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– No es ningún andamiaje. Se trata de hacer justicia. De poner orden.

La expresión de Dray pasó a ser de hastío y exasperación, un semblante que Tim había aprendido a prever e incluso a temer.

– Tim, no dejes que te impresionen con una ética falsa y unas cuantas frases bonitas. -Se mordió la cara interna de la mejilla-. Lo único que quieren es que, en el caso de que no se descubra a ningún cómplice y falléis en contra de Kindell, seas tú quien apriete el gatillo.

– Con toda razón. Habrá tenido un juicio; un juicio centrado en su culpabilidad y no en el procedimiento. Y si descubrimos pruebas de que hubo un cómplice, siempre puedo optar por filtrar esa información a las personas adecuadas y hacer que juzguen tanto a Kindell como al cómplice. Recuerda que no tiene inmunidad porque su caso ni siquiera llegó a juicio. No se trata de matarlo, se trata de que el asesinato de Ginny se aborde como es debido.

– ¿Y de dónde van a salir todas esas pruebas mágicas?

– Tendré acceso a los informes de la defensa y la fiscalía. Y es probable que Kindell contara a su abogado lo que ocurrió aquella noche. Esperemos que haya quedado constancia en sus notas.

– ¿Por qué no acudes directamente al defensor de oficio?

– El letrado de la defensa no me facilitaría información confidencial ni loco. Pero Rayner tiene los contactos adecuados para obtener el expediente. Quizás esos papeles nos acerquen más al cómplice.

– Pues, desde luego, no es la distancia más corta entre dos puntos.

– No se nos dio la oportunidad de tomar el camino más recto, al menos desde el punto de vista legal.

– Bueno, yo he estado indagando un poco sobre el caso. Peeks fue quien contestó a la llamada anónima la noche que murió Ginny. Estaba en recepción, y dijo que quien hizo la llamada parecía muy nervioso, inquieto de veras. Tuvo la sensación de que no era un cómplice o alguien que pudiera estar implicado. No es más que una corazonada, pero Peeks es un tipo con los pies en el suelo.

– ¿Alguna descripción de la voz? -preguntó Tim.

– Nada que nos sirva. Ya te lo puedes imaginar, era un hombre adulto. Ni acento ni ceceo ni nada por el estilo. Es probable que hablara tal cual suele hacerlo.

– También es posible que la suya fuera una buena interpretación. -No cayó en la cuenta de lo mucho que había confiado en la teoría del cómplice hasta que notó cómo le sobrevenía una oleada de desilusión-, O es posible que yo anduviera equivocado. Quizá lo malinterpreté. Igual no fue más que Kindell.

Dray respiró hondo y contuvo el aire antes de volver a soltarlo.

– He estado dando vueltas a la posibilidad de mantener una pequeña charla con Kindell.

– Venga, Dray. Seguro que su abogado le ha insistido en que no diga una palabra sobre el caso. Una nueva confesión podría ponerlo otra vez en el punto de mira.

– Quizá podría convencerlo para que hablase.

– ¿Qué vas a hacer?, ¿molerlo a palos hasta que cante? -Ahora era todo cordura y circunspección, pero se le había pasado eso mismo por la cabeza con una frecuencia alarmante.

– Ojalá. -Dray sonrió-. No, claro que no.

– Si Kindell abre el pico, será para alertar a su cómplice, en el caso de que lo tenga, de que lo buscamos. Y entonces su cómplice estará sobre aviso y cubrirá sus huellas o desaparecerá. Y tú acabarás con una bonita orden de alejamiento pegada en la frente. Lo único que tenemos a nuestro favor es que nadie sospecha lo que estamos haciendo.

– Tienes razón, Tim. Además, si tú y los idiotas de tus amigos acabáis con él, yo sería la primera sospechosa en el caso de que trascendiese que he ido a verlo. -Entrelazó los dedos y se los dobló hacia atrás para hacer crujir las articulaciones-. I le pedido las actas de las vistas preliminares correspondientes a los demás casos de Kindell.

– ¿Cómo?

