– Asegura usted que salió de la callejuela y vio que Carlos Mendez se llevaba la mano hacia el arma, ¿no es así? -Sí.
– ¿Hizo alguna advertencia al señor Mendez?
– Las reglas no nos permiten efectuar disparos al aire.
– Ni tampoco disparar contra sospechosos que huyen, agente Rackley.
El inspector de Asuntos Internos lanzó una mirada de irritación a la mujer. Era un hombre entrado en años que probablemente estaba ahora en ese departamento para acumular algún trienio de servicio más antes de la jubilación. Tim recordó que se había presentado como Dennis Reed.
– No era un mero sospechoso que huía, Deborah. Iba armado y tenía intención de disparar.
Ella hizo un gesto tranquilizador con las manos.
– ¿ Hizo una advertencia de viva voz al señor Mendez? -preguntó.
– Llevábamos unos siete minutos haciendo advertencias de viva voz sin que dieran el menor resultado. Ya habían muerto dos personas debido a que los fugitivos se negaban a hacer caso de nuestras advertencias.
– ¿Hizo una advertencia de viva voz inmediatamente antes de disparar contra el señor Mendez?
– No.
– ¿Por qué no?
– No tuve tiempo.
– ¿No tuvo tiempo de dar una última orden de ninguna clase?
– Me parece que eso es lo que acabo de decir.
– Pero tuvo tiempo suficiente para sacar el arma y efectuar tres disparos, ¿no?
– Los dos últimos no tuvieron mayor trascendencia.
A juzgar por la media sonrisa de Reed, le había gustado la respuesta de Tim.
– Permítame que se lo pregunte de otro modo. Usted tuvo tiempo de sacar el arma y efectuar el primer disparo, pero no tuvo oportunidad de hacer ninguna advertencia de viva voz, ¿no es así? -Sí.
Fingió una inmensa perplejidad.
– ¿Cómo es posible, agente Rackley? -preguntó.
– Desenfundo muy rápido, señora.
– Ya veo. ¿Y le preocupaba que el señor Mendez disparara contra usted?
– Lo que más me preocupaba era la seguridad de otras personas. Estábamos en una calle llena de civiles.
– De modo que, según dice, no le preocupaba que fuera a disparar contra usted.
– Me pareció que lo más probable era que disparase contra uno de los agentes que tenía delante.
– Le «pareció» -repitió el abogado-. «Lo más probable.»-Así es -dijo Tim-. Sólo que he utilizado esas palabras en una frase completa.
– No hay necesidad de ponerse a la defensiva, agente Rackley. Todos estamos en el mismo bando.
– Claro -respondió Tim.
La mujer hojeó el expediente y frunció el ceño como si acabara de descubrir algo.
– En el informe sobre el escenario del crimen se indica que el arma del señor Mendez seguía metida en los pantalones de éste cuando examinaron el cadáver.
– Entonces, deberíamos estar agradecidos de que ni siquiera tuviera oportunidad de sacarla -dijo Tim.
– ¿No estaba intentando sacar el arma?
Tim miró las ruedecillas de la grabadora, que giraban en círculos letárgicos.
– He dicho que no tuvo oportunidad de sacarla. En realidad, estaba intentando sacarla.
– Los testigos no se ponen de acuerdo a ese respecto.
– Yo soy el único que estaba a su espalda.
– Ajá. A la salida del callejón.
– Eso es. -Tim lanzó un soplido entre dientes-. Tal como he dicho, era una evidente…
– Amenaza para la seguridad de otros -concluyó ella. Al recitar de carrerilla la ordenanza que atañía a un peligro mortal introdujo un matiz de desdén, casi de parodia.
El abogado, que a todas luces había visto el modo de introducir una nueva argumentación, se irguió en su silla.
– Hablemos de «la seguridad de otros». ¿Tenía usted ángulo de tiro?
Reed hizo un gesto de sorna.
– A juzgar por cómo quedó el cadáver, yo diría que tenía un buen ángulo de tiro, Pat.
Pat hizo caso omiso del comentario y siguió con Tim.
– ¿Sabe usted que había civiles detrás del fugitivo cuando disparó? ¿Sabe que, de hecho, había toda una muchedumbre?
