La noche se aproximaba rápidamente. Era un mundo antiguo, pensó Bernard, una raza antigua, un sol viejo, con días cortos y noches prolongadas.
Unas estrellas totalmente desconocidas y no familiares, comenzaron a asomarse por la gris luminosidad del crepúsculo. Más tarde, cuando la oscuridad había reemplazado al vago crepúsculo, sería posible ver el Universo Isla en el cual el Sol de la Tierra era meramente un indistinguible punto de luz[20].
La oscuridad completa se vino encima a toda prisa. Los terrestres entraron una vez más en el pequeño edificio que se les había destinado, donde un cálido resplandor luminoso lo hacía más agradable que el aire frío del exterior de la pradera.
—Bien, ¿qué hacemos? —preguntó Dominici, y como a nadie en particular—. Nos dispondremos a dormir y esperar que llegue la mañana…
—¿Hay acaso algo que podamos hacer más? —dijo Havig—. No tenemos mucho que elegir en cuanto a diversiones. Podemos dormir, pensar y rezar.
—Ruegue por nosotros, Havig —dijo Laurance con voz calmosa—. Hable con ese Dios suyo, y pídale que arregle las cosas para que podamos volver a casa.
—No creo que pueda hacerlo, Comandante. ¿No creen los neopuritanos que es algo irreverente pedir favores especiales?
Havig mostró una de sus raras sonrisas.
—Los dos tienen razón y a la vez están equivocados, amigo Bernard. Sentimos como una impertinencia hacia Dios el solicitarle bienes de este mundo, lujos o poder. Esto no sería una oración: la oración es una plena comunicación, la comunicación, el amor. No mendigar nada. Pero, por otra parte, el pedir por nuestra salvación o nuestro bienestar… difícilmente puede considerarse como irreverente. Dios quiere de nosotros que le pidamos las cosas que nos sean necesarias, pero creyendo siempre que su Voluntad sea buena y que Su decisión es siempre para lo que mejor nos conviene.
—Pero eso es pedir, suplicar, ¿no es así? —objetó Bernard.
Havig se encogió levemente de hombros.
—A sus ojos, todos somos suplicantes en gran necesidad. Yo pediré gustosamente por todos nosotros, como lo he estado haciendo desde el principio.
—Está bien, rece y pida por nosotros —dijo Laurance de mal humor—. Lo cierto es que necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir.
Algunos de los componentes del grupo se tumbaron en los cojines, disponiéndose a pasar la noche lo mejor posible. Bernard se aproximó a una de las paredes, se apoyó contra el muro y la observó tornarse transparente en tres pies a cada lado de su cuerpo, disponiendo así de una especie de ventana al exterior.
Oteó incansablemente hacia afuera y hacia arriba. Aquellas extrañas estrellas, brillaban en todo su fulgor. Buscó la Galaxia de la Tierra; pero no parecía ser visible desde aquella parte del planeta. Sintiéndose súbitamente aplastado por la inmensidad de la distancia que le separaba del hogar patrio, Bernard se apartó de su observatorio y se dejó caer sobre el cojín más próximo. Apretó los ojos cuanto pudo. Sus labios se movían sin que pudiera al principio darse cuenta de lo que estaba haciendo.
Recobró su autodominio a los pocos instantes y se preguntó maravillado: ¡He rezado! ¡Por el Espacio, he estado rezando para volver a la Tierra!
Aquella plegaria había sido como una válvula de escape. El nudo de la tensión que había ido formándose durante horas en su mente se soltó. Acurrucó la cabeza entre sus brazos y se quedó dormido en cuestión de segundos.
XIV
La mañana llegó rápidamente. Bernard se sintió entumecido y sudoroso de haber dormido completamente vestido, y se incorporó a una posición de sentado. Los demás aparecían extendidos por el suelo, todavía dormidos, y en la estancia aún quedaban sombras de la noche. Pero él se sintió completamente despierto. Se aproximó de puntillas a la pared, ésta se hizo transparente y vio que el sol había salido. Miró a su reloj. Eran poco más de nueve horas las transcurridas desde la puesta del sol y el mismo ya estaba de nuevo en el horizonte oriental. Aquello significaba que el día, en aquel mundo de los rosgolianos, era sólo aproximadamente de dieciocho o diecinueve horas.
