No tuvo dificultades para hacer saltar la rejilla de la ventana. La salida de incendios daba directamente a un amplio callejón donde probablemente se ubicarían los coches de refuerzo para cogerlo en caso de que hubiera redada. Bajó un piso con sigilo y se quedó mirando el apartamento que había justo debajo del suyo. A diferencia del de Tim, tenía un dormitorio propiamente dicho y un salón; éste y el cuarto de baño daban a la salida de incendios. Metió la cabeza por la ventana del salón y vio que habían añadido otra cerradura a la puerta. El vidrio del cuarto de baño era opaco, de modo que no podía ver el mecanismo en el interior; sin embargo, éste no cedió cuando hizo presión.
El salón de la primera planta era igualmente seguro, pero la ventana del baño estaba abierta unos centímetros para ventilar. Tim la abrió hasta arriba. No había rejilla. Se aupó cogido a los barrotes del descansillo superior de la salida de incendios y entró por la ventana. El retrete le sirvió de escalón para bajar hasta el suelo de linóleo barato.
Abrió lentamente la puerta del cuarto de baño y se quedó mirando los dos cuerpos que yacían juntos en la cama de matrimonio. Sus pisadas hasta la puerta del dormitorio fueron del todo insonoras. Contuvo la respiración hasta llegar a la sala. La cerradura de la puerta principal era igual a la suya antes de que la alterase, una Schlage estándar con un solo cilindro. Hurgó con el pulgar el botón empotrado hasta que saltó, y luego abrió la puerta y salió al pasillo, que iba de norte a sur y tenía en ambos extremos ventanas que daban a calles concurridas. La caja de la escalera estaba ubicada en el extremo norte.
Se dirigió al 213, tres puertas más allá hacia el extremo opuesto del pasillo. Abrió la cerradura en un santiamén sin preocuparse por el ruido porque sabía que el apartamento no estaba alquilado. La habitación vacía, al igual que el apartamento de Dumone, olía a moqueta rancia. En el extremo opuesto había una mancha en forma de ameba del tamaño de una tapa de cubo de basura que bien podía ser sangre.
Se llegó hasta la ventana. La escalera de incendios recogida terminaba unos dos metros por encima de un callejón demasiado estrecho para que entrara un coche. A unos nueve metros hacia el norte, otra calle entre un edificio y el siguiente se prolongaba hacia el oeste.
Se marchó dejando la puerta principal sin cerrar y fue escaleras abajo. Se dirigió a la cabina telefónica de la esquina mientras lanzaba una moneda al aire, que salió cara cuatro veces seguidas. La introdujo y llamó a Masón Hansen. Tim había colaborado estrechamente con él en varios casos cuando Hansen era especialista de seguridad en el grupo de citación y emplazamiento de Sprint Wireless, y se había mantenido en contacto con él desde que entrara a trabajar en Nextel el mes de octubre pasado.
– ¿Dígame? -Hansen sonaba preocupado, su voz tenue y con grietas de sueño.
– ¿Hablamos por una línea segura?
– Joder, Rack, llámame mañana al trabajo.
– ¿Hablamos por una línea segura?
– Sí. Coño, es el número de mi casa, eso espero. ¿Ya estás trabajando otra vez? Creía que habías cogido la baja después de aquel tiroteo. -Hansen susurró algo a su esposa, que rezongaba al fondo, y luego Tim le oyó caminar hasta otra habitación.
– ¿Es un teléfono inalámbrico?
– Sí, he…
– Coge una línea alámbrica.
Se oyeron varios clics.
– Muy bien. Ahora dime qué ocurre.
– Si te doy un número de teléfono, ¿podrás averiguar a través de qué antenas repetidoras concretas ha estado accediendo a la red telefónica?
– ¿Tienes una orden?
– Sí, claro que tengo una orden. Por eso te llamo a casa a las tres de la mañana.
– Menos sarcasmo. No tengo nada claro el asunto.
– Todavía no. Por el momento sólo te pido que respondas a unas preguntas.
