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—¿Podría informar a su Excelencia en su cámara privada?

La audiencia había sido así garantizada. Uno tras otro, pasando a través del dispositivo de la transmateria, todos cruzaron en una fracción de segundo el inmenso espacio terrestre que hay desde el espaciopuerto de Australia Central hasta el Centro Arconata. Y entonces, Dominici, Stone y Havig esperaban en la antecámara del Tecnarca, mientras que Martin Bernard, solo, se encaraba con él en el interior.

El Tecnarca se dejó caer en su asiento tras de su imponente mesa de despacho y le hizo un gesto al Dr. Bernard para que tomase igualmente asiento frente a él. Contento de evitar que las piernas le siguieran temblando, el Dr. Bernard lo hizo así. Sabía lo que tenía que decir; pero resultaba inevitable que una fuerte tensión se apoderase de él.

Miró rectamente a la cara del Tecnarca. A aquellos oscuros y terribles ojos, la fuerte nariz, los amplios y ajustados labios, la barbilla cuadrada y el cuello musculoso. McKenzie daba la impresión de tener la fuerza de un toro. Bernard se preguntó cuánta de aquella fuerza iba a necesitar McKenzie para soportar lo que tenía que oír.

—Quería usted informarme, Dr. Bernard. Muy bien. Estoy extremadamente interesado en conocer en detalle cómo ha ido su viaje. —La voz del Tecnarca era firme, bien modulada y con el agudo matiz de fuerza que le era característico conformando cada sílaba.

—Comenzaré por el principio, pues, Excelencia.

—Una idea excelente.

¡Buen principio!, pensó Bernard para sí. Los ojos del Tecnarca reflejaban impaciencia, burla, tal vez. Con una voz segura y tranquila, el Dr. Bernard comenzó:

—No tuvimos dificultades técnicas en llegar hasta el planeta de la colonia extraterrestre. Tomamos tierra, observamos a los extraños durante un rato y finalmente nos dimos a conocer a ellos. El doctor Havig hizo un excelente trabajo de lingüística al enseñar a los extraños a hablar el terrestre. Se llaman a sí mismos norglans, a propósito. Les hicimos comprender claramente que íbamos a negociar un tratado. En ese momento, los norglans nos dejaron para volver poco después, con dos de sus superiores más grandes físicamente y evidentemente mucho más inteligentes, puesto que fueron capaces de absorber toda la instrucción de una semana sobre la Tierra en sólo unas pocas horas, de su compañero. Cuando se encontraron con nosotros pudieron hablar perfectamente en nuestro idioma, mejorando en tal aspecto a cada minuto que pasaba.

—¿Y qué dijeron?

Bernard se inclinó hacia delante, apretando las dos manos tensamente.

—Les explicamos con absoluta claridad que las fronteras de nuestras respectivas esferas de expansión estaban a punto de chocar y les mostramos que era el deseo de la Tierra el llegar a un arreglo pacífico inmediatamente, más bien que dejar que las cosas llegaran a una eventual colisión, y con ello, la guerra.

—¿Sí? ¿Y cómo reaccionaron?

—Muy mal. Escucharon cuanto tuvimos que decirles y después, nos presentaron una contraposición: que la Tierra se confinase a sí misma en los mundos ya colonizados, dejando el resto para Norgla.

¡Qué! —La furia lanzaba destellos en los ojos del Tecnarca—. ¡Eso es la cosa más absurda y sin sentido que pueda oírse! ¿Quiere usted decir que ellos propusieron decididamente que cesara la expansión de la Tierra? ¿Que abdicásemos de nuestro poder galáctico?

Bernard asintió con un gesto de la cabeza.

—Esa fue precisamente la forma en que ellos plantearon la cuestión. La Galaxia es de ellos, a nosotros se nos permitiría solamente poseer lo que ya tenemos; pero nada más.

—Y usted rechazaría semejante disparate, por supuesto.

—No tuvimos la oportunidad de poder hacerlo, Excelencia.

—¿Qué?

