– Uh hummm. ¿Proceso?
– El proceso de aprendizaje. El proceso creativo. La destrucción y el prometido ascenso.
Cal asintió.
– Oh, ese proceso.
– Habrías sido un profesor excelente. -El Yok se volvía más exuberante por momentos, sacudiendo el arma con un leve ademán pomposo, como si necesitara que Cal comprendiera los conceptos que su muerte ilustraría. Tuvo la impresión de que en cualquier momento se levantaría y empezaría a dar vueltas por la habitación como una bailarina, arrojando pétalos de rosa por todas partes.
– Mátame -dijo Cal-, pero, por el amor de Dios, no me obligues a escucharte. -Las estatuas de iconos literarios lo miraban desde todas partes. Un busto de Poe con un cuervo en el hombro, alguien que podía ser Nietzsche, o quizá Kafka, retratos enmarcados de Flannery O’Connor, Sylvia Plath, Charles Bukowski. Todos ellos parecían compartir su corrupción, su depravación. Cal habló con calma, sabiendo ya cómo iba a terminar todo-. Lo dices como si fuera aceptable lo que habéis hecho, utilizar estudiantes solo porque algunos de ellos están asustados o solos, o son débiles o simplemente jóvenes. O solo muy tontos, como yo. -No pasaba nada por reconocerlo ahora porque ya veía la luz-. El decano se aprovechó del miedo de Jodi a fracasar en los estudios. Eso no es un proceso creativo. Llámalo como lo que es: un chantaje. No hay nada brillante en eso. No sois más que un puñado de alcahuetes.
– No tanto.
El Yok sonrió y se lanzó hacia delante, como si pretendiera hacer otra demostración de la inexistencia del movimiento. Cayeron documentos al suelo y dos sujetalibros que formaban un busto de Shakespeare se balancearon al borde de la mesa.
Yokver había interpretado el papel tanto tiempo que se había convertido en parte de él. Probablemente ya no fuera capaz de distinguirse de lo que había creado, lo que había sido construido a su alrededor por la señora y el decano. En cualquier otro lugar, el Yok no habría sido otra cosa que un degenerado en una tienda de libros guarros, babeando sobre fotografías de chicas con pollas. Observando a las chicas de las cabinas, metiendo monedas de cuarto de dólar para poder disfrutar de treinta segundos más de espectáculo, hablando por el micrófono y diciéndoles que abrieran las piernas y que jugaran con un plátano de plástico. Aquí, en cambio, hacían buen uso de él. Una posición de respeto y autoridad desde la que podía estrujar cerebros hasta extraerles un zumo negro. Su eficiencia, al menos, era digna de respeto.
– Me equivoqué al pensar que eras un payaso -dijo Cal-. Ahora me doy cuenta de mi error.
Pero lo cierto es que Yokver seguía siendo un payaso, uno de esos payasos horribles que te persiguen en sueños. Todo el mundo sabe que por cada diez bromistas que hay en el mundo, hay un lunático escondido bajo la capa de pintura, esperando para hundirte el cuchillo de la carne en el ojo.
– Sí, demasiado tarde, me temo. Trágicamente, demasiado tarde. Tenía que pelarte las capas exteriores. Toda la piel muerta que llevabas encima.
– ¿Arrancarme las escamas de los ojos?
– Esa era la idea.
Cal apretó los labios y se miró.
– Para exponer a la luz lo que ahora hay ante ti.
– Bueno, el plan salió ligeramente mal. Eres mucho más neurótico de lo que nunca hubiera creído. -Se echó a reír pero Cal detectó su miedo en el sonido-. Verás, pobre muchacho, siempre estabas al borde del suicidio o de convertirte en un sociópata. Por desgracia, el juego reveló este defecto demasiado tarde.
A Cal no le importó la palabra juego. Era bastante apropiada, y ahora podía pensar su jugada con uno o dos movimientos de antelación.
– ¿De qué jaula de sicópatas os han sacado?
– Verás, pobre muchacho…
– Deja de llamarme eso. ¿Dónde está Fruggy Fred?
– No sé de quién estás hablando.
