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Se tomó su tiempo para comprobar que la zona estuviera despejada antes de acercarse al Acura, que seguía aparcado donde lo dejó, a varias manzanas de su antiguo edificio. Se alejó a toda prisa de allí, entró en un aparcamiento aislado y rastreó el coche de arriba abajo con un emisor de radiofrecuencia que llevaba en el equipo de guerra en el maletero, por si habían instalado un transmisor. Para quedarse más tranquilo, desmontó el aparato por si los bichos raros de la UVE habían instalado un dispositivo dentro del propio emisor, un truco que él mismo podría haber puesto en práctica en sus mejores tiempos. Ni rastro.

No le sorprendió que el coche estuviera limpio -no había nada que lo vinculase con el Acura, su falsa identidad ahora ya pasada a mejor vida, ni el apartamento-, pero, a estas alturas del juego, la precaución era un aliado necesario.

Una vez en la autopista, tuvo buen cuidado de ceñirse al límite de velocidad permitido. Después de aparcar a cinco manzanas, se acercó a la casa para inspeccionarla desde todos los ángulos; igual que un perro su propio vómito.

En el sendero de entrada, Mac hurgaba bajo el capó del coche con un trapo grasiento colgado del bolsillo trasero. Palton y Guerrera estaban unos treinta metros calle adelante, junto al bordillo, su presencia más que evidente en un Thunderbird del ochenta y nueve que escoraba hacia la izquierda. No hacían nada en absoluto para evitar que se les viera porque, al igual que Tim, sabían que sólo un idiota se acercaría allí. Si vigilaban la casa era sencillamente porque, buena parte del tiempo, en tanto que agentes judiciales, eso era lo que hacían: cubrir las bases y hacer todo lo posible por mantenerse despiertos.

Aparte del detalle más que evidente a la salida, la casa parecía despejada. Tim se retiró y volvió a acercarse por el jardín trasero para colarse por la puerta de atrás. Olía a embutido rancio y café recién hecho. Las mantas y la almohada seguían en el sofá: Mac, el amigo preocupado con una motivación ulterior. Dos cajas de pizza en una nueva mesita de café de Ikea. Tim se quedó mirando a la impostora, probablemente la primera de muchas. El dormitorio principal estaba vacío. La caja de la mesita estaba en medio del cuarto de Ginny, descartada, lo que dejaba bien a las claras que en ese espacio ya no vivía nadie.

Encontró a Dray sentada a la mesa de la cocina, su silueta se recortaba contra las persianas echadas. Delante de sí tenía una carpeta de color amarillo canario y el radiocasete de Tim. Una cinta giraba letárgicamente en el aparato, cuyos altavoces emitían un susurro áspero como prueba de que la grabación había terminado. Dray estaba sentada en diagonal con respecto al tablero, como si se apartara de un calor intenso o se dispusiera a encajar un golpe. Se había cogido el vientre con un brazo; con el otro se sostenía éste firmemente. Se le había quedado la cara blanca, salvo por los labios trémulos, que eran de un rojo desvaído. Tenía más o menos el mismo aspecto que cuando Oso le dio la noticia de la muerte de Ginny, justo antes de caer de rodillas a la entrada.

Delante de los nudillos de la mano derecha, que no dejaba de temblarle, relucía la llave de latón de la caja de seguridad.

Tim se acercó con las piernas entumecidas, con los pies agarrotados.

Ella volvió la cabeza como un robot; lo miró, pero aún no era consciente de su presencia. Tendió la mano hacia el radiocasete y apretó «stop» y luego «rebobinar».

Tim retiró la llamativa cubierta de la carpeta. Las notas de las entrevistas del abogado defensor estaban en primer lugar. Las hojeó rápidamente: las mismas palabras punzantes.

«La víctima era del "tipo" del cliente.»«El cliente asegura que se pasó hora y media con el cuerpo después del fallecimiento.»Pasó a la decepcionante quinta página, pero en vez de lo que leyera la vez anterior, vio lo siguiente: «El cliente asegura que un hombre se puso en contacto con él en su casa. El hombre era fornido, rubio, con bigote, y llevaba una gorra de béisbol echada sobre los ojos. El cliente no sabe nada más del individuo misterioso.»«O amigo imaginario», decía una maliciosa anotación del letrado defensor.

