Miró alrededor de la cabina. Dominici seguía dormido con los ojos cerrados y los labios contorsionados en una mueca singular. Se retorcía intranquilo y cambiaba de posición mientras dormía; no cabía duda que tenía un mal sueño. Bernard se preguntó si a él le habría ocurrido cosa parecida.
Cerca de donde se encontraba, Stone permanecía mirando por la claraboya a aquella nada del exterior. Comprobando que Bernard estaba despierto, Stone se volvió y le dirigió un guiño amistoso, volviéndose de nuevo a su contemplación absurda de la nada existente en el no-espacio.
Solamente Havig daba la impresión de hallarse en completa paz consigo mismo y con el misterioso entorno del exterior de la astronave. El hombretón estaba apoyado contra la pared metálica de la cabina y sus largas piernas relajadas en un raro gesto de reposo. Sobre sus piernas yacía un libro. Un libro de oraciones, pensó Bernard, probablemente. El neopuritano volvía una página tras otra parsimoniosamente, haciendo gestos de aprobación y sonriendo ocasionalmente. Parecía no darse cuenta de quienes le rodeaban, ni prestar atención alguna a nadie. Aquella profunda tranquilidad de Havig, tuvo la virtud de irritar a Bernard de una forma inconsciente.
Bernard forzó su mente a detenerse a pensar respecto a las fricciones que se habían producido en aquella cabina y ponderar la enigmática naturaleza de los seres extraños que le esperaban en las lejanías del espacio.
Había visto sus fotografías, en color y tridimensionales, y de tal forma, tenía cuando menos una idea aproximada de cómo apreciarlos físicamente. Pero con todo, quiso anticipar de algún modo cómo se produciría el encuentro que yacía dentro de la más completa incertidumbre. ¿Sería posible un contacto aunque fuese de la más simple forma? Y si aquellas criaturas pudiesen hablar y expresarse en sonidos y eventualmente llegarse a comprender mutuamente, ¿sería posible llegar a cualquier tipo de arreglo? ¿O estaría la civilización del Hombre condenada a ser arrasada por una guerra interestelar que enterrase en el polvo y el olvido los siglos de paz impuestos por la sabiduría del Arconato?
El resurgimiento de la oligarquía, pensó Bernard, había acabado con la confusión y la duda de los Años de la Pesadilla. Pero… ¿qué ocurriría si aquellos extraños seres de otro planeta rehusaban acceder y suscribir a un tratado de paz? ¿De qué serviría entonces la inmensa fuerza del Arconato?
No obtuvo respuestas para ninguna de aquellas preguntas. Se forzó nuevamente a concentrarse en la lectura. Las horas seguían pasando, hasta que el gong volvió a sonar, como anunciando el Apocalipsis.
El sonido vibrante del gong se desvaneció. La transición se había llevado a cabo.
La pantalla visora de la cabina, volvió a resurgir en una vida esplendorosa de luz. Nuevas constelaciones, nuevos enjambres estelares, totalmente desconocidos desde la Tierra, tal vez existiendo entre ellos un diminuto puntito de luz que fuese el Sol de la patria lejana.
Y suspendida en el vacío ante ellos, como un globo resplandeciente, apareció un sol dorado-amarillo oscurecido por las sombras de los planetas que cruzaban en tránsito su disco de fuego y de luz.
V
La nave se lanzó «hacia abajo», atravesando y cortando el plano de la eclíptica para hallar la órbita del cuarto de los once planetas de aquel sistema solar, con su estrella amarillo-dorada. Adoptando una órbita de unas quinientas cincuenta millas de altura sobre el planeta, el XV-ftl realizó cuatro órbitas a su alrededor, antes de localizar el establecimiento extraterrestre. En aquel momento, quedaba en la parte oscurecida del planeta. Por el paso de luz observado en el giro de aquel cuerpo celeste, el Comandante obtuvo la conclusión de que el establecimiento procedente de otros mundos, no se hallaba a muchas horas del amanecer.
En la cabina de atrás, Martin Bernard y sus colegas negociadores yacían con sus cinturones de seguridad, escudados contra el choque atmosférico propio del aterrizaje, esperando que fuesen terminando los minutos que aún quedaban al XV-ftl para terminar la serie de espirales que le iban conduciendo al lugar preciso dentro de la oscuridad existente bajo ellos. Bernard se sintió extrañamente desamparado como una criatura, conforme el aparato iba reduciendo sus órbitas de aterrizaje. Bien, aquí estoy, pensó, envuelto en este colchón amortiguador, como una criatura en él vientre de su madre y que aún tiene que nacer. Y no más capaz que ese mismo bebé, pues soy tan inútil para gobernar esta astronave, como el bebé para salir del vientre de su madre y cortarse el cordón umbilical.
