Tim debía declarar ante el comité encargado de evaluar el tiroteo el día antes de que se celebrara la vista preliminar de Kindell. Se despertó temprano y se dio una ducha. Al entrar en el dormitorio, Dray estaba sentada en la cama con las manos en el regazo. Cruzaron saludos meramente amables.
El se acercó a su armario y echó un vistazo. Sus tres trajes tenían la abertura central confeccionada de tal modo que la pistola nunca quedara a la vista en la cadera. Todos sus zapatos eran de cordones; la experiencia de correr al lado de un coche una tarde de lluvia la primera vez que estaba en misión de escolta le había enseñado a no utilizar mocasines.
Se vistió aprisa y luego tomó asiento en la cama al otro lado de Dray para calzarse los zapatos.
– ¿Nervioso? -preguntó ella.
Tim se anudó los zapatos y cruzó la mano en busca del seguro de la pistola antes de recordar que ya no llevaba el arma reglamentaria.
– Sí. Aunque más por la vista preliminar de mañana.
– Estará sentado en la misma sala que nosotros. -Dray meneó la cabeza con la boca fruncida de ira-. Es lo único que tenemos. Kindell. Ni cómplice ni ninguna otra pista. -Se levantó, como si permanecer sentada la dejara en una posición demasiado vulnerable-. ¿Y si le permiten llegar a un acuerdo? ¿ O si el jurado no queda convencido de que fue él quien lo hizo?
– Eso no va a ocurrir. La fiscal no le dejaría llegar a un acuerdo, y hay pruebas suficientes para condenarlo seis veces. Todo irá bien y tendremos asientos de primera fila cuando le pongan la inyección letal. Luego podremos seguir adelante con todo.
– ¿Todo, como qué?
– Como encontrar el lugar adecuado para Ginny. Como dilucidar cuáles son los aspectos de todo este asunto de los que nos tenemos que desprender. Como aprender a vivir en esta casa los dos juntos otra vez. -Su voz era tenue y denotaba añoranza. Vio que sus palabras calaban en Dray y atravesaban parte del callo que la fricción de los últimos días había provocado entre ellos.
– Hace un par de semanas éramos una familia -dijo Dray-. Me refiero a que estábamos tan unidos que dábamos envidia a todos los demás, con sus matrimonios rotos. Y ahora, cuando más te necesito, ni siquiera te reconozco. -Volvió a sentarse en la cama-. Ni siquiera me reconozco a mí misma.
Tim jugueteó con el cierre de la funda vacía.
– Yo tampoco nos reconozco.
Aguardaron, cambiando de postura con ademanes incómodos al tiempo que escudriñaban todo excepto el uno al otro. Tim buscó lo que quería decir, pero no llegó a encontrar salvo confusión y una necesidad de que lo reafirmaran intensa y familiar, lo que no hizo sino turbarlo más.
Al cabo, Dray dijo:
– Buena suerte con el comité.
Capítulo 8
Los periodistas pululaban por la entrada del Palacio de Justicia como palomas, echando cables y estableciendo sus enlaces para emitir en directo. Tim pasó al volante del coche junto al gentío sin que repararan en él y atravesó la entrada vigilada para dejar el vehículo en el aparcamiento. El despacho del jefe Tannino y los de sus inspectores estaban en un pasillo tranquilo y enmoquetado detrás del Palacio de Justicia que más parecía una biblioteca de la costa Este que un antro oficial de la costa Oeste. Las oficinas de administración estaban pasillo adelante, detrás de una inmensa caja fuerte de finales del siglo XIX, una antigualla de la unidad de vigilancia de caravanas del jefe.
Oso estaba sentado en un sillón en el pequeño vestíbulo, flirteaba con la ayudante del jefe y, a juzgar por la expresión de hastío de ésta, lo estaba haciendo fatal. Se puso en pie en cuanto entró Tim y lo acompañó hacia el pasillo.
– Tengo que declarar en tres minutos, Oso.
– He intentado ponerme en contacto contigo.
