Dos agentes se atarearon con Joaquin y otros cuatro se dispusieron junto a las paredes con sus MP-5 en ristre. Uno de ellos se ocupó del camello en vez de Oso, que acudió de inmediato junto a Tim y le puso una mano en el hombro para seguirlo a pasitos cortos por el oscuro pasillo. A su espalda, Joaquin forcejeaba y maldecía mientras los otros terminaban de asegurar la habitación principal.
– ¡Agentes judiciales! -gritó Tim pasillo adelante-. ¡Estáis rodeados! ¡Salid al pasillo! ¡Salid al pasillo!
Dos hombres más aguardaban detrás de Tim y Oso, prestos a entrar en las habitaciones del fondo. El pasillo seguía lóbrego y silencioso, un trecho de más de diez metros hasta las puertas opuestas del dormitorio y el cuarto de baño. No había armarios empotrados ni esquinas tras las que ocultarse, razones que solían empujar a los veteranos a retroceder en los pasillos, a los que se referían como embudos fatales.
Tim avanzó ligero por el pasillo mientras a su espalda se arracimaban los demás agentes gritando órdenes. El lugar olía a moqueta podrida y polvo. Cuando Tim se aproximaba a las dos puertas abiertas, Heidel y Lydia Ramirez asomaron apenas de ambos umbrales con sendas pistolas, apuntando a la cabeza de Tim. Fue un movimiento impecablemente coordinado; no había manera de que Tim disparase contra uno sin que el otro le sacara la delantera. Lo estrecho del pasillo impedía a Oso conseguir un ángulo de tiro óptimo.
Heidel tenía la cara aplastada contra la jamba interior de la puerta del dormitorio, de modo que su voz sonó arrastrada.
– ¡Eso es, cabronazo! ¡Sigue adelante! -El arma pasó a apuntar a Oso, todavía detrás de Tim-. ¡Tú, aparta del puto pasillo!
Heidel empuñaba un arma que tenía todo el aspecto de ser una Sig Sauer. También llevaba un revólver, un Ruger, al parecer, en una funda colgada bajo la axila izquierda.
– ¡Ven aquí, ven aquí! -Heidel se aferró con ansia a la camisa de Tim.
Oso introdujo un proyectil en la recámara; en sus inmensos puños, el fusil parecía un taco de billar.
– ¡Suelta a ese agente judicial! ¡He dicho que sueltes a ese agente judicial!
Sin levantar el MP-5, Tim accionó el mecanismo de apertura y dejó que el cargador cayera al suelo justo antes de que Heidel tirara de él para hacerle entrar en la habitación. Lo estampó contra la pared y le puso la Sig en la mejilla con tanta fuerza que le aplastó la piel contra el pómulo. Heidel llevaba una gorra del sello discogràfico Philly Blunt calada hasta las cejas. Los cuatro pelos de color rubio claro de su perilla apenas destacaban de la piel lechosa. Otro tipo, un hispano grandullón con el tatuaje de una serpiente en torno al bíceps, le cogió el MP-5 con una mano y le birló el Smith & Wesson de la funda con la otra. Al comprobar que el MP-5 estaba sin munición, se deshizo del arma con cara de decepción sin darse cuenta de que aún quedaba un proyectil en la recámara.
Se oyeron más gritos en el pasillo. Heidel sacó el brazo y disparó a ciegas hacia el pasillo hasta que la guía de la Sig quedó abierta. Tiró el arma vacía, sacó el Ruger y pidió con un gesto el Smith & Wesson de Tim, que se guardó en la funda vacía debajo del hombro. A continuación le plantó el Ruger en la cara a Tim.
– ¡Si alguien hace un puto movimiento, me cargo al vuestro! -gritó Heidel-. Venga, guapa. Vamos.
Su novia cruzó el pasillo para entrar en el dormitorio, y Heidel cerró la puerta y pasó el pestillo. Tim viró la cabeza lentamente, a pesar del dolor que le producía el cañón, para hacerse una idea del entorno; reparó en la salida de incendios que comunicaba con la habitación de al lado. No les había llegado información correcta al respecto.
Heidel gritó en dirección a la puerta cerrada:
– Si a alguien se le ocurre entrar, me cargo al federal. ¡Lo digo en serio! -Se volvió con ademán de pánico y empujó al tiarrón hacia la salida de incendios-. Venga, Carlos.