– En calidad de ciudadana. Están abiertos al público. Como es natural, el estenógrafo no mecanografía las transcripciones del caso a menos que haya una apelación, pero con las vistas preliminares debería bastarme para enterarme de los detalles. Pensé en ponerme en contacto con los detectives de la Policía de Los Ángeles que llevaron los casos para ver qué tienen en sus archivos, pero, después de hablar con Gutierez y Harrison, y teniendo en cuenta quién soy, seguro que no se avendrían a hablar conmigo.

– ¿Cuándo tendrás las actas?

– Mañana mismo. Los empleados de la judicatura no se ponen las pilas cuando no se trata de una orden oficial.

– Me da la impresión de que los dos funcionamos de forma extraoficial.

– No puedes comparar esto con lo que te estás planteando tú. Ni soñarlo.

– Nada es perfecto, Dray. Pero es posible que la Comisión se acerque más a la justicia en sí de lo que hemos visto hasta ahora. Tal vez pueda constituirse en esa voz.

– ¿De verdad quieres llevar tu vida por ese camino? ¿Quieres dedicarte al odio?

– No lo hago por odio. En realidad, me mueve todo lo contrario.

Dray tamborileó bien fuerte con los dedos sobre la mesa. Tenía las manos menudas y femeninas; sus uñas delicadas recordaban a la chica que fue antes de ponerse una armadura de músculo y entrar en la academia. Tim la conoció cuando ya era agente. Durante su primera comida de Acción de Gracias con la familia de ella, cuando sus hermanos mayores le enseñaron con orgullo y cierto aire de advertencia tácita el anuario del instituto de Dray, le costó trabajo reconocer la carilla de duende de las fotos. Ahora era más grande y fornida, y había desarrollado una sexualidad más firme. La primera vez que fueron al campo de tiro, Tim observó a la sombra del alero sus caderas fijas en posición, la funda un poco más arriba de la cintura, el gesto de concentración que le hacía levantar el pómulo hasta debajo del ojo azul acuoso, y no fue entonces la primera vez que le pareció salida de los sueños calenturientos de algún adolescente adicto a los cómics de aventuras.

Tenía los labios fruncidos, perfectamente torneados y un poco ajados. Al mirarlos, Tim cayó en la cuenta de que no deseaba que estuvieran secos de tanto llorar, y eso le hizo pensar en lo mucho que seguía queriéndola. Le había contado la propuesta de Rayner porque era el apoyo que le permitía avanzar en la vida, y esa realidad, esa confianza que se había forjado y consolidado a lo largo de ocho años de matrimonio, seguía vigente a pesar de las circunstancias e incluso del distanciamiento.

– Ven aquí -le dijo Tim.

Ella se levantó y rodeó la mesa mientras él retiraba su propia silla. Se le sentó en el regazo y él se inclinó hacia delante y apoyó la cara contra la cuña de piel que dejaba a la vista por detrás del cuello de su camiseta; lo que sintió fue calidez.

– Ya sé que tienes la sensación de haber perdido muchísimo en muy poco tiempo. A mí me ocurre lo mismo. -Dray se volvió sobre su regazo para mirarlo por encima de su propio hombro-. Pero aún podemos perder mucho más.

Tim acusó una fatiga insólita.

– Estoy harto de dormir en el sofá, Dray. No nos estamos ayudando el uno al otro.

Ella se puso en pie de repente y trazó un semicírculo en la cocina.

– Lo sé. Tengo tanta… ira. Cuando paso por delante del cuarto de baño, la veo encima de la banqueta, lavándose los dientes, y en el patio trasero la veo intentando desenmarañar el hilo de la maldita cometa, esa amarilla que le compramos en Laguna, y siempre que me entra la misma angustia, tengo necesidad de echar la culpa a alguien. Y no quiero que sigamos lanzándonos zarpazos en medio de todo este embrollo. O, peor aún, no quiero que nos comportemos como extraños el uno con el otro.

Tim se puso en pie y se frotó las manos. Le sobrevino una necesidad infantil de gritar, chillar, sollozar y rogar.

– Lo entiendo. -Tenía la garganta cerrada, lo que le distorsionaba la voz-. No deberíamos estar el uno encima del otro si vamos a acabar haciéndonos daño, aunque sólo sea por mezquindades.