Sintió una fuerte opresión en el estómago. Su vida, todas las vidas allí presentes, estaban en manos de cinco hombres cansados y con los ojos enrojecidos por una terrible fatiga. Un cálculo mal hecho por la computación de cualquiera de ellos, y todos se estrellarían contra la superficie del planeta, de aquel planeta desconocido y sin nombre que tenían debajo a cincuenta mil millas por segundo. O podrían pasar de largo, perdiendo su objetivo, para tener que volver nuevamente a otra enervante maniobra en idéntico sentido.
Bernard torció la cabeza hasta encontrarse con la mirada de Stone. La sonrosada cara del diplomático estaba pálida y brillante por el sudor. Pero hizo un esfuerzo para devolverle un guiño amistoso.
—Creo que no me van muy bien los viajes por el espacio —dijo Bernard—. ¿Y a usted, que tal le van?
—A mí que me proporcionen siempre los viajes por la transmateria —murmuró Stone—. Pero creo que no hemos podido elegir mucho en este viaje, ¿eh?
—No, creo que no, tiene usted razón.
Se volvió silencioso de nuevo, recordando de nuevo también qué poco alcance tiene la libre acción para un ser humano. Aquella sombría idea determinista, le había martilleado la mente desde sus días de estudiante de bachillerato, cuando había comenzado a enfrentarse a poco con las series de ecuaciones sociométricas sin respuesta que cubrían la mayor parte de la conducta y de las acciones humanas. Difícilmente tenemos elección. Somos prisioneros… bien, de la necesidad, llamémosle así, a falta de un término más claro. Las solas opciones que tenemos a nuestro alcance están sólo a muy bajo nivel y tal vez, ni incluso las hayamos elegido en realidad.
La astronave comenzó a atravesar la envolvente atmosférica del planeta. Resultó una caída hábil y maestra en manos de aquellos magníficos astronautas, aunque difícil y Bernard se sintió agradecido de hallarse tumbado sobre aquella especie de cuna protectora. Nunca se había imaginado que un viaje por el espacio tuviese sus inconvenientes como los que entonces estaba padeciendo y sus aspectos crudos y difíciles. Un aparato de transmateria era algo fácil, instantáneo y limpio, agudo como el filo de una hoja de afeitar; se entraba en él, y se salía al otro extremo receptor en una fracción de segundo. Y sin tener que sufrir las fatigantes fuerzas de la aceleración y la deceleración, los cambios de velocidades y los juegos terribles de las reacciones contra diversas acciones iguales; pero opuestas.
Sonrió, dándose cuenta de cuan poco sabía de los problemas físicos de los viajes por el espacio. Él, que había empleado su luna de miel en un encantador planeta verde en el sistema de la estrella Sirio y que había gozado de algunas vacaciones en planetas de la Beta del Centauro, en Bellatrix y en la Eta de la Osa Mayor, se sentía tan ignorante de los hechos astronómicos del universo como la mayor parte de los estudiantes que construían sus primeros modelos de naves cohete[10]. Tenía que reprochárselo a la transmateria. Nadie se preocupaba de saber cómo funcionaba una astronave, cuando resultaba tan fácil entrar en los receptáculos del transmisor de materia con su verde fosforescencia y sentirse al instante en mundos alejados en años luz de distancia por el universo.
10
Beta del Centauro, Eta de la Osa Mayor, etc. En Astronomía de posición, se denominan por letras del alfabeto griego las estrellas de las constelaciones conocidas a simple vista, en razón de su magnitud aparente. Se continúa esa denominación clásica pero en realidad, todas las estrellas ahora están catalogadas por un número y una serie en el NGC, el Nuevo Catálogo General.
Así, por ejemplo, la estrella alfa del Can Mayor es la estrella Sirio, Vega, es la estrella alfa de la Lira, y después siguen la beta, delta, etha, theta, iota, kappa, etc., en la constelación de que se trate. Algunas conservan sus nombres románticos de la mitología griega y en especial del árabe, debida al Almagesto, la gran obra maestra de Astronomía de la cultura árabe. Por ejemplo, las siete estrellas de la Osa Mayor, el Carro como se la conoce vulgarmente, se llaman Alioth, Mizar y Alcor (doble) Alkaid, Megrez, Fekda, Dhube y Merak. Según su brillo aparente se las añade una letra del alfabeto griego. Pero en la moderna Astronomía, respetando los nombres que han quedado, todas las estrellas han quedado catalogadas y clasificadas por sus verdaderas magnitudes, ya que una más brillante que otra a simple vista, es en realidad de mucha menor masa que otra más débil, debido a su lejanía.