—Calma amigo —ordenó Laurance serenamente—. j Alguien viene!
La falda de entrada a la tienda se abrió y entraron tres extraterrestres. El primero era Zagidh. Tras él, llegaron dos norglans de enorme estatura, con su pigmentación dérmica de un rico azul púrpura. Venían vestidos con unos ropajes extraños y altamente elaborados y su compostura tenía el aspecto de la realeza. Zagidh adoptó pronto su clásica postura de cuclillas en tan extraña forma como solía hacerlo. Los otros dos permanecieron de pie.
Haciendo unas muecas forzadas terriblemente, Zagidh dijo:
—Dos… kharvish haber venido desde Norgla. Hablar. Con tiempo… aprender lengua Tierra. Ellos-nosotros hablar a ustedes.
Zagidh se salió fuera de la tienda. Los dos norglans gigantescos adoptaron al unísono la misma forma de sentarse en cuclillas que solía hacer Zagidh.
Los terrestres se miraron con cierta inquietud. Bernard se mordió inquieto también el labio inferior. Aquellos dos tipos eran sin duda unos norglans Muy Importantes, sin duda alguna.
Con aire majestuoso, en una voz que sonaba en cierta forma melodiosa como la de un violoncelo, uno de aquellos dos enormes norglans dijo:
—Yo soy nombrado Skrinri. Este ser nombrado Vortakel. Él-yo nosotros dos ser kharvish. ¿Cómo decir ustedes? Uno-que-va-hablar-otros-de igual categoría.
—Embajador —sugirió Havig.
—Emba…jador. Sí, embajador. Yo ser nombrado Skrinri, este Vortakel, él-yo nombrados embajadores. De Norgla. Del planeta patrio.
—Habla usted la lengua terrestre muy bien —dijo Stone pronunciando las sílabas con lentitud y claridad—. ¿Han sido ustedes enseñados por Zagidh?
—No… significar…
—El participio pasado —observó Havig—. No lo conocen. Intente decirles: ¿Enseñar Zadigh a ustedes?
—El enseñar yo-nosotros— afirmó Skrinri—. Nosotros estar aquí desde el sol alto en cielo.
—Desde mediodía —tradujo Havig.
—¿Han venido a hablar con nosotros? —preguntó Stone.
—Sí. Ustedes venir de Tierra. ¿Dónde está Tierra?
—Muy lejos —dijo Stone—. ¿Cómo podría explicárselo, Havig? ¿Sabrían lo que significa un año-luz de distancia?
—No, a menos que él sepa primero lo que significa un año —repuso Havig—. Es mejor dejarlos que se expresen como puedan.
—De acuerdo —convino Stone—. ¿Su mundo está cerca?
—Todos mundos estar cerca. No tomar tiempo viajar de allí a aquí.
—¡Entonces es que también disponen de la transmateria! —exclamó Stone perplejo.
—O algo que produzca el mismo efecto —opinó Laurance.
Observando atentamente desde su rincón de la tienda, Bernard siguió la cadena de razonamiento. Una cosa era cierta: aquellos dos norglans eran bastante especiales, tal vez muy superiores a Zagidh y a los otros pieles azules que se hallaban en escala superior a su vez sobre los trabajadores. Skrinri y Vortakel aprendían el lenguaje terrestre a increíble velocidad, captándolo con frases enteras e incluso con las mismas inflexiones de voz, según Stone iba hablando y explicando sus declaraciones.
Gradualmente, las similaridades de los dos Imperios comenzaron a quedar al descubierto.
Los norglans poseían la transmateria, según parecía; Skrinri y Vortakel habían llegado desde el planeta patrio sólo hacía horas, vía un sistema de transporte instantáneo. La enorme astronave que surgía poderosa por encima del establecimiento colonial era el testimonio más seguro de que también los norglans utilizaban algún sistema convencional de viajes espaciales, probablemente a velocidades aproximadas, aunque no superiores a las de la luz.
