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De nuevo, en la cinta la voz de Robert al fondo:

«-Dios, ay, Dios. Vaya hijoputa retorcido.

»-Escúchame -decía Rayner-. El plan queda anulado. Marchaos de ahí ahora mismo.»Se oyó la voz de Mitchell, fría y traicionera como el filo de un cuchillo:

«Aún podemos sacarle partido. Con el candidato.»Ése soy yo, pensó Tim. El candidato.

«¿De qué hablas?», preguntaba Rayner.

Mitchell, que ya estaba elucubrando, mantenía una serenidad espeluznante:

«Piénsalo. "Una motivación fuerte y personal." ¿No era eso lo que dijiste que nos hacía falta para tenerlo de nuestra parte? Pues bien, William, yo diría que se nos han adelantado.»La tensa respiración de Rayner a través del auricular.

«-Tenemos que decírselo a Dumone -exclamaba Robert a voz en cuello.

»-No -replicaba Mitchell-. Se pondría como una fiera con sólo imaginar que se nos haya ocurrido algo así. Además, conviene que no sepa nada a la hora de entablar contacto con el candidato. Tal como han salido las cosas, no hay por qué contarle a Dumone nada en absoluto.»«Tal como han salido las cosas -pensó Tim-. Tal como han salido las cosas.»«-Que nadie diga ni una palabra a Dumone. Nos tendría cogidos por las pelotas. Ni a Ananberg. -Rayner, con un tono de voz bien modulado y autoritario, volvía a estar al mando-. No es lo que planeamos; sin embargo, Mitchell tiene razón. Es una tragedia, pero más vale que la utilicemos a nuestro favor. Marchaos de ahí ahora mismo; por la mañana nos reagruparemos y estableceremos una nueva estrategia.

»-Corto -se despedía Mitchell.»La cinta siguió girando; los altavoces continuaron emitiendo el siseo peculiar de una mala grabación.

Tim levantó los ojos hacia los de Dray y se sostuvieron la mirada como si el mundo de pronto se hubiera detenido. Sólo estaba su flequillo, pegado a la frente por el sudor, su cara arrebolada, el dolor -no, la agonía- en la mirada, fiel reflejo de la de Tim. Ella entreabrió los labios agrietados pero tardó un momento en hablar. Cuando lo hizo, les dio la impresión de que las palabras quebraban el hechizo hipnótico de la cinta susurrante.

– Le preguntaste a Dumone qué ganaban con la muerte de Ginny -dijo Dray-. La respuesta es muy sencilla: a ti.

Se abrió la puerta que daba al garaje. Dray detuvo de inmediato la cinta en el radiocasete y cerró la carpeta para ocultar la fotografía de Kindell. Entró Mac con una llave inglesa colgada del cinturón de trabajo y la camiseta bien ceñida al pecho. Tenía una pulcra mancha de sudor en forma de estalactita en la pechera, como si un estilista de vestuario se la hubiera pintado encima. Levantó la mirada y se quedó de una pieza.

Tim asintió a modo de saludo.

– Rack, no puedes estar aquí, tío. Hay gente… Te están buscando.

– Ya me voy.

– Estás poniendo a Dray en peligro. -Volvió la mirada hacia ella-. Y tú ¿en qué estás pensando?

Ella levantó la cabeza en un gesto de advertencia:

– Mac…

– Eres una agente en activo.

– Mac, no te pases de la raya -le advirtió Dray-. Déjanos a solas.

– No, no pienso dejaros a solas. Es un fugitivo…

– Te pido que nos concedas un minuto.

– Esto es una idiotez, Dray. No puedes dar cobijo a un sospechoso en tu casa.

Los ojos de Dray se contrajeron en puntitos brillantes.

– Mira, Mac, te agradezco que me hayas ayudado, pero ahora mismo estoy hablando con mi marido y me parece que ya es hora de que te marches.

A Mac se le demudó el gesto y se le quedó la boca ligeramente entreabierta, como si le acabaran de abofetear. En medio de su indignación, sus rasgos habían mudado la expresión con cierta elegancia, tanto era así que permitían intuir un remanente de dignidad en su interior.

Asintió una sola vez, lentamente, y luego abandonó la habitación con ademanes ingrávidos, liviano y al mismo tiempo decidido sobre sus pies. Poco después su coche dio media vuelta en el sendero de entrada; el gemido del motor arreció y luego fue perdiéndose.