– Bueno, la respuesta a tu pregunta es no. ¿Tienes idea de la cantidad de datos que eso supondría? Deberíamos tener registrada la ubicación de todo móvil en todo momento por todo el país.
– Si no puedes hacerlo de forma retroactiva, ¿qué me dices de ahora en adelante? Si te diera un número, ¿podrías averiguar la ubicación del móvil?
– No, a menos que me enseñes un documento con la firma de un juez y montemos todo el número: unidades portátiles, equipos móviles sobre el terreno… Ya sabes cómo va el asunto.
– No tengo acceso a esa clase de recursos. Esta vez, no.
– ¿ Qué te traes entre manos?
– No puedo hablar de ello. -Tim se permitió proferir un suspiro hondo-. Llevo todo el día probando dos números: el tres, uno, cero, cinco, cero, cinco, cuatro, dos, tres, tres y el mismo, pero terminado en cuatro, dos, tres, cuatro. He conseguido ponerme en contacto con el primero, por lo que sé que, en estos mismos instantes, está enviando impulsos de localización para identificarse ante la red. ¿Me estás diciendo que no nos basta con eso?
– Lo único que digo es que no nos basta a menos que se ponga en marcha una investigación autorizada. No es un favor que pueda hacerse así como así, por mucho que estuviera dispuesto.
Tim intentó disipar la decepción, y no le fue nada fácil.
– ¿Podrías identificar la antena repetidora a través de la que llegó una llamada entrante?
– No tenemos tecnología en funcionamiento para eso. Las llamadas entrantes son gratis en Nextel, de modo que los registros que se guardan son menos precisos. Lo que sí se puede hacer es rastrear las llamadas salientes, porque de ésas queda constancia en el departamento de facturación. Así se puede ver qué antenas repetidoras utilizan.
A veces lo hacemos para localizar a clientes que defraudan a la empresa. Sin embargo, habitualmente no está en funcionamiento porque no disponemos de personal suficiente. Cuando ponemos en marcha el dispositivo, ofrece una actualización cada seis horas, y no puedo echar mano de ese programa sin autorización expresa de mis superiores.
– Me resulta imposible seguir el rastro al tipo por mis propios medios -dijo Tim-. Sobre todo si hay un retraso de seis horas. Por eso le acabo de llamar. Supongo que, a estas horas de la noche, tiene que estar en su paradero habitual.
– Bueno, a partir de mañana, te puedo facilitar la primera y la última.
La primera llamada de la mañana, la última de la noche. Realizadas por lo general desde el dormitorio o las inmediaciones. Los tipos que pasan a la clandestinidad no se suelen preocupar de instalar líneas alámbricas.
– ¿No puedes conseguir información más actualizada?
– Si no me das nada más, no. ¿Por qué no me has llamado antes? Podríamos haber localizado las llamadas salientes.
– No sabía cómo funcionaba la tecnología. Además, quería asegurarme de que al menos uno de los móviles estuviera en funcionamiento.
– ¿ Ah, sí? ¿Antes de molestarme? -Hansen se echó a reír-. Llámame mañana, capullo. A la oficina.
El trayecto desde la esquina le pareció más que una manzana.
Subió a su apartamento en ascensor y se sirvió de un bolígrafo para retirar la cuña que había puesto debajo de la puerta. Una vez dentro, echó un vistazo rápido a los diversos canales de televisión. En KCOM emitían un reportaje acerca de las investigaciones sobre Lañe y Debuffier, pero no se aportaba nada nuevo.
Llamó a su antiguo número del Nokia y accedió a los mensajes. Dray, preocupada. Dos llamadas perdidas, probablemente de Oso o del jefe Tannino.
Localizó a Dray en casa. Parecía tensa y un tanto falta de aliento.
– ¿Estás bien? -La voz se le quebró nada más que un ápice, pero Tim lo detectó.
– Sí -contestó él-. Robert y Mitchell ya lo saben. Tienes que andarte con cuidado. Mantente alerta por si surgiera algún problema.
– Eso hago siempre.
– No creo que vayan a por ti, no es su forma de actuar, pero no corras ningún riesgo.