– Sí. Eran mi mayor preocupación. Por eso opté por tirar a matar.
– En caso de haber fallado, su disparo habría alcanzado casi con toda seguridad a uno de esos civiles.
– Eso es muy discutible.
– Pero ¿y si hubiera fallado?
– Según la información de que disponíamos, estaba claro que los fugitivos no tenían nada que perder, como dejaron patente al resistirse de tal forma a la detención. El comportamiento de Mendez, desde el momento en que colaboró a tomarme como rehén, no hizo más que corroborar esa información. Al igual que Heidel y Ramirez, Mendez estaba dispuesto a matar a quien fuera necesario con tal de no ser detenido. Era una cuestión de probabilidades: el peligro era mucho menor si lo neutralizaba que si le dejaba que sacase el arma.
– Aún no ha respondido a mi pregunta, agente Rackley. -Pat se puso el bolígrafo detrás de la oreja y se cruzó de brazos-. ¿Y si llega a fallar?
– Tengo una media de veinte dianas de cada veinte disparos con pistola como ranger, y, en tanto que agente judicial federal, he obtenido en seis ocasiones la calificación de trescientas dianas. No tenía ninguna intención de fallar.
– Bravo por usted. Pero, sobre el terreno, un agente debe considerar hasta la posibilidad más ínfima.
Reed se inclinó y apoyó los codos en la mesa con un buen golpe.
– El que se haya prestado a someterse a un interrogatorio no te da derecho a ensañarte así. Cada vez que alguien decide disparar contra un fugitivo, entra en juego un elemento subjetivo. Si alguna vez hubieras tenido un arma en la mano, lo sabrías.
– Gracias, Dennis. Lo tendré en cuenta.
Reed señaló a Pat con el dedo.
– Ándate con cuidado. No voy a permitirte que acoses a un buen agente, desde luego no en mi presencia.
– Prosigamos -dijo la mujer-. Tengo entendido que ha sufrido una experiencia traumática de carácter personal.
Tim aguardó unos segundos antes de responder. -Sí.
– Su hija fue asesinada, ¿no?
– Sí. -A pesar de sus esfuerzos, su tono de voz dejó translucir la furia que sentía.
– ¿Cree que eso puede haber influido en su comportamiento durante el tiroteo?
Notó que se le calentaba el rostro.
– «Eso» ha influido en todos y cada uno de los instantes de mi vida desde que ocurrió, pero no ha alterado mi juicio profesional.
– ¿No cree que su actitud pudo ser… agresiva o… vengativa?
– Si no hubiera temido por mi propia vida ni por la de otras personas, habría hecho todo lo posible por detener a esos fugitivos con vida. Todo lo posible.
Pat se retrepó en el sillón.
– ¿De veras?
Tim se incorporó y puso ambas manos en la mesa con las palmas hacia abajo.
– Soy agente judicial federal. ¿Tengo aspecto de mercenario?
– Escuche…
– No hablo con usted, señora. -Tim no apartó la mirada de Pat, que permaneció recostado en el sillón con las yemas de los dedos juntas. Cuando quedó claro que no iba a responder, Tim extendió el brazo y apagó la grabadora-. Ya he respondido a suficientes preguntas. Si desean alguna otra cosa, pónganse en contacto con mi representante de la Asociación de Agentes de Organismos Federales.
Reed se puso en pie al ver salir a Tim, pero Pat y la mujer permanecieron sentados. Mientras se alejaba, oyó cómo Reed se ensañaba con ellos. La ayudante del jefe se levantó al pasar Tim por delante de su mesa camino del despacho de Tannino.
– Tim, ahora mismo está reunido. No puedes…
Tim llamó a la puerta del jefe y la abrió. Tannino estaba sentado a una enorme mesa de madera. En el sofá frente a él estaba repantigado un tipo gordo con traje oscuro que fumaba un cigarrillo de color pardo.
– Jefe Tannino, lamento la interrupción, pero es muy urgente.
– Claro. -Tannino cruzó unas palabras en italiano con el individuo mientras le acompañaba a la salida. Cerró la puerta y luego hizo aletear la mano para dispersar el humo del cigarrillo al tiempo que meneaba la cabeza-. Diplomáticos. -Señaló el sofá con un ademán-. Siéntate, por favor.