– La Comisión entraría en un breve período de descanso hasta que encontráramos un sustituto adecuado -explicó Ananberg.
Tim se retrepó en el sillón para notar el Sig contra los riñones. Calculó el ángulo hasta la puerta y vio que no era bueno.
– ¿Y si decido no participar?
– Esperamos que, en tanto que es una persona que ha perdido a su hija, entienda nuestra perspectiva y nos deje seguir con nuestra labor -contestó Rayner-. Si llega a ponerse en contacto con las autoridades, tenga bien presente que aquí no hay nada que nos incrimine. Negaremos haber mantenido esta conversación. Y me quedo corto si digo que nuestra palabra es moneda de cambio en los círculos legales.
De pronto todas las miradas recayeron en Tim. El tictac del carillón puntuaba el silencio. Ananberg se acercó a la mesa, hizo girar una llave y sacó una caja de color rojo cereza de uno de los cajones. La ladeó y abrió la tapa por las bisagras para mostrar un Smith & Wesson 357, de modelo reglamentario, alojado en el forro interior de fieltro. Cerró la caja y la dejó en el tablero de la mesa.
Rayner bajó el tono de voz para dar la impresión de que se dirigía únicamente a Tim.
– Cuando alguien sufre una… traición burocrática como la que le infligieron a usted los tribunales, como la que le infligió la Policía Judicial Federal de Estados Unidos, suele responder de distintas maneras, casi todas negativas. Algunos se enfurecen, otros se deprimen, los hay que encuentran a Dios. -Enarcó una ceja casi hasta el punto de hacerla desaparecer debajo del flequillo-. ¿Qué va a hacer usted, señor Rackley?
Tim decidió que ya había soportado suficientes preguntas, de modo que miró fijamente a Dumone y dijo:
– ¿Qué les parece a ellos eso de estar de segundones, desde el punto de vista operativo?
El gesto de Dumone y Robert le permitió intuir que era un asunto sobre el que ya habían hablado largo y tendido.
El Cigüeña se encogió de hombros y se subió las gafas.
– Yo no tengo inconveniente -dijo, aunque nadie se lo había preguntado.
– Tendrán que afrontarlo -respondió Dumone.
– No he preguntado eso -insistió Tim.
– Entienden la necesidad de contar con alguien que tenga un alto grado de preparación sobre el terreno, y están asimilando el cambio. -Tim percibió cierta retranca en la voz de Dumone y reconoció al poli duro de Boston que llevaba dentro.
Miró a Mitchell y luego a Robert:
– ¿Es eso cierto?
Mitchell apartó la mirada y la fijó en la pared. Robert tenía el labio leporino, de modo que, al sonreír, su boca era todo lustre de dientes y pelo. Cuando habló, su voz sonó rápida y cortante, igual que un escalpelo:
– Usted manda.
Tim se volvió hacia Dumone.
– Llámeme cuando lo hayan asimilado.
Los zapatos de Dumone sisearon sobre la alfombra al acercarse hasta Tim para mirarlo desde su altura. Su rostro, mezcla de deterioro y textura, tenía un elemento umbrío de calma que Tim tomó por sabiduría.
– Nos gustaría saber la respuesta ahora.
– Necesitamos que responda ahora -parafraseó Robert-. Se trata de una propuesta que le toca la fibra o no se la toca. No tiene sentido pensárselo.
– No es como hacerse socio de un gimnasio.
– Nuestra oferta expira en cuanto salga por esa puerta -dijo Rayner.
– Yo no negocio así.
– Las condiciones son ésas -aseguró Mitchell.
– Pues muy bien. -Tim se puso en pie y se dirigió hacia la puerta.
Rayner le dio alcance ya fuera, cerca de la verja.
– Señor Rackley. ¡Señor Rackley!
Tim se volvió con las llaves del coche en la mano.
Rayner tenía la cara roja de frío y su aliento resultaba visible. Llevaba el faldón de la camisa un poco salido y tenía un aspecto menos elegante a la intemperie, lejos de aquel reino de la biblioteca donde era primas inter pares.
