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Robert, con la cabeza gacha, introducía otro proyectil en la recámara. En un tramo despejado de la explanada, a unos veinte metros del monumento, Mitchell había hincado una rodilla y sacaba pedazos de C4 de la bolsa de explosivos. Desde lejos, la sangre que le cubría la cara tenía todo el aspecto de aceite.

Tim volvió la mirada hacia donde estaba Robert y vio que había desaparecido. Se apartó justo cuando otra bala hacía pedazos la madera allí donde poco antes él tenía la cabeza, y dilataba el agujero por el que estaba mirando. Un disparo digno de encomio, sobre todo teniendo en cuenta el ángulo.

Se quedó rígido.

El silencio era casi insoportable.

Otra bala atravesó la madera; otro haz de luz surgió como una parra que hubiera crecido instantáneamente entre su cuello y su hombro.

Al alcance de su mano había un tablón suelto de metro y medio de longitud. Lanzó un gruñido y consiguió empujarlo unos centímetros. El extremo opuesto del tablón cruzó uno de los agujeros de la plataforma y aplastó el fino haz de luz; de inmediato, dos balas atravesaron la madera por ambos lados del agujero ya existente. Tim se cubrió la cabeza a la espera de que los proyectiles hubieran rebotado.

Por lo que había deducido en el escondite de Rhythm, Robert prefería disparar sentado, desde un lugar que le ofreciera la ventaja táctica de la altura, ligeramente inclinado hacia la derecha. Ahora mismo disparaba de pie a un objetivo situado justo encima de él, y, a pesar de los inconvenientes, lo hacía con una puntería notable. En el caso de que Tim no consiguiera cambiar de posición, Robert iba a hacerlo pedazos poco a poco.

Al otro lado de la plataforma, vio la boca de un tubo de poco menos de un metro de diámetro. Diseñado como tobogán flexible para que los obreros lanzaran el material de desecho, el tubo se descolgaba por el borde del andamiaje y caía hasta el suelo. Era imposible que el material del que estaba hecho aguantara el peso de Tim, y aunque lo aguantase, la caída casi libre de una veintena de metros lo habría escupido casi directamente a los pies de Robert y Mitchell.

La sangre le empapaba los vaqueros en torno a la herida de bala; era sólo cuestión de tiempo que algunas gotas se abrieran paso hasta uno de los agujeros que había cerca de su pierna derecha y delataran su posición.

Aunque no hubiera tenido la pierna herida, el diámetro del tronco era demasiado amplio para descender por su interior al estilo James Bond, extendiendo brazos y piernas para frenar la caída. No podía contar con que la policía acudiera de inmediato a un lugar tan remoto; por mucho que los disparos resultaran audibles a pesar del ruido de la autopista, a semejante distancia probablemente parecerían meros petardos. El único modo de salir del monumento era emprender un arduo descenso.

Empujó un poco más el tablón para tapar algún otro agujero en la plataforma y se arriesgó a mirar por el orificio que más cerca tenía. Mientras que Robert estaba cambiando de posición, Mitchell había acabado de colocar el explosivo en torno a la base del árbol y regresaba a todo correr hacia la bolsa de material de detonación.

Para ganar unos segundos, Tim introdujo el cañón por un agujero que tenía a mano y efectuó cuatro disparos a ciegas. Luego rodó sobre sí para quedar boca arriba y disparó una vez contra la cuerda que sujetaba el Nextel oscilante de Robert al andamio por encima de su cabeza. Alcanzó la cuerda cerca de la madera y la deshilachó, lo que hizo que el teléfono cayera en vertical en vez de seguir oscilando y se precipitara por el borde de la plataforma.

Sincronizó el salto de manera que pudiera coger el móvil y caer plano, los brazos y las piernas extendidos, los orificios de bala en la plataforma esquivados por los pelos, una arista del tablón de madera casi clavada en la espinilla. Dos disparos más atravesaron la madera justo donde estaba momentos antes. Robert había horadado prácticamente toda la plataforma y ya no quedaba mucho andamio intacto sobre el que Tim pudiera permanecer tumbado sin delatar su posición. Desató la basta cuerda a la que estaba atado el teléfono y la utilizó para hacerse un torniquete en la pierna. Otro disparo astilló la madera a su lado y lo obligó a tumbarse en la plataforma de nuevo.

