Tuvo problemas para introducir la llave en la ranura. Puso en marcha el motor y se fue.
Una vez en la autopista, cogió velocidad y fue pisando el acelerador hasta sobrepasar los ciento cuarenta para poner distancia entre él y la casucha del asesino. Llevaba las dos ventanillas bajadas y el aire acondicionado al máximo. No fue hasta que atravesó como una exhalación la salida hacia la calle Uno cuando empezó a respirar con cierta normalidad.
Se detuvo en el arcén y llamó a Dray, que estaba en comisaría.
– Se han llevado a Kindell.
Les dio la impresión de que la pausa se prolongaba eternamente, y luego un poco más.
La risa de Dray, cuando resonó, más pareció un acceso de tos.
– ¿Qué van a hacer con él?
– No lo sé. Si pudiera localizar una de sus residencias…
– No está mal como deseo.
– Casi lo consigo. No puedo creer que el coche del Cigüeña no se viera bien. Si la maldita filmación hubiera sido más clara, podría haber conseguido el número de la matrícula.
– Espera un momento. ¿Filmación? ¿Qué filmación?
– La de la cámara de seguridad. Encontré su coche en una filmación de una tienda de alquiler de vídeos.
– ¿Era de día o de noche? ¿Cuándo se grabaron las imágenes?
– De noche.
– ¿Qué iluminación había?
– ¿Cómo?
– La iluminación. ¿Cómo viste el coche?
– No lo sé. Había una farola, me parece. ¿Qué importa, Dray?
– Claro que importa, genio, porque si la farola era de arco de sodio, un coche azul se vería negro en la filmación.
Tim movió los labios pero no llegó a decir nada.
– ¿Hola? ¿Sigues ahí?
– ¿Cómo sabes eso?
– La primavera pasada seguí en Beitville un curso del Servicio Secreto sobre sistemas de seguridad. ¿Has olvidado que, además de un ama de casa celestial, soy una investigadora de lo más eficiente?
– No te falta razón en la mitad de lo que dices.
– Ve a echar un vistazo a la farola. Yo iré a indagar sobre los PT Cruiser azules. Llámame para darme la confirmación.
– Ya estoy en camino.
Por fortuna, la farola estaba a más de tres metros de la puerta principal de Vídeos de Alucine, lo que permitió a Tim observarla largo y tendido sin arriesgarse a que lo viera el muchacho al que había robado el sábado por la mañana. No había tenido en cuenta que era difícil, cuando no imposible, determinar si una farola tenía una lámpara de arco de sodio durante el día, mientras estaba apagada. Se había abrochado hasta arriba la cazadora para ocultar el chaleco antibalas, pero al verse reflejado en el vidrio de un autobús que pasaba, comprobó que no sólo parecía sospechoso, sino también rechoncho.
Un chaval con una sudadera negra pasó zumbando por su lado encima de un monopatín y lo miró con curiosidad. Tim esperó a que doblara la esquina, sacó el 357, lo amartilló y le pegó un tiro a la farola. A medida que se escapaba el gas salió una nubecilla de polvo blanco, y luego tintinearon sobre la acera los fragmentos de cristal.
Tim volvió a subirse al coche y para cuando arrancó ya estaba llamando por su móvil.
Dray cogió al primer timbrazo.
– Sí, es una farola de arco de sodio.
Tim aguardaba pacientemente en un reservado de la esquina de Denny's con un copioso desayuno humeante delante de sí, y eso que ya era hora de comer. Echó un vistazo a la primera plana de un diario dominical olvidado -EL JEFE DEL SERVICIO JUDICIAL PROMETE DETENER A LOS TRES VIGILANTES- que daba información más bien engañosa sobre los protagonistas. Se había abierto una línea telefónica directa para que los ciudadanos aportaran cualquier pista. Un portavoz de la Policía de Los Ángeles estaba convencido de que los Masterson financiaban las operaciones gracias al dinero recibido como parte de un lucrativo acuerdo con el periódico sensacionalista que publicó las fotografías de su hermana asesinada en el escenario del crimen.
En la segunda página se hablaba de un vendedor de coches de Baltimore que, inspirado por las ejecuciones de Lañe y Debuffier, había matado a dos hombres que intentaban robarle. Uno de los ladrones tenía diecisiete años y el otro era su hermano de quince.
