– ¿Cómo es posible que Delaney no averiguara que ese tipo era sordo? -comentó Dray-. Bueno, ¡es que era sordo! No es un detalle fácil de obviar como el color de sus ojos.
– Se centró en informes sobre casos anteriores. Entonces no era sordo.
Otro tijeretazo furioso de Dray lanzó al aire una tira de papel que fue revoloteando hasta el suelo.
– ¡Lo han detenido cuatro veces! -exclamó-. ¿No te parece que ya debe de saberse sus derechos? Ha de ser un experto. ¿Y cómo es que Fowler no esperó a tener la orden de registro? ¿Pero qué digo? Claro que no esperó a la orden. Claro que no se anduvo con cuidado a la hora de leerle los derechos y solicitar su autorización. En ningún momento creyó que Kindell fuera a llegar al juicio. El caso no se sobreseyó porque Kindell sea sordo, se sobreseyó porque lo último que os importaba en la escena del crimen era llevar a cabo la detención debidamente. -Dejó las tijeras encima de la mesa de un manotazo-. Maldita sea esa juez. Podría haber hecho algo. No tenía por qué mandarlo todo al garete.
Tim seguía de espaldas a ella.
– Claro. Porque la Constitución se puede aplicar de forma selectiva.
– No te distancies en plan listillo, Timmy.
– No me llames Timmy. -Dejó el mando a distancia en la mesita de centro-. Venga, Dray, así no vamos a sacar nada en claro.
– ¿Sacar nada en claro? -Soltó una carcajada monocorde-. Me parece que puedo permitirme no sacar nada en claro durante un par de días, ¿no crees?
– Bueno, pues ahora mismo no tengo ganas de estar a merced de tus pullas.
– Pues déjame.
Se alegró de haber permanecido de espaldas de modo que Dray no pudiera verle la cara. Le llevó un momento responder.
– No es lo que…
– Si tomaste la decisión de ir a casa de Kindell esa noche, tendrías que haberlo matado; haberlo matado cuando tuviste la ocasión.
– Sí, si me hubiese cargado a Kindell, nuestro duelo habría tocado a su fin.
Dray tensó el gesto.
– Al menos habríamos cerrado ese capítulo.
– Eso de cerrar capítulos es una patraña inventada por los presentadores de programas de cotilleo y los autores de libros de autoayuda. Además, Dray, tú también tienes un arma. Si tanto te molesta mi decisión, ¿por qué no vas tú y lo matas?
– Porque ahora mismo no puedo. No hay ocasión. Además, sería la principal sospechosa. No es como cuando Fowler te lo sirvió en bandeja de plata, con su arma, en el lugar del crimen. Pones un arma, aduces que el asunto se puso feo y ya está. No habría cómplices fantasma acechándonos ni tendríamos a Kindell en libertad durante el resto de nuestra vida. -Cerró el libro de recuerdos de golpe-. Se habría hecho justicia.
La voz de Tim sonó grave y contenida, con una pasmosa carga de crueldad.
– Tal vez si hubieras recogido a Ginny en el colegio el día de su cumpleaños, no tendrías tantas ganas de repartir culpas.
Tim no presintió el golpe hasta que vio el puño que se aproximaba desde su derecha. El puñetazo lo hizo caer del sofá, y luego Dray se le puso encima y empezó a propinarle golpes furiosos. La apartó con las piernas y se volvió para ponerse en pie, pero ella fue a caer al sofá, donde rebotó para echársele encima de nuevo. Le lanzó un derechazo, pero Tim le cogió la muñeca con la mano izquierda al tiempo que le inmovilizaba el codo con la derecha. El impulso que había cogido hizo caer a Dray contra la librería. Se les vino encima una lluvia de libros y fotografías enmarcadas. Algo se rompió.
