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– Mis condiciones son las siguientes -empezó Tim-: En primer lugar, si algo me incomoda, aunque sea lo más mínimo, el acuerdo queda anulado. Me largo. En segundo lugar, tengo control absoluto sobre la operación. Si alguien de mi equipo empieza a cargar las tintas, me reservo el derecho a hacerle entrar en razón. En tercer lugar, deje de apuntarme a la cabeza. -Esperó a que Rayner obedeciera y luego continuó-. En cuarto lugar, exijo que se respete mi intimidad. Como usted ve, no es muy agradable que le pillen a uno con la guardia baja. En quinto lugar, ya he cogido el 357 con el que me tentó el otro día, y me lo voy a quedar. En sexto lugar, la primera reunión de la Comisión se celebrará en la sala de abajo, mañana a las ocho en punto. Informe a los demás.

Se bajó del sillón.

– Podría haberle pegado un tiro -dijo Rayner.

Tim se llegó a los pies de la cama y abrió una mano de la que cayeron seis balas sobre el edredón, a los pies de Rayner.

Mientras regresaba escalera abajo en plena oscuridad, no pudo por menos de esbozar una sonrisa.

Capítulo 15

Al enfilar el sendero de entrada de su casa -ahora de Dray- tuvo la sensación de que regresaba a lugar seguro. Aparcó el coche y permaneció un momento sentado, admirando la perfecta alineación de las tejas que, una hilera tras otra, había colocado en el tejado, los bloques de hormigón del sendero de entrada que había vuelto a colocar y desbastar tras los últimos temblores de tierra. Tad Hartley, que cortaba el césped de la casa de al lado vestido con vaqueros y cazadora del FBI, levantó la mano para saludarlo en silencio y Tim se sintió como un embustero al responder a su saludo.

Bajó del coche, recorrió el sendero y llamó a su propio timbre; una sensación de lo más extraña.

Tim oyó la voz de Dray y los pasos de Dray antes de que abriera la puerta.

– Coño, Oso, qué pronto vienes. Quería…

Cuando finalmente abrió la puerta, aunque parpadeó incrédula, no consiguió disimular su expresión de congoja.

– ¿Qué haces, Timothy? Llevas ocho años entrando a esta casa por el garaje.

Se le notó cierta dificultad para decidir hacia dónde dirigir la mirada.

– Lo siento. No quería… No sabía qué hacer.

Dray dio un paso atrás. Iba de uniforme. Probablemente trabajaba de tarde, lo que suponía que iba a tener que presentarse para recibir sus órdenes a las tres.

– Muy bien, señor Rackley. ¿Quiere hacer el favor de entrar? -Regresó a la cocina a paso ligero sin esperar a que él la siguiera. Una vez la tuvo fuera de su vista, Tim se dedicó a ordenar las diversas secciones del periódico desperdigadas por el sofá.

– ¿Le apetece algo de beber, señor Rackley?

– Ya lo he pillado, Dray. Y sí, me apetece agua.

Ella entró de nuevo en el salón con el vaso sobre un plato que llevaba a guisa de bandeja y un trapo colgado del brazo como si fuera la servilleta de un camarero. Ambos rompieron a reír.

Luego se desvanecieron las sonrisas y Tim, que no tenía frío, se frotó las manos.

Dray le entregó el agua y se sentó delante de él en el sofá de dos plazas.

– Ayer conseguí las actas del caso de Kindell. Son un tocho de cuidado. Estuve revisándolas hasta bien entrada la noche.

– ¿Y bien?

– Lo de la vez que enseñó el pito no tiene mayor interés. Pero en los dos casos de abusos deshonestos había un cómplice, cosa rara tratándose de un pedófilo, hasta donde yo sé, lo que respalda en cierta medida tu teoría.

– ¿Y esos cómplices?

– Los dos en chirona. No consiguieron librarse con la historia de que estaban chalados. En ambos casos eran el cerebro del crimen, los que habían organizado el espectáculo y habían ido a verlo. Los dos eran oficinistas, uno de ellos contable. Kindell es el tarado incapaz de planear nada.

