Pasaron bajo el mural de mosaico y entraron en el Edificio Federal. El guardia de seguridad de la entrada, pasmado de incredulidad, bajó la taza de café.
– Agente Rackley, ¿se encuentra…?
Lo dejaron atrás. Thomas y Freed hablaban de chorradas en el vestíbulo, este último estaba concentrado en limpiarse con el pulgar una manchita en su corbata italiana. Volvieron la cabeza al unísono con los ojos como platos al ver acercarse a Tim, que cogió a Bowrick por el brazo para presentarlo:
– Éste es Terrill Bowrick. He averiguado dónde se ocultaba. Echadle una mano.
Los dejó en un silencio aturdido.
La sangre había ido cayéndole pantalón abajo hasta el zapato, que emitía un leve chasquido a cada paso. Fue dejando huellas en las baldosas de la primera planta, todas del pie derecho, una especie de pulcro pespunte.
Una secretaria pegó la espalda a la pared y se llevó un rimero de documentos al pecho.
Tim sacó el 45 de la funda y dejó caer el cargador, que rebotó en el suelo. Corrió la guía del arma y permitió que la bala cayera y fuera rodando por el suelo hasta quedar detenida. Con el arma descargada colgando lánguida del cañón, la apartó de sí, boca arriba, de forma que apuntara inocuamente a su propia mano. Había dejado la cazadora en el ascensor para que quedara a la vista la funda de pistola vacía.
Cuando abrió la puerta de doble hoja que daba a las oficinas, los agentes levantaron la cabeza. A juzgar por el olor a café y sudor, estaban realizando un turno doble. Maybeck se quedó pálido; Denley se detuvo a punto de levantarse apoyado en la mesa; Miller lo miró por encima del tabique de su cubículo.
Entró en el despacho de Oso, una celdilla blanca que parecía una habitación de estudiante sin decorar más que cualquier otra cosa. Oso estaba hojeando una pila de fotos del escenario del crimen acaecido en casa de Rhythm; la de arriba era un primer plano de una herida en la cabeza. Cuando levantó la mirada, sus lustrosas mejillas tardaron un momento en quedarse quietas por completo.
Tim posó el 45 en la mesa de Oso y se sentó.
Éste asintió, como si respondiera a una pregunta, luego sacó una grabadora enorme de un cajón, la plantó en la mesa y la puso en marcha. Apretó un botón del teléfono y habló en dirección al auricular:
– Sí, Janice, ¿puedes hacerle venir? Haz el favor de decirle que tengo al ex agente Rackley a disposición judicial.
Él y Tim se quedaron mirándose.
Al cabo, Oso dijo:
– Fui a buscar el perro. Se me meó en la alfombra.
– Tal como tienes el piso, no me extraña.
Oso asintió en dirección a la pierna de Tim.
– ¿Tiene que echarte un vistazo un médico?
– Sí, pero no ahora mismo.
Se quedaron mirándose un poco más. Oso se frotó los ojos y la piel siguió el movimiento de sus dedos. La espera les resultó atroz.
Unos minutos después apareció el jefe Tannino y ahuyentó a unos cuantos agentes que fingían no mirar hacia la puerta abierta. Entró, la cerró a su espalda y echó la llave.
Oso le indicó con un gesto la pierna de Tim.
– Es posible que necesite atención médica.
– Al carajo la atención médica.
– Estoy bien, jefe.
Tannino se apoyó en un archivador y se cruzó de brazos, lo que hizo que la elegante tela de su traje se le arrugara en los hombros. Echó un vistazo al rostro gravemente magullado de Tim, la camisa empapada, la pernera del pantalón acartonada por efecto de la sangre.
– ¿Qué sorpresa nos tienes preparada ahora? Seguro que tiene que ver con la llamada que acabo de recibir del jefe de policía Bratton para informarme sobre la aparición de dos cadáveres en Monument Hill.
Tim empezó a hablar, pero Tannino alzó la mano en un gesto airado que hizo brillar su anillo de oro.
