clase. Tenía la impresión de que ya no estabais juntos.
– Pues claro que sí.
– Error mío.
¿Qué sabían sus profesores que él ignoraba? Ella estaba bien; tenía que estar bien. Por primera vez sonrió. Los secos labios se pegaron a sus dientes y formaron una mueca inerte.
– Eres otro puto capullo, Iggy.
Se volvió y dirigió la mirada a una pared cubierta de espejos, recubierta de mármol blanco y rodeada por las llamas repetidas hasta el infinito de unas velas. Un movimiento en el espejo atrajo su atención y en su centro vio que había una embarradura de arremolinado negro.