—Los dos embajadores norglans, tras haber estipulado claramente su ultimátum, se marcharon sin decir adiós y partieron en el acto para su planeta de origen. Evidentemente, poseen algo equivalente a nuestra transmateria para viajar entre los mundos de su sistema, Excelencia. Protestamos ante el supervisor de la colonia; pero nos dijo que no podía hacer nada; los embajadores se habían marchado y no volverían. Por tanto, las conversaciones quedaban automáticamente rotas. Y nosotros tuvimos que despegar hacia la Tierra.

McKenzie parpadeó incrédulamente, como si no quisiera dar crédito a sus oídos. En sus mejillas aparecieron unos puntos coloreados; la nariz se dilató con una rabia suprimida.

—Se dará usted cuenta de lo que significa este ultimátum. Estamos en guerra con esas criaturas, a despecho de todo…

Bernard levantó una mano, luchando por conservar su firmeza.

—Le ruego que me perdone, Excelencia. No he terminado con el relato de la jornada.

—¿Hay más todavía?

—Mucho más. Tiene que saber, que nos perdimos en nuestro viaje de regreso a la Tierra. El Comandante Laurance y sus hombres, emplearon horas y horas intentando que la astronave continuase su ruta debida; pero resultó algo imposible de conseguir. Emergimos del hiperespacio, finalmente, en la región de la Gran Nube de Magallanes. —Bernard sintió que un nudo le apretaba el estómago, porque sabía que cada palabra iba teniendo un terrible efecto en la mente del Tecnarca—. Estábamos perdidos en el espacio, a cincuenta mil parsecs de la Tierra, sin posibilidad de poder volver. Pero, de repente, nuestra astronave fue tomada por una fuerza irresistible. Fuimos arrastrados hacia un planeta de la Nube de Magallanes, habitada por unos seres que se identificaron a sí mismos como los rosgolianos. Son unos seres extraños… y con unos poderes mentales maravillosos, increíbles. La teleportación, la sicoquinesis y muchas otras capacidades. Ellos… leyeron claramente todos nuestros pensamientos. Nos interrogaron. Y después… trajeron a los dos embajadores norglans a través del espacio para reunirse de nuevo con nosotros.

La expresión facial del Tecnarca había ido cambiando durante las últimas frases de Bernard. Ahora, McKenzie parecía estar mirando fijamente en el vacío, mientras que su rostro palidecía progresivamente y sus ojos brillaban con una profunda reflexión.

—Continúe —dijo el Tecnarca con una voz terriblemente quieta.

—Los rosgolianos, montaron una especie de escenario en forma de tribunal, examinando nuestras reclamaciones, o descartándolas. Los norglans se indignaron, y entonces los rosgolianos, les humillaron, haciendo con ellos un efecto de levitación, dejándoles suspendidos en el aire, y dejándoles caer después como unas marionetas, al suelo. Fue una demostración de un poder inalcanzable. Y cuando todo terminó, una vez que los rosgolianos nos mostraron que no podíamos discutir sus órdenes… dividieron la Galaxia en dos esferas de influencia, la terrestre y la de los norglans.

—¿Dividirla?

—Sí. Mire, aquí tengo el mapa en una proyección plana. Es una línea que parte a través del corazón de la propia galaxia. Todo cuanto hay a este lado es nuestro, y todo lo demás, al otro lado, de los norglans. Y si uno u otro cruza la línea fronteriza, si abandonamos los confines de la Galaxia, los exploradores rosgolianos lo descubrirán y administrarán el castigo adecuado.

El Tecnarca tomó la carta estelar de manos de Bernard, la miró por un instante y la inclinó rudamente hacia un lado. Pareció dejar escapar un suspiro.

—Bernard…, ¿no habrá sufrido usted alguna alucinación?

—No, Excelencia. Todo es absolutamente cierto.

Los rosgolianos están allí, y a medio millón de años de evolución progresiva respecto a nosotros… Hicieron constar, además, que hay otras razas incluso mucho más poderosas, en los distantes confines del universo.

—Y nosotros debemos quedarnos quietos en esa línea…, como unos niños en una escuela, los norglans aquí y los terrestres allá…, mientras que los rosgolianos están seguros de que nadie dará un paso más allá de esa línea. ¿No es así? —La faz del Tecnarca se convirtió en una máscara rígida de angustia. Se inclinó hacia delante, agarrándose al borde de la mesa con sus fuertes manos. Inclinó los ojos, cerrándolos, y haciendo muecas demostrativas de su tormento interior.