Aunque no quería, Tim tomó asiento. La camisa le tiraba en los hombros.
– No voy a mentirte, Rackley. Los medios de comunicación no nos dejan en buen lugar. Ahora bien, tengo entendido que tú no eras de los memos que andaban entrechocando las manos, pero fuiste quien disparó, y ya sabemos que quien dispara es el centro de atención. Lo merezcamos o no, nos hemos llevado una reprimenda. La buena noticia es que el comité de revisión del tiroteo se reúne la semana que viene en la oficina central, y vas a quedar absuelto.
– Pues no parecía que fueran a absolverme. Más bien me ha dado la impresión de que iban a utilizarme como cabeza de turco en una situación que no lo exige.
– Te absolverán. Todas las declaraciones por escrito han sido entregadas y concuerdan. Han enviado a varios miembros del comité para contrastar tu declaración internamente de manera que no haga falta tomar ninguna medida por otras vías. No nos hace ninguna falta que se inmiscuya el FBI o algún fiscal con ganas de labrarse una reputación.
– ¿Y la mala noticia?
Tannino hinchó los mofletes para lanzar un soplido.
– Vamos a encargarte otras tareas durante una temporada, te mantendremos alejado de la calle hasta que la prensa se tranquilice. De aquí a un par de meses, recuperarás tu puesto y tendrás otra vez el arma reglamentaria.
– ¿Un par de meses? -exclamó, como si no estuviera seguro de haber oído bien.
– No tiene mayor importancia. Te dedicarás al trabajo analítico en vez de patear la calle -dijo el jefe.
– Y mientras dedico toda mi preparación a elaborar horarios en la mesa de operaciones, ¿qué va a contar sobre mí la inigualable maquinaria de relaciones públicas que tenemos?
Tannino se acercó a un revólver Walker 44 de seis disparos que tenía expuesto en un marco de metacrilato y lo observó. Del bolsillo trasero de sus pantalones sobresalía el mango de un peine negro de plástico.
– Que tienes la gran responsabilidad de superar con éxito una terapia encaminada a controlar la ira.
– Ni pensarlo.
– Ya está. No hay más que hablar. De ese modo, la oficina central respaldará tu decisión de disparar a matar y todos volveremos a ser una gran familia feliz.
– ¿Qué tiene todo esto que ver con que Maybeck y Denley celebraran el tiroteo entrechocando las manos?
– Nada en absoluto. Pero aquí todo es cuestión de apariencias. Es una mierda, como comprobarás si alguna vez tienes la desgracia de llegar a donde estoy yo. Y, debido a esa maldita fotografía, las jodidas apariencias indican que somos una pandilla de pistoleros sedientos de sangre. Si transmitimos la idea de que quien apretó el gatillo está aprendiendo a encauzar con mayor sensibilidad su ira, cambiamos esa percepción, y los gacetilleros que dirigen el cotarro podrán volver a dedicarse a su trabajo habitual, que consiste en tocarse las pelotas. Mientras tanto, yo tengo el placer de ocuparme del asunto en todos los frentes y me veo obligado a pedir a uno de mis mejores agentes que se coma el marrón, injustamente, claro.
Tim se puso en pie.
– Fue un tiroteo limpio.
– Los tiroteos limpios son relativos. Ya sé que lo que nos piden es muy difícil, Rackley, pero tienes toda la carrera por delante.
– Quizá no en el Servicio Judicial Federal. -Tim se desabrochó la placa que llevaba al cinto en un estuche de cuero y la dejó encima de la mesa de Tannino.
En un ademán de ira insólito en él, Tannino la recogió y se la lanzó a Tim, que la atrapó a la altura del pecho.
– No voy a aceptar tu dimisión, maldita sea. Y eso sin contar con todo lo que te ha ocurrido. Cógete unos cuantos días más, una baja administrativa, unas cuantas semanas, si te viene en gana, joder. No tomes una decisión ahora, en estas circunstancias. -Tim le vio el rostro hastiado, envejecido, y cayó en la cuenta de lo mucho que debía de haberle dolido a Tannino tragar con la política de la casa que siempre había despreciado y considerado cobarde.