– Hemos tenido que desconectar los teléfonos. Llamaban continuamente…
– Hace un par de noches fui a vuestra casa. Dray me dijo que habías salido a hacer prácticas de tiro. -Oso escudriñó el rostro de Tim-. ¿No te dijo que pasé por allí?
– Últimamente no hablamos mucho.
– Dios bendito, Rack, ¿por qué coño no habláis?
Tim notó una llamarada de furia que se apresuró a sofocar.
– Oye, ahora mismo tengo que centrarme en la declaración sobre el tiroteo.
– Por eso estoy aquí. -Oso tomó aliento y contuvo la respiración un momento-. Te quieren tender una emboscada.
– ¿A qué te refieres?
– ¿Has visto las noticias?
– No, Oso. He tenido cosas más importantes que hacer. Como enterrar a mi hija. -Las palabras de Tim hicieron retroceder un poco a Oso. Tim respiró hondo y se apretó los párpados con el pulgar y el índice-. No quería decirlo de ese modo.
– La cobertura de los medios ha sido bastante rastrera. Hay una foto en la que aparecen entrechocando las manos…
– Ya la vi.
Oso bajó el tono de voz al ver que pasaban dos uniformes del Ministerio de Justicia.
– Lo están presentando igual que aquella imagen del agente del Servicio de Inmigración con el MP-5 delante de las narices de Elián González. Además, un tipo de Tejas, una especie de reverendo Al Sharp- ton en mexicano, ha estado calentando los ánimos.
– Eso es absurdo. Heidel era blanco y la mitad de nuestra unidad era hispana.
– Pero en la foto salen Denley y Maybeck, y los dos son blancos. Y lo único que importa es la puta foto, no la realidad que hay detrás.
Tim levantó las manos en un gesto que tanto denotaba paciencia como capitulación.
– No puedo controlar la cobertura que haga la prensa -dijo.
– Bueno, lo que ahora te espera no es sólo repetir la declaración. Algunos miembros del comité de revisión han venido de la oficina central. Vas a vértelas con un tribunal en pleno.
– No me quejo, Oso. Fue un tiroteo con graves consecuencias. Hay un proceso en marcha. Es comprensible.
– Escucha, Rack, si esto se sale de madre, ya sea por la vía civil o por la criminal, voy a representarte. Me da igual que tenga que presentar la dimisión. Voy a cubrirte las espaldas.
– Ya sabía yo que eso de estudiar derecho acabaría por volverte paranoico.
– Esto es cosa seria, Rack. Ya sé que no soy más que un pardillo que ha ido a clase en su tiempo libre, pero puedo representarte gratis y conseguir que un abogado de los de verdad se ocupe de la parte chunga.
– Te lo agradezco, Oso. Gracias, pero no hay de qué preocuparse.
La ayudante del jefe asomó la cabeza al pasillo.
– Le están esperando, agente Rackley. -Se retiró sin mirar a Oso.
– Vaya, «agente Rackley» -repitió Tim, molesto con tanta formalidad.
– Acabo de advertírtelo -dijo Oso.
– Gracias. -Tim dio unas palmadas a su amigo en las costillas-. ¿Cómo van las magulladuras?
Oso intentó disimular la mueca de dolor.
– Ya no me hacen daño.
Tim se fue camino de la sala. Pocos pasos después se dio media vuelta y vio que Oso seguía mirándolo.
La imponente grabadora emitía un zumbido hipnótico desde la mitad de la mesa alargada. El asiento de Tim, de tamaño mediano y tapizado barato, no estaba a la altura de los sillones de cuero negro con amplio respaldo que ocupaban los entrevistadores frente a él. Tim hizo el gesto conspicuo de intentar elevar su asiento con la palanquita que tenía debajo.
Cubrieron con esmerado detalle cada centímetro de la declaración de Tim sobre cómo abatió a Gary Heidel y Lydia Ramirez. El tipo de Asuntos Internos no era tan malo, pero la mujer de los Servicios de Investigación y el artillero del Departamento Legal eran perros de presa con traje de batalla. Tim notó que se le humedecía la frente, pero tuvo buen cuidado de no enjugársela.
La mujer descruzó las piernas y echó el torso hacia delante al tiempo que buscaba con el dedo algo en su expediente.