Éste abrió la puerta y salió. Otro dormitorio, otro largo pasillo. Heidel propinó un empujón a Tim para que siguiera los pasos de Carlos. El tipo grande llevaba un revólver de relucientes cachas nacaradas metido en la parte de atrás de los vaqueros. Tim aminoró la marcha y se rezagó. Heidel y su novia disparaban como idiotas contra las paredes a su espalda.
– Venga, cabrón -gritó Lydia en español. Dio un empujón a Tim y éste fingió tropezar.
Carlos siguió corriendo y desapareció tras una esquina.
– ¡Levanta! ¡Levanta de una puta vez! -Lydia estaba encima de Tim y aplastaba contra él sus pechos fofos, sin sujetador, bajo una camiseta de hombre dada de sí. Heidel estaba a su espalda para cubrirla en la huida.
Tim se puso a cuatro patas y luego se incorporó. La funda le colgaba vacía del cinturón.
– ¡Haz que se levante y mueva el culo, joder! -le gritó Heidel.
Tim cruzó los brazos, la mano izquierda a la altura del bíceps. Cuando Heidel le apuntó con el Ruger en la frente, tal como imaginaba que haría, levantó la mano en un gesto raudo y cogió el tambor con fuerza para que no pudiera rodar. Al mismo tiempo, dio una patada en el vientre con todas sus fuerzas a Lydia, quien lanzó un sonoro gruñido y se desplomó, aunque no llegó a soltar la pistola.
Mientras Heidel apretaba el gatillo, sin darse cuenta de que el cilindro no giraba, y hundía el cañón en medio de la frente de Tim, éste sacó con la mano derecha su propio Smith & Wesson, lánguidamente suspendido de la funda de Heidel, y luego, con toda tranquilidad, le disparó en el pecho. La sangre le salpicó la cara, y Heidel se desplomó con los brazos extendidos como un crío que quisiera dibujar la figura de un ángel en la nieve con su cuerpo. Tim no soltó el Ruger, que permanecía apuntado contra su propia cabeza. Giró con rapidez. Vio que Lydia había recuperado el equilibrio, de modo que le disparó una vez en el pecho y otra en la cara, antes de que el brazo con el que sujetaba la pistola alcanzara la horizontal.
La mujer se vino abajo con un gorgoteo, toda carne estremecida y algodón deshilachado.
Tim volvió el Ruger y se lo enfundó sin bajar el Smith & Wesson. Enfiló el pasillo con el hombro pegado a la pared y entró en la habitación principal, justo en el momento en que Carlos atravesaba la puerta corredera para llegar a la piscina del hotel. A excepción de Freed y Thomas, todos los tiradores de cobertura con sus rifles estaban en la parte delantera, y el perímetro secundario de la Policía de Los Ángeles se encontraba a una manzana de allí. Tim atravesó a la carrera la puerta corredera tras los pasos de Carlos, pero éste ya había desaparecido. Thomas salía al encuentro de Tim con el fusil a un lado mientras Freed lo cubría desde la piscina. Al recorrer de forma inesperada cuatro habitaciones y dos pasillos, Carlos los había cogido desprevenidos.
Sin aminorar el paso, Thomas señaló una puerta aún batiente a la izquierda de Tim.
– ¡Venga!
Este lo siguió por una estrecha callejuela. Por la ventana de la cocina de un restaurante salían nubecillas de humo que se aferraban a las paredes. Carlos ya se hallaba en la mitad del callejón y seguía corriendo como loco en dirección al denso tráfico que cruzaba una calle pocos metros más allá. Tim adelantó a Thomas a toda prisa. Carlos acababa de llegar a la transitada calle. Vio el vehículo de la policía de Los Ángeles junto a la acera opuesta y la pequeña muchedumbre de vagabundos y viandantes atraídos hacia el perímetro policial, que ahora señalaban y gritaban. Unos quince metros detrás de él, Tim salió de la callejuela justo en el momento en que Carlos se quedaba pasmado. Los dos jóvenes policías que montaban guardia se sorprendieron más aún que Carlos.
El fugitivo echó mano al revólver que llevaba a la espalda, pero Tim se detuvo, levantó el Smith & Wesson y apuntó al centro de la diana. Alcanzó a Carlos dos veces entre los omoplatos y luego le metió otro tiro en la nuca por si llevaba chaleco antibalas.