– No pienso hacerlo.
Tannino habló en voz queda.
– Me temo que no te queda otro remedio. Estoy contigo en todo lo demás. En todo.
– Fue un tiroteo limpio.
Esta vez Tannino le miró a los ojos.
– Lo sé.
Tim posó respetuosamente la placa en la mesa de Tannino y salió del despacho.
Capítulo 9
Cuando iba de regreso a casa, un Cabury blanco salió de la aglomeración del tráfico matinal y se colocó a escasos centímetros de él. Una ráfaga de movimiento le hizo fijarse en el asiento trasero del coche. Una niña de vestid amarillo reñía el rostro aplastado contra el cristal en un intento de asustar a los inductores cercanos.
Tim la observó y la cría aplastó la nariz contra el vidrio como una lechoncilla, se puso bizca y sacó la lengua. Luego fingió hurgarse la nariz y su madre dirigió a Tim una mirada de disculpa.
El coche permanecía más o menos a su altura, avanzando y frenando a la par. Intentó centrarse en la carretera, pero el movimiento de la niña y su vestido de color llamativo le obligaron a mirarla otra vez. Al ver que había llamado la atención de Tim de nuevo, la niña se recogió el cabello rubio en dos coletas a lo Pippi Calzaslargas y rió con la boca abierta de par en par, sin el menor recato, como sólo son capaces de reír los niños. Cuando miró a Tim a la espera de su reacción, le cambió el gesto de repente. La sonrisa mermó y acabó por desaparecer, sustituida por una expresión incómoda. Se dejó caer en el asiento y desapareció de la vista de Tim salvo por la coronilla.
Para cuando llegó a casa, Tim tenía manchas de sudor en la camisa. Entró y lanzó la chaqueta encima de una de las sillas de la cocina. Dray veía las noticias en el televisor sentada en el sofá. Se volvió, lo miró y dijo:
– Oh, no.
Tim se acercó y tomó asiento a su lado. Como era de esperar, Melissa Yueh, la vivaracha presentadora del noticiario de KCOM, había abordado el asunto del tiroteo. Un gráfico de una pistola apareció en la esquina superior derecha de la pantalla, delante de una silueta sombreada de dos manos en el momento de entrar en contacto, el logotipo personal de Tim. Debajo se leía en letras mayúsculas: MATANZA EN EL HOTEL MARTÍ A DOMEZ.
– ¿Tan mal ha ido? -preguntó Dray.
– Quieren filtrar el bulo de que sigo una terapia para controlar la ira y luego ponerme detrás de una mesa hasta que escampe la tormenta. Así pueden cubrirse las espaldas sin reconocerse responsables ni admitir culpabilidad alguna.
Dray tendió el brazo y le puso una mano en la mejilla, un gesto que a Tim le resultó cálido y le supuso un inmenso consuelo.
– Que les den -exclamó ella.
– He dimitido -anunció Tim.
– Claro. Me alegro.
Apareció en pantalla un atractivo periodista afroamericano que pedía a los viandantes sus impresiones sobre el tiroteo. Un individuo obeso con perilla escasa y una gorra de los Dodgers vuelta del revés -el hombre de a pie arquetípico para la audiencia en esa franja horaria- ofreció su opinión encantado:
– A mi modo de ver, un tipo que huye de la poli así se merece que le peguen un tiro. Mira, tío, cuando se trata de traficantes de droga y de asesinos de polis, estoy a favor de ejecutarlos antes de que el juez dicte sentencia. Espero que ese agente judicial salga bien parado.
Estupendo, pensó Tim.
A continuación, una mujer con los ojos pintados de un intenso tono verde añadió:
– Nuestros hijos estarán más seguros si quitan de en medio a esos traficantes. Me da igual lo que haga la policía para librarse de ellos, siempre y cuando desaparezcan.
– Fíjate en esa gente -dijo Tim-. No tienen ni idea de lo que está en juego. -La amargura de su voz lo sorprendió.