– De modo que tenemos un cómplice que quería participar en la juerga, pero Kindell lo llevó más lejos de la cuenta. -El sonido de sus propias palabras le produjo una oleada de náuseas que se esforzó en ahuyentar.

– Exacto. Lo que explicaría por qué estaba ese tipo tan cabreado cuando hizo la llamada anónima. Esperaba un buen espectáculo, no un asesinato.

– Los hay con ética.

– Y lo de que telefoneara al número privado de la comisaría para no dejar huella de su llamada coincide con el perfil de un buen planificado^ un tipo más organizado.

Permanecieron unos instantes absortos en sus propios pensamientos. Tim aún no se había acostumbrado a la sensación de vaivén que le producía cada nuevo avance en el caso de Ginny. Se le pasó por la cabeza que quizá no llegaría a acostumbrarse nunca.

Cuando levantó la vista, el semblante de Dray se había ensombrecido.

– Ya sé que acordamos estar un tiempo separados, pero no contaba con esto -dijo-. El truco de tu desaparición. El número de teléfono secreto. La mudanza al centro… Ya tuvimos suficiente cuando estabas con los Rangers.

– No se trata de que tengamos que estar separados porque me han destinado a alguna parte. Se trata de salvar nuestro matrimonio distanciándonos un poco.

Tim dedujo por el modo en que su esposa torcía la boca que estaba de acuerdo con él. Se había maquillado levísimamente, cosa que por lo general reservaba para las noches de fin de semana, un gesto que a Tim le pareció encantador y desesperado al mismo tiempo. Sobre todo teniendo en cuenta que tendría que desmaquillarse antes de irse a la comisaría.

– Estar sola en esta casa… -Repelió un estremecimiento-. Y el silencio. Y las noches. -Tenía tendencia a contar con los dedos aquellos asuntos que no enumeraba por orden, un cambio entrañable respecto de su habitual precisión.

– Cada vez será más fácil -dijo Tim en voz queda-. Ya te acostumbrarás.

– ¿Y si no quiero?

– ¿No quieres, qué?

– Acostumbrarme a vivir sin ti. Y… -Metió las manos abiertas entre los muslos cerrados-. Quizá no quiero acostumbrarme a que Ginny ya no esté. Parte de mí quiere acarrear ese… ese dolor allí donde voy, porque al menos la mantiene a mi lado. Y si desaparece, ¿qué me queda? Anoche no podía dormir porque no recordaba de qué color eran los zapatos que llevaba a la escuela. Los malditos Keds que tanto le gustaban. De modo que a las cuatro de la madrugada seguía levantada, hurgando en su armario, entre sus cosas. -Frunció los labios-. Rojos. Eran rojos. Llegará el día en que ya no lo recuerde. Luego no recordaré cuáles eran sus dibujos animados preferidos, o qué talla de pantalones vestía, y después no seré capaz de recordar qué aspecto tenían sus ojos cuando reía, y entonces ya no me quedará nada de ella.

– Tiene que haber un término medio entre el alivio y la indiferencia.

– Pero ¿dónde está?

– Creo que cada uno debe buscarlo por sí mismo.

Se estudiaron el uno al otro desde lados opuestos del metro y medio de moqueta que los separaba.

Sonó el timbre. Tras el segundo timbrazo, Dray apartó la mirada y acudió a la puerta. Oso la abarcó en un inmenso abrazo y ella le palmeó las costillas.

– ¿Qué tal tienes el costado?

– Da igual. Pero vosotros dos… -Oso abrazó a Tim y éste se preparó para recibir la doble palmada en la espalda, que llegó como un cañonazo-. ¿Dónde coño te has metido? Ayer te dejé dos mensajes.

– Hemos… tenido problemas.

Oso se asentó igual que una vieja máquina que hubiera estado retemblando hasta detenerse.

– Oh, no.

Se llegó a pasos pesados hasta el sofá de dos plazas, que ocupó en su totalidad, lo que obligó a Dray a sentarse en el sofá al lado de Tim. El y Dray se cogieron de la mano en un gesto nervioso y luego se soltaron. Oso observó sus movimientos con temor.

– Vamos… a separarnos, Oso. Una temporada.

Oso palideció.