– No me mentirías ahora, ¿verdad?
– No, carecería de sentido.
– Entonces te haré una pregunta más sencilla.
– Mejor, estoy empezando a aburrirme.
No es cierto. Mira cómo traga saliva. Está tratando desesperadamente de parecer preparado, de llegar hasta el final, pero solo le importa el acto, no el propósito. Dentro de cinco minutos estará en el suelo llorando.
– ¿Cómo sabías que iba a venir esta noche?
– Me han informado de que no cumpliste con las expectativas de Clarissa y tu negativa a aceptar la… ah… -Una sonrisilla que empezó siendo baja y superficial y que se deslizó enroscándose hasta el extremo profundo. El arma bailó en su mano-… posición que se te ofrecía. Es lógico que un ser aberrante como tú tratara de acabar con todos sus demonios de un solo golpe.
Cal casi sintió ganas de hablar de demonios con él, sacar un cuaderno y numerarlos, obtener todos sus nombres. No pensó ni por un solo instante que Yokver se negara a responder todas sus preguntas.
– ¿Por qué mataste a Sylvia Campbell?
– Yo encontré a esa preciosa criatura, y le di la identidad por la que tú la evocas, que le permitió ingresar en la universidad.
– Qué amable.
– La introduje en nuestras filas.
Sin urgencia, Cal avanzó, y Yokver levantó el arma y le apuntó entre los ojos.
– ¿Eso es lo que hiciste? Explícamelo.
– ¿Para qué perder el tiempo? ¿Qué sentido tiene?
– Edúcame, profesor. Dime quiénes sois.
Pero ya lo sabía. No había razones para sorprenderse y se sentía como un tonto por haberse enojado alguna vez. Hay monjas violadas en la parte trasera de una furgoneta, profesores de gimnasia que se tiran a las animadoras debajo de las gradas, polis que roban bancos, niños de ocho años que estrangulan a bebés de dos… solo es cuestión de tiempo que aparezca un sitio y un lugar en el que te den un sobresaliente falso y luego te corten el cuello.
– Somos guías -dijo el Yok, y logró parecer sincero.
Las palabras de Fruggy Fred regresaron. Lo había sabido desde el principio. Cal dijo:
– Quien controla los sueños del mundo controla el mundo.
Las cejas de Yokver aletearon.
– Nunca te había tenido por poeta, Prentiss. A pesar de tus citas, nunca tuviste alma para el verso. Las palabras siempre salían de ti sin la menor sustancia. Todo apariencia y nada de valor. Pobre chico lisiado. Si no te hubieran puesto los cuernos, probablemente ahora mismo ni siquiera te importaría. Sabía que estaban yendo un paso demasiado lejos.
– Sí, como mínimo un paso.
– Qué pena.
El Yokver tenía también sus propias debilidades, tan claramente definidas ahora que Cal supo lo que tenía que buscar. Le habían hecho pedazos en el pasado y Cal escuchó el tintineo de los fragmentos en aquella sonrisa.
– Nunca has estado con ella, ¿verdad?
– ¿Con quién?
– Ya lo sabes.
– No, yo…
Cal no pudo seguir conteniéndose y finalmente soltó una risotada desde el fondo del estómago. Después de todo aquello, y el enfermo bastardo ni siquiera había llegado a mojar.
– Nunca has tenido a la señora. -Mira la reacción del Yok, mira cómo enseña los dientes, cómo se dibuja el dolor en sus ojos, cómo caen al suelo todas las máscaras, una detrás de otra como las capas de una cebolla-. Pobre Yok, nunca has sentido esos labios, nunca te has acunado en su calor.
Allí, en la ventana, detrás del profesor Yokver, maestro, dictador, guía, títere, creador de nuevas sensibilidades, y gusano inmundo que excava en el barro, llegó la señal que Caleb había estado esperando. Un contorno plateado, el aullido de un banshee y el canto de una sirena. La diosa de la luna arrojando piedras.
Todo eso y más cuando se apagó la luz del dormitorio del decano.
El final de la clase nocturna.
– Tú eres el que necesita una lección -dijo-. Circe te la enseñará.
– ¿Circe?