Falto de resuello y con el codo doblado para evitar el haz de luz recién aparecido, bajó la mano y se la metió en el bolsillo con la intención de coger el móvil del Cigüeña. Con una lentitud atroz, se llevó los dos teléfonos al pecho y los dispuso el uno frente al otro. Las balas seguían atravesando el entarimado a intervalos y rebotaban por las reducidas dimensiones del andamiaje.

Pasó el pie por encima del tablón, apoyó la puntera en el extremo y lo empujó con toda su fuerza. Justo cuando caía el tablón por el borde de la plataforma, distrayendo la atención de Robert al menos un instante -o al menos eso esperaba Tim-, miró por el agujero a su derecha.

Tal como había previsto, Mitchell volvía a la carga con la bolsa de explosivos al hombro, que rebotaba musicalmente al ritmo de sus pasos. Se dirigía hacia el C4 que había colocado a los pies del árbol, con un rollo de cable en una mano, una navaja en la otra y un detonador en la boca.

Tim apretó el botón de rellamada en el teléfono del Cigüeña y lanzó el Nextel de Robert por el tubo para el material de desecho. Lo oyó sonar una vez durante la caída. El trino se desplazó por el tubo, camino del montón de restos descartados en la base del monumento.

Se oyó un fuerte chasquido al estallar el detonador, activado gracias a la radiofrecuencia emitida por el móvil. Hubo un momento de perfecta calma en el que no se oía nada salvo el viento que ululaba a través del andamiaje, y luego un aullido desgarrador.

Robert.

Tim rodó dos veces sobre sí mismo y asomó la cabeza por el borde de la plataforma. Justo debajo de él, Robert estaba arrodillado sobre el cadáver de su hermano. Una rociada sanguinolenta sobre los hombros confirmaba que el detonador eléctrico había hecho saltar por los aires la cabeza de Mitchell.

Se colgó de la plataforma cogido al borde para facilitar el balanceo y se dejó caer algo más de tres metros hasta el nivel inferior del andamiaje. Le cedió la pierna derecha, débil y empapada en sangre, y se vino abajo.

Robert lanzó un rugido en la base del árbol y las balas empezaron a martillar la plataforma haciendo saltar astillas de madera. El hueco entre las planchas de metal hacía que la plataforma inferior resultara luminosa hasta lo cegador. Tim se arrastró hasta la sección visible del tronco y, con el plomo silbando a su alrededor, metió el brazo en el hueco y efectuó un disparo, directamente al interior del tronco.

Una explosión hizo retemblar el monumento al reventar la lámpara del foco. El intenso fulgor desapareció de inmediato y todo quedó sumido en la oscuridad.

Tim rodeó el tronco tan aprisa como le fue posible hasta el lado opuesto del árbol. Por los orificios practicados en el metal salía humo en reguerillos perezosos que recordaban a la sangre que mana de las heridas.

El gemelo seguía aullando en la oscuridad y disparando al azar contra las ramas y el cielo.

Tim alcanzó con la puntera una de las ramas de enfrente y se aupó hasta la estructura opuesta del andamiaje. Luego, en un descenso a medio camino entre la caída y el deslizamiento, fue sorteando a toda prisa astillas desprendidas mientras los disparos sofocaban el sonido de su bajada y delataban la situación de Robert al otro extremo del monumento.

Cesaron los disparos, ya fuera porque a Robert se le había acabado la munición o porque estaba rodeando el árbol en dirección a Tim; de un modo u otro, el silencio impregnaba el aire igual que un hedor denso. Se descolgó de la rama metálica más baja y cayó unos dos metros hasta el suelo, absorbiendo el choque con la pierna izquierda.

Sacó a tientas un cargador y lo introdujo en el arma. A pesar del torniquete improvisado, la sangre había ido manando pierna abajo y le había calado la rodilla. De pronto notó un intenso vértigo y se le nubló la vista; había perdido mucha sangre. Intentó echar a correr, pero la pierna derecha se le había quedado entumecida. Cayó de bruces y le entró tierra a la boca. Con ayuda de un caballete de serrar consiguió ponerse en pie.