Dray lanzó un suspiro al tiempo que se llevaba el dorso de la mano a la frente.

– Bueno, si de algo estoy segura con respecto a Mac, es de que no va a delatarte. Es leal hasta decir basta.

– No tiene ninguna razón para serme leal.

Dray lo miró de hito en hito.

– A mí sí, Timothy.

Tim sacó la cinta del radiocasete y le dio unos golpecitos contra la palma de la mano. La breve intrusión de Mac les había obligado a recuperar la compostura; a él le atemorizaba volver a abrir la carpeta y ver la fotografía de la sangre de su hija que embadurnaba aquellos muslos pálidos. Se encontró pensando en la furiosa carga de Robert escaleras abajo en el sótano de Debuffier. Las palabras agitadas del gemelo una vez de regreso en casa de Rayner: «A veces la gente la caga.

Da igual lo que pase, una operación se te puede ir de las manos. Nos ha ocurrido a todos.»-Era una misión que se les fue a la mierda -dijo Tim-. Tenían pensado entrar a saco, matar a Kindell y presentarse ante mí como unos grandes héroes. Ya me imagino el discursito de venta: «Este tipo que iba a violar y asesinar a tu hija se había librado de tres acusaciones gracias a una serie de vacíos legales. El tipo era tu vecino, en una zona escolar, sin nadie que lo vigilara. Salvo nosotros. Salvamos la vida de tu hija, evitamos que la violaran. No fue la ley. Ven a ver de qué va el asunto. Tenemos un plan que va a abrirte los ojos.»-Esos animales -dijo Dray en voz queda-. Aunque les hubiera salido bien, ¿te imaginas lo que habría supuesto para Ginny? ¿Ser secuestrada? ¿Estar retenida? ¿Ver cómo mataban a un hombre delante de ella? -De la taza de café de Dray salían jirones de humo que ella iba deshaciendo con la mano-. Qué falta de decencia. Unos hombres capaces de correr semejante riesgo con la vida de una niña, sencillamente no tienen ni puta pizca de decencia.

– No -coincidió Tim-. No la tienen. -Sacó una silla y se dejó caer en ella con la sensación de que llevaba meses de pie-. Han estado torturándome toda esta temporada. Eran los cómplices y me han estado restregando el caso por la cara. Lo sabían desde el principio. El que Kindell secuestrara a Ginny formaba parte de una… ecuación psicológica que Rayner desarrolló para conseguir que me uniera a la Comisión. Y le dio buen resultado.

– Ya los encontrarás -dijo Dray-. Y les harás pagar por ello.

– Sí -asintió Tim-. Sí.

Ella señaló en dirección a su cara y el bulto de los vendajes debajo de la camiseta.

– ¿Estás bien?

Se llevó la mano al hombro como para restarle importancia.

– Sí, no ha sido nada.

Dray apartó la mirada, pero Tim alcanzó a ver una expresión de alivio en su rostro.

– Pues yo no diría lo mismo de tu cara.

– No tenía previsto ganarme la vida gracias a mi atractivo físico.

Dray combó los labios sin llegar a la sonrisa.

– Al menos eres realista.

– Quiero que vayas armada en todo momento. Incluso en casa.

Ella se levantó la sudadera para enseñarle la Beretta metida en la cintura del pantalón.

– Me muero de ganas de que vengan a por mí. Pero no creo que vayan a ponérmelo tan fácil.

– Probablemente no.

Dray se recogió el cabello detrás de la oreja y luego se levantó y señaló las persianas.

– No deberías haber venido. Eres demasiado listo para hacer algo así.

– Gracias a Dios, ellos son de la misma opinión.

– Llevan ahí desde ayer por la mañana, fingiendo hacer algo de provecho. Les dije que ya no nos hablamos, pero creo que se dieron cuenta de que mentía.

– ¿Por qué?

Dray se encogió de hombros:

– Pues porque no todos los hombres carecen de percepción.

Tim le devolvió la cinta.

– No está nada mal como medida de presión. Con un poco de edición creativa, Rayner podría haber metido en un buen lío a todos sus cómplices.

– O al menos mantenerlos a raya. -Ella cogió la cinta y la dejó de inmediato en la mesa, como si no quisiera tocarla.