Saltó a las necrológicas. Como era de esperar, se encontró a Dumone, con su uniforme de la Policía de Boston y una expresión adusta y majestuosa, aunque, como siempre, se le notaba una leve sonrisilla, como si estuviera al tanto de alguna broma que hubiese pasado desapercibida para el resto de la humanidad. La causa de fallecimiento era cáncer de pulmón terminal en vez de suicidio, y no se mencionaba su implicación en el asunto de los Tres Vigilantes. Tim se preguntó qué le habría parecido a Dumone que su necrológica se publicara en el mismo periódico que se hacía eco de la hazaña del vendedor de coches que había querido emular a Charles Bronson.
Volvió a la primera página y estudió las fotografías de los Tres Vigilantes. La del Cigüeña, obtenida sin duda de los archivos del FBI, enmarcaba su pose rígida de pasaporte en contraste con un fondo desvaído.
Su apatía moral y su afición al dinero lo convertían en un candidato estupendo para ser reclutado; Rayner y Dumone ya lo habían demostrado. Lo bueno de la codicia es que constituye un motivo limpio. Hace que la gente sea predecible. A Robert y Mitchell, que se movían impulsados por la emoción, era más difícil atarlos corto.
Transcurrieron otros diez minutos, así que Tim apretó el botón de «rellamada». Dray contestó sin dejar de teclear:
– Agente Rackley.
– Soy yo otra vez.
– El PT Cruiser está en tonos azul acero y azul patriota. Edward Harris, alias el Cigüeña, tiene un modelo azul patriota. Escogió otro apodo para la matriculación: Joseph Hardy. Ja, ja. A juzgar por la foto del carné de conducir, le habría sentado mejor el nombre de otra sabueso adolescente, Nancy Drew.
Tim se irguió en el asiento y apartó el plato de panqueques revenidos.
– ¿Dirección?
– Tenías razón en lo de El Segundo. Está en el ciento cuarenta y siete de Orchard Oak Circle.
Capítulo 43
Puesto que la cara del Cigüeña estaba en todas las pantallas y todos los umbrales de todos los edificios del Estado, le habría resultado difícil huir en los dos días anteriores. Sus rasgos característicos le restaban posibilidades a la hora de disfrazarse, y Tim no había visto ningún indicio de que sus habilidades técnicas se hicieran extensivas a su capacidad para la simulación facial. Supuso que estaría amadrigado en su escondite, a la espera de que la incapacidad de los medios para seguir una noticia más allá de unos pocos días empezara a hacerse notar. Luego todo volvería a girar en torno a ataques de tiburones o grupúsculos terroristas, y él podría coger un avión rumbo a algún sitio con cantidad de arena y cócteles con sombrillitas.
La casa estaba aislada, tal como había supuesto Tim, y ubicada al fondo de una extensa parcela cubierta de follaje. El domicilio del Cigüeña, situado al cabo de una calle sin salida en la que había tres casas, estaba a la sombra de una colina sorprendentemente empinada, tanto, que debía de ser eso lo que había evitado que la zona fuera urbanizada en mayor medida. No se veía ningún número al lado de la puerta principal, ni en el buzón, ni pintado con aerosol junto al bordillo de la acera. La casa de la derecha estaba a la venta. La única ventana que se veía desde la perspectiva de Tim daba a una habitación vacía. Una reforma radical había echado por tierra la casa de la izquierda, reduciéndola a unos cimientos inyectados a presión.
Agazapado junto a un contenedor de la construcción, se sirvió de un par de prismáticos compactos para escudriñar el follaje del patio delantero. Al menos dos cámaras de seguridad despuntaban del manto de hojas, encaramadas sobre finos mástiles de metal pintados de verde camuflaje. Fue inspeccionando el jardín por sectores y detectó otra cámara entre el follaje, así como dos sensores de movimiento. Las ventanas estaban enrejadas por dentro y la tremenda puerta principal parecía de roble macizo. Aunque el patio trasero estaba oculto tras una verja, desde la cima de la colina tendría una buena perspectiva de la parte posterior de la casa.