Dray recuperó el equilibrio enseguida y arremetió contra él. Peleaba como una agente bien entrenada, algo lógico, por otra parte, aunque Tim nunca había pensado en esa capacidad suya. Le cruzó las manos por detrás y, con los brazos de Dray entre ambos, la inmovilizó sujetándola por las muñecas para no provocarle daños mayores. Trastabillaron hacia atrás y chocaron contra la pared. Tim notó que su omoplato abría un boquete en el revestimiento aislante, pero no la soltó. Tiró de ella hacia atrás y le trabó el tobillo con el pie para hacerla caer de espaldas en la alfombra. Dray forcejeó y gritó cuando se le ponía encima con la cadera vuelta para proteger la entrepierna y la cabeza gacha y pegada a la de ella a fin de que no le mordiera la cara ni le propinara un cabezazo. Era un luchador con sangre fría, todo lógica y estrategia, contra el que la ira ciega no tenía la menor posibilidad.
Dray se retorcía y maldecía como un carretero, pero él mantuvo la cabeza agachada y empezó a repetir su nombre como una letanía, instándola en voz queda a que se calmara, respirara hondo, dejara de forcejear de manera que pudiese soltarla. Tenía la cara enrojecida, pegajosa de sudor y lágrimas airadas.
La tormenta amainó y dejó paso a una llovizna. El suave repiqueteo en el tejado sólo se veía interrumpido por los murmullos de Tim, puntuados por las maldiciones de Dray. Transcurrieron cinco minutos, o tal vez veinte. Al cabo, convencido de que su ira se había consumido, la soltó y ella se puso en pie. Tim se tocó con cautela la piel en torno al ojo, hinchado por causa del fuerte puñetazo que su esposa le había propinado. Con la respiración agitada, se quedaron mirándose sobre una alfombra de vidrios rotos y libros diseminados.
Sonó el timbre, y luego volvió a sonar.
– Yo iré -dijo Tim. Sin apartar la mirada de Dray, retrocedió lentamente hasta la puerta y la abrió.
Mac y Fowler estaban en el umbral cruzados de brazos. Mac llevaba el sombrero del uniforme de Fowler, más pequeño, echado hacia la nuca como si fuera una cofia, y Fowler llevaba el de Mac, con el ala echada sobre los ojos. Un viejo truco para responder a las llamadas de violencia doméstica: convenía hacerles reír.
Fowler se levantó el ala del sombrero y vio que nadie les veía la gracia. Se le demudó el gesto al ver el estropicio dentro de la casa.
– Esto… uno de vuestros vecinos se ha quejado. ¿Estabais peleando?
– Sí -reconoció Dray, y se limpió la sangre de la nariz-. Ganaba yo.
– Ahora tenemos todo bajo control -dijo Tim-. Gracias por venir. -Ya cerraba la puerta, pero Fowler metió el pie.
Mac miró a Dray por encima del hombro de Tim.
– ¿Estás bien?
Ella hizo un gesto vago con el brazo.
– De coña.
– Lo digo en serio, Dray. ¿Estás bien?
– Sí.
– A nadie le conviene que se dé parte -dijo Fowler-. ¿Podemos marcharnos sin que volváis a llegar a las manos?
– Sí -respondió Dray-. Desde luego.
– Muy bien. -Fowler desvió la mirada de Dray hacia Tim-. Ya sé que ahora mismo estáis hasta el cuello de mierda, pero no nos obliguéis a volver.
Mac miró de soslayo a Tim y su gesto de preocupación adquirió un matiz de enfado. Las apariencias no eran buenas, Tim era consciente de ello, pero no pudo por menos de lamentar el cariz acusatorio de la mirada de Mac.
– No bromeamos, Rack -insistió Mac-. Si oímos aunque sólo sea un gritito en esta casa, derribaré la puerta yo mismo.
Los agentes regresaron al vehículo a paso lento con los hombros encorvados bajo la lluvia. Tim cerró la puerta.
– No es culpa mía que no fuera a recogerla. -A Dray se le quebró la voz-. No me cargues con algo así, joder. ¿Cómo iba a imaginarlo?