Resultó muy difícil aclarar la información concerniente a las distancias en el espacio. Pero resultaba razonable suponer que el planeta patrio de los norglans debería hallarse más o menos en un punto de a trescientos o cuatrocientos años luz del planeta en que todos se encontraban en aquel momento; quizás menos, y muy probablemente no a mayor distancia. Lo que significaba, que los norglans y la esfera de colonización de los norglans era aproximadamente del mismo orden de la magnitud que poseía la Tierra.
Entendido aquello, al fin, la cosa apareció mucho más clara. Pero todavía no se había planteado el problema verdadero de la misión. Stone estaba calculándolo de la mejor forma, reuniendo una serie de ideas apropiadas para su misión diplomática, que debería exponer llegado el momento preciso.
Conforme iban hablando, Bernard que seguía cada palabra, intentó reconstruir una imagen de los norglans como personas con quienes tratar adecuadamente, de acuerdo con la ciencia sociológica, en las futuras negociaciones. Se trataba de una raza estratificada, aquello era algo por descontado; la variación de color de la piel no era una simple diferencia de pigmentación, sino toda una fundamental categoría genética. Los pieles verdes eran más cortos de talla, más fuertes y macizos y evidentemente poco dotados intelectualmente; constituían la clase ideal de trabajadores para aquella clase de labor. Los pieles azules, eran más agudos de inteligencia, buenos organizadores, de rápida percepción de pensamientos, aunque se les notaba la falta de una cualidad interna de autoridad, la decisiva huella de auténtica personalidad que distinguía al jefe nato. Aquellos pieles azules púrpura poseían la fuerza necesaria.
¿Serían los individuos situados en la cima de la pirámide social de su constitución evolutiva? O, ¿más bien serían, por turno, los que dependiesen de alguna especie aún más capacitada de la especie de los norglans? ¿Hasta dónde podría estar extendida aquella estratificación social?
No había forma de decirlo; pero parecía lo más verosímil que Skrinri y Vortakel representaban muy de cerca el pináculo de la evolución norglan. De existir todavía otros individuos mucho mejores, entonces los norglans deberían poseer un grado evolutivo mucho mayor que los terrestres.
Al exterior de la tienda, se extendían ya las sombras de la noche. El gradiente de temperatura caía rápidamente. Un viento frío barría la planicie, sacudiendo con cierta violencia las lonas de la tienda. Los primeros síntomas de un gran apetito comenzaron a sentirse en el estómago de Bernard. Pero los norglans no parecían indicar en absoluto que fuesen a suspender las negociaciones por el hecho de que llegase la noche.
Stone se encontraba enfrascado en su elemento, avanzando sin descanso y sin fatiga en la cadena de razonamientos y medios de intercomunicación, hasta que creyese llegado el momento de enfrentarse con el punto crucial de la misión.
Aquel momento estaba ya aproximándose. Stone estaba dibujando unos diagramas en el suelo de la tienda de conferencias. Dibujó un punto con un círculo a su alrededor; era la esfera de colonización de la Tierra. A una distancia de varias yardas, otro punto con otra esfera; la de los norglans.
Más allá de aquellas esferas de acción, otros puntos sin círculos. Aquéllas eran las estrellas sin colonizar, la tierra incógnita de la galaxia que ni los terestres ni los norglans habían alcanzado todavía en sus respectivas expansiones.
—El pueblo de la Tierra se expande hacia el exterior. Nos establecemos en otros mundos —anunció gravemente Stone.
Y dibujó una serie de radios proyectados fuera del círculo que era la esfera de dominación de la Tierra. Aquellos trazos llegaban hasta la zona neutral.
—El pueblo norglan se extiende también hacia el exterior. Ustedes construyen sus colonias, nosotros construimos las nuestras.
Y, de igual forma, una serie de trazos partieron de la esfera norglan, al igual que lo había hecho Stone.
El diplomático terrestre, marcando ostensiblemente los trazos con el palito que dibujaba en el suelo, extendió los radios de la esfera norglan hasta llegar a tocarse en determinada zona con los de la Tierra.