– Lo lamento. A veces puedo ponerme un poco… firme. Lo que ocurre es que tenemos muchas ganas de pasar a la acción. -Hizo ademán de posar la mano en el maletero del coche de Tim, pero se detuvo cuando tenía las yemas a un par de centímetros de la chapa. Por lo visto, le estaba costando un gran esfuerzo hilvanar sus siguientes palabras-. Usted es nuestro mejor candidato. De hecho, nuestro único candidato. Nos hemos volcado en seleccionarlo. Si no se suma a nosotros, tendremos que empezar de cero, y es un proceso largo. Tómese el tiempo que necesite.
– Eso pienso hacer.
Tim salió a la carretera. Cuando miró por el retrovisor, Rayner aún estaba plantado delante de la casa y lo seguía con la vista.
Capítulo 13
Al entrar en la calle sin salida donde vivía, Tim vio a Dumone apoyado en un Lincoln Town Car aparcado junto al bordillo opuesto, cruzado de brazos igual que un chófer de guardia. Se detuvo a su lado y bajó la ventanilla.
– Tocado -saludó Dumone con un guiño.
– Eso mismo digo yo. -Tim miró en derredor para ver si algún vecino se había fijado en ellos.
Dumone ladeó un poco la cabeza para señalar el asiento de atrás.
– ¿Por qué no viene a dar una vuelta?
– ¿Por qué no se larga de mi calle?
– Quería disculparme.
– ¿Por sus malos modales?
La risa de Dumone sonó resabiada. Tim tuvo la sensación de que crepitaba igual que un viejo disco de vinilo.
– Dios bendito, no. Por subestimarlo. A mi edad, ya debería haber supuesto todo eso del poli duro que no se vende.
Tim frunció los labios en una media sonrisa.
Dumone volvió a ladear la cabeza.
– Venga, suba.
– Si le da igual, ¿por qué no viene a dar una vuelta conmigo? -prosiguió Tim.
– Muy bien -dijo Dumone. Se acomodó en el asiento del acompañante de Tim y profirió un gemido denso, similar al de un fuelle al contraerse. Se sacó un Remington que llevaba al cinto y un pequeño 22 de una funda en el tobillo y los dejó en el salpicadero central-. Para que pueda escuchar sin distracciones.
Tim recorrió unas manzanas, entró en el aparcamiento vacío de la antigua escuela de Ginny y apagó las luces. A Dumone se le estremeció el pecho al contener la tos. Tim miró por el parabrisas para fingir que no se había percatado.
– ¿Es éste el colegio donde se liaron a tiros aquellos tres adolescentes?
– No. Ése fue el instituto Warren, hacia el sur de la ciudad.
– Críos que disparan contra críos. -Dumone meneó la cabeza, profirió un gruñido y luego volvió a menear la cabeza.
Permanecieron un rato en silencio contemplando la escuela sin iluminar.
– A medida que va pasando la vida -comenzó Dumone-, uno empieza a ver el mundo un poco distinto. No es que muera el idealismo, pero queda mitigado. Uno empieza a pensar y se dice, coño, igual resulta que la vida no es más que lo que nosotros hacemos de ella, y tal vez tenemos el deber de dejar este mundo un poco más limpio de lo que lo encontramos. No lo sé. Es posible que sean chaladuras de viejo. Quizás el poeta tenía razón al decir que la juventud es sabia y todo lo que aprendemos al envejecer nos aleja de esa sabiduría.
– No me gusta la poesía.
– Ya. A mí tampoco. Mi esposa… -Incluso en la oscuridad sus ojos eran de un azul estridente, el azul de los recién nacidos, los cielos estivales y otras cosas discordantes y empalagosas. Intentaba adoptar una actitud de padre adoptivo, con la cabeza gacha y el pellejo acumulado en gruesos pliegues en la sotabarba. Hizo pensar a Tim en un león viejo-. Mira, Tim… ¿Te importa si te tuteo?
– En absoluto.
– Para intentar hallar un significado, dar un significado, influir en las cosas y en la gente para mejor, hay que vadear una zona gris. Y para eso hace falta ética. Es necesario ser ecuánime y justo. Tú eres ambas cosas.
– ¿Y los demás?
– Rayner es vanidoso, y necio, en tanto que la vanidad te vuelve así, pero también es brillante. Y es sumamente competente a la hora de interpretar casos y ver en el interior de las personas.