«El cliente asegura que un hombre le enseñó fotografías de la víctima, así como mapas y horarios relativos al trayecto que ésta hacía del colegio a su casa. El cliente debía secuestrar a la víctima y llevarla a su garaje para un "espectáculo" sexual posterior. El cliente y el hombre misterioso acordaron fecha y hora de cara al encuentro para el "espectáculo". El hombre misterioso no volvió a aparecer.»Otra frase garabateada al margen. La historia no se sostiene, no hay pruebas que la corroboren; la sordera es una vía de actuación más sólida de cara a la vista preliminar.

La sensación espinosa de la ira fue abriéndose paso desde sus entrañas hasta llegarle a la garganta y luego emergió como una exhalación horrorizada, algo a medio camino entre el gruñido y el grito.

Rayner había manipulado las notas antes de dárselas a Ananberg para que las copiase, a sabiendas, tal vez, de que acabaría por filtrarlas a Tim. De un modo u otro, en ningún momento había previsto que Tim viera nada más que la versión expurgada en la que todo indicaba que Kindell actuó solo.

La lustrosa fotografía hecha a traición que había debajo de las notas lo dejó sin aliento. Una instantánea nocturna de Kindell en la que salía de la casucha sólo con una camiseta; tenía los muslos desnudos cubiertos de sangre.

La sangre de Ginny.

Tim se apartó violentamente de la mesa y se dobló con las manos apoyadas en las rodillas. Tuvo varias arcadas y se le tensaron los músculos, pero no vomitó nada. Se le desprendieron de la frente varias gotas de sudor que mancharon el suelo.

El radiocasete emitió un chasquido como indicación de que ya había acabado de rebobinar la cinta.

Dray tendió la mano y puso el aparato en marcha.

«-¿Dígame? -Era la voz de Rayner.

»-¿Es una línea segura? -Una respiración frenética. Pánico. Robert.

»-Claro.»Tim se imaginó la pulcra grabadora junto al teléfono en la mesilla de noche de Rayner; otra póliza de seguro que podía dejar bajo llave en la caja de seguridad de un banco.

«La ha matado. La ha matado, joder. -Un gemido sofocado-. La ha cortado en pedazos, el puto subnormal.» La agitación de Robert casaba con la descripción del comunicante anónimo que había informado sobre el paradero del cadáver de Ginny.

Rayner empezó a respirar más rápido y se las arregló para pronunciar una sola palabra entre dientes:

«-No.

»-Todo el asunto se ha ido a la mierda. Hostias, yo no me metí en esto para que una cría acabara… Joder, Dios bendito. Sólo tenía que retenerla y esperar. No debía ponerle ni un dedo encima.

»-Cálmate. ¿Está Mitchell contigo?»Oyeron que el auricular cambiaba de manos, y Tim reconoció la voz de Mitchell, perfectamente tranquila: «-¿Sí?

»-¿Habéis dejado alguna prueba?

»-No. Ni siquiera nos hemos acercado a la casucha. Estamos carretera arriba, en la cima del cañón, en nuestro punto de observación. Al llegar aquí, lo hemos visto por los prismáticos en el interior del garaje. Ya se había puesto manos a la obra con el cadáver.»Dray emitió un diminuto quejido desde lo más hondo del pecho.

Robert, en segundo plano:

«-No tenía que haberle hecho nada.

»-No grites -siseaba Mitchell, y luego, a Rayner-: He supuesto que nuestro bonito plan de rescate y ejecución se había ido al carajo, de modo que la misión ha quedado abortada. -Susurros^. Espera, espera. Aquí viene. Está saliendo. Cigüeña, no lo pierdas de vista.»Se oía en la cinta el chasquido de una cámara de alta velocidad. Tim volvió la mirada hacia la fotografía de Kindell con los relucientes muslos ensangrentados y se le hizo un nudo en la garganta. La foto llevaba la fecha del tres de febrero. Era la primera de una serie de al menos veinte. Tuvo la sensación de que el corazón se le había hecho añicos y cualquier movimiento que hiciera le clavaría las astillas aún más en las entrañas.