– Alto ahí. Espera un momento. Me han contado con pelos y señales tu encuentro en un restaurante con Oso el veintiocho de febrero, y aún me niego a creer… -Hizo una pausa para recuperar la compostura-. Así que más vale que empieces por el principio, porque voy a tener que oír con estas orejas cómo mi mejor agente se las arregló para meterse a sí mismo y al Servicio Judicial Federal en un lío tan acojonante que, en comparación, el escándalo Rampart parece una disputa de tres al cuarto.
Tim hizo lo que el jefe le pedía y repitió lo que dijo a Oso en Yamashiro. Le contó cómo la Comisión había planeado las primeras ejecuciones y los hermanos Masterson se habían levantado en pie de guerra. Le contó cómo había descubierto su implicación en la muerte de Ginny, cómo había dado con ellos y cómo habían muerto, para acabar con el relato de la liberación de Kindell y su trayecto hasta allí para entregarse.
Un silencio notablemente incómodo puntuó el final de la narración. Oso se puso a ordenar las fotos sobre su mesa. Tannino se pasó una mano por la tupida mata de pelo y se miró los exquisitos mocasines.
Al cabo, Tim dijo:
– Jefe, se me está durmiendo la pierna.
Tannino hizo caso omiso de Tim y miró a Oso:
– Llama al servicio de urgencias. Que lo lleven al hospital del condado y se quede vigilado allí. -Salió y cerró la puerta suavemente a su espalda.
Con la cara pálida y hastiada, Oso cogió el auricular y llamó a una ambulancia.
Capítulo 46
Una estancia de tres días en el ala penitenciaria del hospital USC del condado bastó a Tim para volver a tener la pierna en condiciones aceptables. La bala no había alcanzado ningún vaso sanguíneo importante, cosa que él ya había deducido al ver que no se desangraba hasta morir en Monument Hill. Tenías fisuradas la séptima y la octava costillas, pero no había fractura.
Puesto que las muertes de Robert y Mitchell habían acaecido en Monument Hill, lo habían acusado de un crimen cometido en jurisdicción federal para que el caso, incluidos los asesinatos, quedara en su patio trasero en vez de pasar a los tribunales estatales. Además, el enfrentamiento con Oso en Yamashiro quedó archivado como agresión a un funcionario federal, otra triquiñuela federal. El abogado de oficio lo declaró inocente en la vista incoatoria, y Tim siguió el proceso con aire sombrío desde una silla de ruedas.
En las noticias, el nombre de Dumone sólo se citó de forma tangencial. Estaba claro que «los Cuatro Vigilantes» no tenía el mismo gancho. La naturaleza de la implicación de Tim en el asunto se mantuvo en secreto, aunque eso no hizo sino escarbar la avidez de los periodistas.
El nuevo domicilio provisional de Tim, el Centro de Detención Metropolitano, era un anexo al edificio Roybal, que formaba parte del grupo de edificios donde solía ir a trabajar. El área de detención, un rascacielos con ventanas al sesgo cual ojos entornados, era frío y tenía una iluminación cruda, el círculo más bajo del infierno de Tim. Puesto que era un antiguo agente de la ley, lo encerraron por separado en la Ocho Norte, para que no tuviera que buscarse la vida entre la población re- clusa en general. Su galería en la Unidad de Alojamiento Especial, consagrada por gente de la calaña de Buford Furrow, que atentó contra el Centro Judío de la Comunidad de North Valley, y Topo, un padrino de la mafia mexicana, era limpia y austera. Un solo catre y un retrete de acero inoxidable sin tapa. Nada de agua caliente. El techo era bajo, tanto, que no tardó en empezar a caminar encorvado.
Llevaba un mono azul, una cazadora verde y sandalias de plástico barato que crujían al andar. A las once de la mañana disponía de una hora para hacer ejercicio, tiempo durante el que podía levantar pesas en una especie de redil minúsculo o jugar al baloncesto. Como hacer series de canastas por sí solo no era precisamente un aliciente, por lo general se dedicaba a las pesas y hacía ejercicios de rehabilitación con la pierna herida.