Saliendo sin hacer ruido por la puerta, Bernard se asomó al exterior, aspirando con delicia la fragancia de aquel aire puro y vigorizante. El aire estaba maravillosamente fresco y dulce como un vino joven y delicioso. Las colinas distantes, suaves y agrupadas en redondos macizos, brillaban encantadoramente en la transparencia del sol de la mañana. Una plateada capa de diminuto rocío brillaba sobre la pradera.
Por un instante, Bernard casi se olvidó dónde estaba y de qué forma había ido a parar allí.
Había soñado con Katha. Entonces, despierto de sus sueños, la viveza de los recuerdos oníricos le sorprendieron, haciéndole sentir la tristeza de la nostalgia y cambiar su estado de ánimo en una forma introspectiva. Bernard raramente soñaba, ni pensaba en la esbelta mujer de ojos brillantes y cabello rojizo que había en su segunda esposa. Pero aquella noche había soñado con Katha.
Creyó entender también la razón del porqué. El interrogatorio mental a que le habían sometido los rosgolianos, habían removido en su cerebro viejos recuerdos y las ideas apartadas del uso corriente, apareciéndosele de nuevo al haber sido removidos tan profundamente, al igual que unas partículas suspendidas en el agua, al removerla en su estado estático. Y aquello le hizo sufrir. Se había hecho a la idea, tiempo atrás, de que se había acomodado al olvido de Katha; pero el sueño le había turbado en una forma como nunca le había sucedido.
—Buenos días —dijo una voz tras él, sacándole fuera de su ensoñación.
Bernard se volvió.
—Ah… hola, buenos días —dijo a Dominici—. Me había sorprendido.
—¿Hace mucho que está aquí?
—No, hace un rato, Dom. Tal vez diez minutos. Había salido a pasearme y a echar un vistazo por todo esto. —Bernard frunció el ceño, aunque las palabras de Dominici habían disipado su fantasía, lo que en el fondo le causó un bien.
—¿Ha dormido bien? —quiso saber Dominici.
—Regular nada más. He estado toda la noche turbado por los sueños —repuso Bernard, arrodillándose y pasando la mano por la hierba.
—¿Sueños? Vaya, es divertido… Y yo también. —Y el biofísico rió brevemente—. He soñado que estaba nuevamente en mi luna de miel. Me ha llevado a dieciocho años atrás. Íbamos los dos en una lancha motora, deslizándonos sobre las olas del mar. Yo apretaba a mi mujer con el brazo alrededor de su cintura y sus cabellos me acariciaban el rostro. Y echando una larga cuerda con un anzuelo, con la que extraje un enorme pez que estuvo a punto de hacernos zozobrar… —Dominici se detuvo—. Cuando soñaba antes algo así, solía despertarme bañado en sudor. Creo que ahora no ha sido así. Pobre Jan… Creo que ya había comenzado a olvidarla. Murió en una discontinuidad de la transmateria —añadió tras una breve pausa.
—Ah… lo siento, Dom.
Bernard trató de imaginarse lo que sería haberse quedado con la imagen de la mujer amada, sonriéndole y diciéndole adiós, entrando en el radiante campo de energía de la transmateria y después desvanecerse para siempre en el vacío en un accidente sólo posible en probabilidades de uno a un trillón. La transmateria no era absolutamente perfecta, así y todo era la primera vez que Bernard había hablado a alguien directamente implicado en cualquier clase de accidente de la transmateria.
20
Universo Isla. Denominación astronómica, algo anticuada ya, para determinar lo que es una Galaxia, es decir, todo un universo independiente, que como una isla en el espacio sin fronteras, existe al margen de otros millones de galaxias. Baste saber, que la más inmediata galaxia en espiral, idéntica a la nuestra, y que cuenta asimismo con cien mil millones de estrellas, es la Andrómeda, a dos millones de años luz de distancia. Puede verse en un cielo claro de universo, como una manchita luminosa en la constelación de ese mismo nombre, junto a la de Pegaso.